Este es un tema del que uno espera no hablar más; no por falta de interés o sensibilidad, sino porque anhelamos, sea una violencia tan excepcional que ya no requiera de la atención que hoy debemos darle. Sin embargo, no pasan muchos días antes que un nuevo crimen vuelva a alertarnos sobre la violencia en que viven tantas familias y donde intentan sobre-vivir tantos niños y niñas.
Mucho se habla de la protección de la familia, nadie podría estar en desacuerdo con ello, sería políticamente incorrecto. Pero ¿de qué protección y de qué familia hablamos? La familia, antes que todo, debe ser el lugar de acogida, contención, amor y respeto, que permita el desarrollo de los afectos y propicie la creación y fortalecimiento de los vínculos. Ahí radica su esencia y su importancia; lo demás puede discutirse, pero la falta de lo esencial la desnaturaliza.
Hace pocos meses debimos enfrentar la tragedia ocurrida en Curicó, donde tres adolescentes fueron ejecutados por su padre con el fin de castigar a su mujer. Luego, en Monte Patria, en un hecho similar, dos niños fueron asesinados por su progenitor.
Qué decir de los 45 femicidios ingresados en fiscalías en los primeros 9 meses de 2012. Esto se ha hecho parte de nuestra vida cotidiana y nos impresionamos hasta que ocurre el siguiente hecho.
Nos debatimos en la búsqueda de explicaciones que, a lo sumo, logran bajar los niveles de angustia de algunos; en otros casos esas explicaciones agravan la falta.
¿Cómo es posible buscar signos de altruismo en la conducta del progenitor de Monte Patria?
¿Cómo es posible intentar explicar el crimen alevoso de los niños de Curicó por la supuesta depresión del victimario?
Se elude la verdad, es demasiado crudo indagar en el ¿por qué tres adolescentes se someten con aparente docilidad al ritual que los llevará a la muerte a manos de su padre? Miedo, miedo impuesto en el tiempo y bajo cuya lógica se aprende a vivir, un miedo difuso que es propio de las dinámicas de violencia en la familia donde se teme el inminente descontrol del agresor, que no se sabe cuándo empieza ni cuándo termina.
Es en este escenario donde se socializan los niños atrapados en relaciones violentas en la pareja, o cuando son ellos las víctimas de golpes, humillaciones, abandono emocional de parte de sus padres u otros adultos a cargo.
En Chile, es frecuente la ocurrencia de femicidio seguida del suicidio del hechor, en los últimos años parecen también ser más frecuentes los casos en que el parricidio se ejecuta en la persona de los hijos seguido o no del suicidio del agresor. Como sea, se trata de casos en que hay una historia de violencia sobre la mujer, violencia que arrecia ante la amenaza de la separación si ellas deciden poner fin a la relación. Se trata de violencia ejercida como castigo y el asesinato de los hijos tiene ese fin.
Estos crímenes son simplemente la punta del iceberg de otras diversas formas de violencia que los anteceden como son la vigilancia y hostigamiento obsesivo, el control y la brutalidad impresa en golpes, humillaciones, descalificaciones y otros abusos; todo ello como parte de la misma espiral.Así, la familia que decimos proteger se transforma en un lugar de sufrimiento, arbitrariedad, opresión y abuso.
El Estado chileno ha puesto en marcha diversas iniciativas en los últimos 20 años para prevenir, sancionar e intentar reparar, pero los hechos siguen sucediéndose y la realidad no da tregua. Este es un fenómeno real que nos afecta a todos, y resulta inmoral no reconocerlo así.
Debemos entonces ser honestos con lo que entendemos por “protección de la familia” y enfrentar nuestros propios fantasmas a la hora de hablar de ello.
Leer versión extendida en: http://www.asuntospublicos.cl/2013/01/crimen-y-castigo-en-la-familia/