Los medios de comunicación nos han informado de la tendencia creciente de suicidios juveniles, que se está registrando últimamente en nuestro país.
Algunas de las autoridades que abordaron este tema señalaron que hay que tener una especial preocupación, entre otras cosas, en relación al aumento de espacios para el deporte y recreación. Sin duda que serán estos elementos muy positivos, pero nos pareció ausente un análisis más de fondo, en donde se pudiera discernir en otra perspectiva, cuáles podrían ser las razones, quizás multifactoriales, pero sin duda las personales y las que se desarrollan silenciosa y eficazmente en las honduras del alma.
Hay especialistas que aducen que el suicidio en algunos jóvenes se debería a una carga genética, cuestión que desconcierta, en algunos ámbitos, por estimarse un asunto que no tendría solución.
No nos parece acertado señalar a buenas y primeras, que como handicap negativo, propio de este país, quedemos con una sensación de impotencia, ya que frente a lo expuesto tendríamos que asumirlo como lamentable y sin retorno.
Escuchando la noticia, recordé la cita bíblica que se encuentra en el Evangelio de San Lucas, 7, 14. Este pasaje narra el encuentro de Jesucristo con una viuda, que acababa de perder a su hijo, el Maestro se detiene a observar el féretro y le dice al muerto: “JOVEN, A TÍ TE HABLO, LEVÁNTATE”. Ante la palabra liberadora, sanante y amante, ni la muerte, con toda su hondura, peso y tragedia, puede más.
Precisamente creemos que allí se encuentra el núcleo del que adolecen nuestros jóvenes; es decir, así como Jesucristo, se detuvo ante esta persona, lo identificó, le habló conminándolo a salir del sueño mortal y a ponerse de pie es lo que debemos hacer nosotros con la juventud que se encuentra , muchas veces, desanimada, aletargada, desorientada, carente de vida y esperanza.
En esta perspectiva no nos amilana, ni desespera, ni desconcierta, el que puedan hechos como los indicados, fundarse en ámbitos de tipo social, cultural, emocional, afectivo e incluso hereditario.
Estamos ciertos que cuando hay cariño, ternura, personalización, identidad, bondad, cercanía, generosidad y tiempo para dar, la muerte será vencida siempre, por el poder de la vida que llevará a nuestros jóvenes, aún en lo más profundo de su noche a encontrarse con la luz y el sentido para lo cual existe: en ello radica la felicidad.