En medio de los ajetreos del reinicio de las actividades educativas y laborales posteriores al verano, se repone también la acción política. No obstante, el oficialismo trató de adelantarse lanzando una fuerte ofensiva mediática, antes que terminara febrero.
El ariete central o el “caballito de batalla” de la misma fue, una vez más, el llamado 27F; es decir, la inmensa tragedia del mega terremoto y tsunami de hace tres años.
Sin embargo, tales propósitos no pudieron hacerse realidad, lo impidió la falta de argumentos y el contenido ilícito y repudiable de los ataques personales a la ex Presidenta Bachelet, así como, la exacerbación de la conflictividad entre las candidaturas que disputan el favor del respaldo gobiernista, cuyo “descueramiento” mutuo anuló los planes tan largamente preparados.
El tan acariciado propósito de “golpear a Bachelet”, de lograr desgastar su imagen y mermar decisivamente su convocatoria se colapsó, sin pena ni gloria. Estoy convencido que, transversalmente, se ha lamentado ver que la autoridad se involucre en tan deplorable e ilegítima operación política.
La afirmación que hago respecto de la ilegitimidad de este fracasado diseño, con el que se intenta quebrar el prestigio de la ex Presidenta radica en la defensa de un valor esencial en la política democrática: el fin no justifica los medios.
Cuando ello se pierde de vista se genera una confrontación arbitraria, antojadiza, que polariza las diferencias y que conduce exclusivamente a la agudización de controversias artificiales.
Al final se produce el negativo escenario de figuras políticas subsumidas y ensimismadas en sus pugnas y querellas, atrapadas en una burbuja inconducente.Los ataques de la derecha nos pretenden atrapar en esa esfera que solo acentúa y promueve el distanciamiento de las personas frente a la acción política.
Por lo demás los ataques derechistas a Bachelet han sido un boomerang para sus autores.
He sido testigo de ello al impulsar la campaña de recolección de firmas: “Yo apoyo a Bachelet” que ha comenzado en la región de Los Lagos. En las poblaciones de Puerto Montt, Osorno, Frutillar, Ancud, Castro y muchas más, en que este esfuerzo se ha realizado, con los voluntarios que dan vida a esta iniciativa nos hemos encontrado con un respaldo multitudinario a la ex Presidenta, de una transversalidad y masividad que despeja cualquier duda o elucubración respecto al liderazgo que tiene y quiere el país para dirigir el Estado de Chile en el próximo periodo. La figura de Bachelet no tiene contrapeso.
En lo personal me alegro profundamente de esta situación. El país sabe que al producirse la derrota de la Concertación en la última elección presidencial, hubo un especial empeño, alentado con astucia pero sin timideces desde la derecha, para quebrar y liquidar el entendimiento estratégico que dirigía el país desde 1988 en adelante.
Tal propósito fue protagonizado por un grupo de personas que se ufanaba con la denominación de díscolos, que se plantearon con audacia temeraria la descalificación del conjunto de la tarea de reconstrucción democrática levantada y ejecutada desde 1990, por cuatro gobiernos democráticos sucesivos, que asumieron un desafío que se sembró trabajosamente en las duras batallas sociales y políticas contra la dictadura.
No me refiero a las diferencias políticas legítimas que alejaron a muchos, sino que al afán casi obsesivo de “lucirse” encontrando malo todo lo hecho en democracia, en que destacaron ciertos actores políticos que se han dedicado a ensuciar su propio nido.
Lamentablemente, algunos olvidaron demasiado fácilmente que en Chile, se llevó a cabo una transición democrática que llegó por momentos a estimarse inviable, dado el enorme poder que concentraba en sus manos el ex dictador.
En ese contexto, fuimos testigos de una estéril y extraviada competencia, sobre cual díscolo recibía el más entusiasta aplauso de la derecha en el esfuerzo de desacreditar y descalificar la tarea realizada.
Es válida la pregunta,¿para que tanto empeño?, existía un propósito explícito: instalar una nueva conducción de facto, sin los eventos democráticos y participativos que así lo decidieran.
¿Con qué respaldo se asumía y empujaba ese propósito?, con la exclusiva retórica de cada cual, autootorgándose representaciones democráticas que no se poseían.
Lo más paradojal y absurdo es que se llegaba a pedir, digámoslo derechamente, a dedo, la proclamación del nuevo núcleo dirigencial de “iluminados”. Se argüía que las “máquinas” impedían un cambio como el que se demandaba, para excusar una solicitud tan fuera de las normas democráticas, como es la idea que la minoría mande a la mayoría.
Tales intentos no prosperaron. En suma, las fuerzas concertaciónistas han soportado la prueba. No se pudo echar por la borda un patrimonio histórico que explica por qué Chile pudo avanzar paulatinamente en el desplazamiento y en la derrota, finalmente, de la concepción ultraderechista de la “democracia protegida”.
Ahora se abre una nueva etapa. No para solazarse ni hacer más de lo mismo, sino que para que el país tenga una conducción política capaz de dirigirlo y de encabezar con sentido constructivo el proceso de reformas que Chile necesita.
Esa es la clave, actuar con la suficiente mirada estratégica para hacerse cargo del dilema-país de este periodo, que no es otro que enfrentar la desigualdad que aflige a nuestra sociedad, pero también con la sagacidad política y el espíritu práctico para viabilizar tales reformas, articulando la mayoría requerida para realizarlas, manteniendo el crecimiento económico y robusteciendo la estabilidad del país, a través del impulso de las transformaciones institucionales que permitan fortalecer la participación social y afianzar el Estado democrático que debe estar en constante evolución, y no caer en aquellas propuestas que no son más que saltos al vacío, cuyo efecto no es otro que reducirnos a la condición de una minoría ruidosa pero impotente.
En este sentido, tampoco se debe olvidar tan fácilmente, que el proyecto de poder de la dictadura fue liquidar el Estado, salvo en lo represivo, para imponer el poder de los centros financieros hegemónicos, por la vía de un mercado sin regulaciones en que prevalece exclusivamente el más fuerte.
Por eso, se trata de avanzar, paso a paso, en la configuración de un Estado social y democrático de Derecho, para nuestra patria.
Vivimos desde el 2010 hasta hace pocos meses años duros, en que las fuerzas proclives a la dispersión estuvieron no solo presentes sino que muy activas.
Ahora bien, tras la contundencia de la mayoría social bacheletista se abre un periodo de reagrupamiento de los demócratas chilenos para hacer todas las reformas necesarias de hacer, aquellas que el país comparta y apoye, profundizando la vía de cambios institucionales que a Chile le ha permitido tener estabilidad y progreso, hoy con el objetivo de reducir decisivamente la brecha de la desigualdad y alcanzar un país con inclusión y justicia social.