Fue suficiente una inocente lluvia de verano para poner en jaque la seguridad sanitaria de Santiago.Pero no sólo eso, también pudo verse afectada la vida de personas producto de los aludes generados sobre zonas ribereñas que en vacaciones son frecuentemente visitadas por la población.
Y es que cuando llueve muy arriba en la cordillera, donde generalmente cae nieve y ésta se acumula, se produce un flujo de agua repentino y violento sobre laderas desprotegidas o cubiertas de nieve anterior, acarreando piedras y sedimentos. Luego el caudal de los ríos aumenta significativamente en un corto periodo de tiempo. Esto se produce cuando la temperatura es alta y la isoterma cero se eleva sobre lo habitual (este lunes 21 de Enero anduvo cerca de los 4.000 m).
Este tipo de eventos no es muy frecuente pero ocurre varias veces en nuestras vidas, generando algunas veces impactos mucho más negativos.
Basta recordar el aluvión de Antofagasta de 1991 o el de la quebrada de Macul en 1993, que costaron vidas humanas y dejaron sin suministro de agua a miles de personas durante varios días.
Por lo tanto, ya hemos vivido este tipo de fenómenos, sus causas e impactos debieran ser un tema bien conocido por las autoridades. El peligro del rodado, el barro, las aguas turbias y el corte de agua son constantes cada vez que ocurren estos hechos.
Lo insólito es que a pesar de la historia, desde la acción gubernamental rara vez se generan políticas públicas permanentes para alertar los riesgos, mitigar sus impactos y elaborar planes de contingencia. En todos los casos anteriores, las medidas son reactivas y no preventivas.
Estos eventos son poco frecuentes pero las condiciones que pueden generarlos son conocidas, se trata de una combinación de lluvia y temperaturas, variables climáticas predecibles con un alto nivel de certeza (ver los pronósticos e isoterma cero de la dirección meteorológica http://www.meteochile.cl/cordillera.html ).
Considerando que existe este tipo de información, parece extraño que los organismos técnicos encargados no prevean un escenario de riesgo de alud. Ciertamente nadie podría prevenir la generación de un alud, pero es posible predecir un escenario con alta posibilidad de que este tipo de fenómeno ocurra, al darse las condiciones climáticas para aquello. Esto es lo que se denomina un Sistema de Alerta Temprana, algo inexistente en Chile a pesar de que la mayoría de sus ciudades están emplazadas en las cercanías de un río y/o un cordón montañoso, siendo altamente expuestas a crecidas, aluviones y fallos en suministro de agua.
De este modo, cuesta aceptar que luego de lo vivido la noche del 27F y los múltiples cuestionamientos a la institucionalidad encargada, que llegaron hasta la presidenta, sigamos sin estar preparados ante desastres naturales.
Cuesta entender que hoy, luego de una supuesta refundación de la institucionalidad encargada “ONEMI 2.0”, sigamos sin tener las capacidades mínimas como para levantar un efectivo sistema de alerta preventiva. Este lunes pasado no hubo alertas, todas las medidas tomadas fueron reactivas, pero felizmente no hubo vidas por lamentar.
Por otra parte, también ha quedado en evidencia la gran vulnerabilidad que presenta el abastecimiento de agua potable de Santiago, con una empresa sanitaria sin planes o medidas de contingencias para enfrentar de buena forma estas emergencias. La única acción llevada a cabo por esta empresa fue cuidar sus instalaciones y cortar el suministro, sin mayor tiempo de aviso y con un plan de corte que confundió a la mayoría de la población.
La creciente demanda de agua producto del aumento de la población y el aumento de eventos de escasez por efecto del cambio climático, prevén que el sistema sanitario sea cada vez más vulnerable en el futuro.
A lo anterior hay que agregarle las carencias institucionales, ya que la vulnerabilidad del sistema sanitario aumentará al introducir proyectos hidroeléctricos que operarán bajo la lógica de la oferta y demanda energética. Los proyectos hidroeléctricos en la cuenca alta del Maipo utilizarán cerca de un 80% del agua que abastece a la capital, dejando el abastecimiento humano sujeto a la operación de una empresa privada que estará débilmente regulada por el Estado.
Para agregar más pelos a la sopa, considere una institucionalidad ambiental sin capacidades para evaluar integralmente estos proyectos y a un modelo hídrico basado en la propiedad privada del agua, lo que termina por armar un cuadro extremadamente preocupante.
Este insospechado y tímido evento veraniego, nos pone al desnudo y nos muestra la debilidad estructural en que se encuentra el país para enfrentar los impactos de la naturaleza y la gran vulnerabilidad en que se encuentra la población frente a sus recursos hídricos. La lamentable conclusión es que no estamos preparados.