23 ene 2013

El sillón de don Otto

El rechazo en el Senado para reformar el sistema electoral en lugar de tomar el camino de las reformas integrales nos recuerda el conocido chiste del sillón de don Otto. Hoy todos preferimos vender el sofá.

Para ser más claros, la nomenclatura inscripción automática y voto voluntario fracasó.

Las vanas promesas de integrar a esa masa de jóvenes, grandes ausentes de nuestro ritual de máxima expresión democrática conocida como elección, no se produjo. No solo porque esa masa no participó, sino que la participación general bajo dramáticamente.

Seamos mas claros aún, la nomenclatura de control al gasto y financiamiento público de campañas, es extremadamente insuficiente y no entrega la mas mínima garantía de equidad en la competencia electoral.

Una reforma de esa envergadura, con el cambio profundo respecto al rol del Estado en las elecciones, no puede llevarse adelante con un SERVEL ausente totalmente de herramientas para cumplir su labor.

A esto debemos agregar lo insuficiente del sistema de elecciones primarias en un escenario donde los partidos políticos no se han reformado, donde existe reelección indefinida y normas electorales básicas, como el financiamiento de campañas muy poco transparente.

En resumen, nuestra naturaleza “chilensis”, esencialmente eufemística, no ha sido capaz, o peor aun, no ha tenido la valentía de hacerse cargo de las reformas mínimamente necesarias, para construir un país verdaderamente inclusivo y participativo. El actual panorama constituye un maquillaje, mal aplicado obviamente, que no hará sino profundizar el sentimiento de desvinculación con la Democracia.

Chile necesita reformas urgentes, los ciudadanos y ciudadanas lo demandan y la clase política debe impulsarlas. Se deben abordar reformas que perfeccionen los instrumentos de participación del sistema democrático.

¿Qué significa esto? Reformas básicamente en tres ámbitos.

Primero, ampliar los ámbitos de participación electoral, haciendo uso efectivo de instrumentos existentes como los plebiscitos comunales (un gran ejemplo nos dio el entonces alcalde, Claudio Orrego), así como su ampliación al ámbito nacional. Los ciudadanos y ciudadanas quieren ser escuchados y deben serlo, no solo a través de mandatarios, sino también directamente y sin intermediarios.

Segundo, generar reglas del juego que tiendan a crear una mayor equidad en la contienda electoral. Esto pasa por el sistema de financiamiento, control efectivo del gasto y limitación a las reelecciones, que sin duda es la más urgente de todas las reformas políticas.

Finalmente, un juego electoral mas inclusivo, con normas que garanticen una mínima presencia en los órganos electivos de las mujeres y donde corresponda, de etnias originarias.

Sin estos cambios necesarios, el descrédito de lo público y la arraigada creencia que la felicidad se obtiene solo por herencia, contactos o el esfuerzo de una sola persona, con franco menosprecio a la comunidad, la cooperación y el trabajo conjunto se seguirán erosionando las bases esenciales del Contrato Social, profundizando el descontento y la paz social que todo país merece.

Estos son cambios que se deben enfrentar como país, que favorecen al sistema en su conjunto a la sociedad y sus individuos, y no solo el beneficio a un partido o facción. No sigamos permitiendo que la lógica Otto siga imperando en el quehacer público y abordemos de manera urgente, lo importante.

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