Sólo 32 mujeres lograron puntaje nacional (850 puntos) en la PSU 2012 (15%), a pesar que ellas representan el 50% en la matrícula escolar desde hace años: 11 puntajes en historia (32,4%), 8 en ciencias (17,4%), 12 en matemáticas (9%), 1 en lenguaje y matemáticas (50%) y ninguna en lenguaje.
¿Quién responde por ello? ¿Cómo se cumple el derecho a la educación para las niñas?
Estos resultados revelan que los colegios no están dando a las niñas y jóvenes la educación que se merecen, es decir, que no están cumpliendo con su objetivo de entregarles las herramientas necesarias para el pleno desarrollo de sus potencialidades como personas. Por el contrario, el sistema escolar reproduce un orden cultural que privilegia ciertas habilidades para los hombres (la razón y el intelecto) y otras para las mujeres (los afectos y emociones) asociadas a estereotipos de género.
Las brechas entre mujeres y hombres en la PSU son lamentables y son la continuación de las brechas presentes en las pruebas SIMCE, y en las pruebas internacionales PISA y TIMMS, en que los resultados de Chile difieren sustancialmente de aquellos de los países europeos, asiáticos y Australia, con los que nos gusta compararnos.
Los esfuerzos impulsados a través de modificaciones en el curriculum y en los textos escolares desde 1990, no han tenido el impacto esperado, manteniéndose la discriminación por género.
Esta se produce a través de los contenidos que se transmiten en los libros de texto, del currículo, las prácticas en el aula, la estructuración de las actividades y los espacios en la escuela, de la interacción entre los propios niños y niñas, y del uso del lenguaje sexista –que invisibiliza o desvalora lo femenino.
Las expectativas de profesoras y profesores respecto de las habilidades de sus alumnas y alumnos afectan su aprendizaje y están marcadas por los estereotipos de género y se traducen en una preparación distinta en valores, prácticas sociales y habilidades que inciden en su futuro vocacional y profesional. La docencia y la dinámica escolar no son neutras al género: tienen un resultado, un efecto, en la vida de alumnas y alumnos.
Ello no debe sorprender si examinamos las mallas curriculares de las escuelas de pedagogía en las universidades que forman a profesoras y profesores, que no incluye formación sobre género. Estas brechas deben ser objeto de análisis y consideración durante la formación de profesores, ya que es expresiva de fenómenos socio-culturales que la escuela puede y debe contribuir a modificar.
La enseñanza puede reducir, perpetuar o aumentar la desigualdad de género o brechas de género existentes, modificar o mantener las relaciones de poder y las jerarquías de género.
¿Consideran los estándares aprobados por el Ministerio de Educación para la formación de profesoras y profesores que “Saber enseñar la disciplina” exige conocer cómo aprenden las y los alumnos los contenidos del currículo escolar y cómo logran los objetivos fundamentales?
¿Conocen los obstáculos de aprendizaje de cada contenido, sus representaciones más naturales, las dificultades y los errores más frecuentes y su origen?
En el caso de la matemática, ¿conocen las actitudes y creencias que suelen intervenir en los procesos de aprendizaje, las relaciones afectivas que llevan a la ansiedad matemática? ¿Saben identificar aproximaciones y estrategias para motivar mejor su aprendizaje, despertar interés en los estudiantes y atraer su atención?
Llevamos dos años en que la reforma del sistema escolar está en agenda, sin embargo, para nada se ha mencionado la eliminación del sexismo como condición necesaria asegurar la calidad deseada.
La formación inicial de las y los docentes debe incorporar los contenidos y metodologías necesarias para garantizar un cierre de la brecha que instala desigualdades desde la educación pre-escolar. Sólo así el Estado podrá garantizar efectivamente el derecho de las niñas a la educación, sin hipotecar su futuro y los esfuerzos de sus familias.