La movilización de los trabajadores portuarios de nuestro país, quienes demandaban entre otras cosas, un tiempo razonable y digno para su almuerzo, nos remite, por un lado y de manera directa, a aquella huelga portuaria de Valparaíso de 1903, en un período de álgidas luchas sociales y de profundas y violentas represiones por parte de las elites político-económicas gobernantes.
Por otro lado, y situándonos en un plano más profundo de la cuestión anterior, el último movimiento huelguístico portuario, nos propone una reflexión sobre un aspecto recurrente en discursos oficiales de políticos de una y otra banda, sobre todo en el periodo pos-dictadura: la reconciliación.
Reconciliar, según la RAE, es “volver a las amistades, atraer ánimos desunidos”, mas ¿se puede reconciliar aquello que nunca estuvo conciliado? Los enfrentamientos y conflictos de clases han estado en nuestro país presentes desde hace ya bastante tiempo, y como lo podemos ver cada día, lo siguen estando.
Desde las primeras huelgas y movilizaciones de carácter obreras en la segunda mitad del siglo XIX, pasando por las violentas masacres propinadas por las elites dominantes a las movilizaciones sociales y sindicales de las primeras décadas del siglo XX, los destierros, encarcelamientos y confinamientos a los que han sido sometido diversos líderes sociales, el sometimiento a la ilegalidad política, la detención en campos de concentración, etc. etc. Todo esto antes del golpe del ’73.¿De qué conciliación nos hablan?
La conciliación que existía y que se quiebra a partir de los años 70s, es la conciliación del consenso de las elites político-económicas que reinaban (y volvieron a reinar) en Chile hasta antes de la UP.
A partir del triunfo del proyecto socialista chileno, ese consenso (incluido el disenso aparente), comienza a resquebrajarse y, con el golpe, se profundiza en cierta medida. La reconciliación por tanto, se ha dado entre las elites dominantes, quienes nuevamente han logrado consensuar la alternancia en el poder, incluyendo momentos de disenso que no alteran el consenso del cual son herederos. Sin embargo, la conciliación de clases antagónicas aun es un tema pendiente en nuestro país.
Y es que sobre todo después de aquel 11 de septiembre de 1973, los conflictos de clases chilenos se acrecientan, sobre todo en sectores donde la violencia reorganizadora de la dictadura se dejó caer con más fuerza. Se acrecientan también, por el no menos violento modelo económico que instaura la Junta Militar (apoyada por civiles), provocando un silencioso trago amargo para un vasto porcentaje de la población nacional. Así pues, la idea de una conciliación social desaparece junto a miles de personas.
La idea de una “reconciliación”, apunta a que creamos la historia oficial del Chile Republicano y democrático, y, por tanto, apunta a entender el periodo de la dictadura, como un punto negro dentro de nuestra historia y no como uno más, el más violento y criminal quizás, de los muchos acontecimientos violentos con que cuenta nuestro país. En lugar de hablar de reconciliación, deberíamos apurarnos por lograr una conciliación social verdadera, haciendo esfuerzos reales, sobre todo desde las elites económicas y políticas nacionales, para acortar la vergonzosa y profunda desigualdad que a diario nos rodea.
¿Cómo lograr la conciliación si aún hoy los trabajadores de distintos sectores deben movilizarse, soportar la violenta y desmedida represión policial, para obtener derechos mínimos en su desempeño laboral? ¿Se puede avanzar hacia una conciliación cuando la mayoría de los empresarios, respaldados por los gobiernos de turno, amenazan con el desempleo ante un necesario y digno reajuste del salario mínimo?¿Puede haber conciliación sin justicia, reparación y arrepentimiento?
En una entrevista en CNN Chile, el vocero de los trabajadores portuarios de San Antonio, decía en relación al rol como mediadora entre empresarios y trabajadores de la ministra del Trabajo Evelyn Matthei, que ella “se pone de acuerdo con la empresa y le ponen un valor a esa media hora de colación, cosa que, todos sabemos, es un derecho irrenunciable”. Difícil hablar de conciliación social cuando la mezquindad y el egoísmo de algunos sectores empresariales, llega a límites indecentes y que violan abiertamente los derechos laborales y, por sobre todo, los derechos humanos básicos. Resulta alarmante el que en pleno siglo XXI, aun se deba reclamar por cuestiones tan básicas en este Chile desigual por donde se le mire.
Con unas elites reconciliadas y consensuadas en torno a la alternancia del poder; con un poder económico reconciliado y coludido para fijar precios de servicios y productos; con el silencio consensuado entre las elites y el poder militar en cuanto a obtener información del paradero de miles de desaparecidos durante la dictadura cívico-militar.
Con todos estos aspectos de por medio, hablar de reconciliación aparece como una más de las elaboraciones discursivas y míticas del Estado, para construir una realidad que no es, y para intentar reconciliar, aquello que nunca ha estado siquiera conciliado.