Qué duda cabe que el movimiento estudiantil ha logrado situarse como uno de los actores políticos más relevantes en la tarea de poner en jaque a la denominada transición chilena, que no ha sido más que el acuerdo de gobernabilidad que Concertación y derecha asumen para poner fin a una de las dictaduras más cruentas de todas las que azotaron al cono sur durante esos años, de la cual hasta el día de hoy se siguen sabiendo estremecedores detalles de cómo operaba su accionar opresivo y terrorista .
Algunos sectores de la actual oposición son críticos, otros condescendientes, algunos incluso defensores, pero en todos existe un amplio consenso en que finalizada la dictadura no se ha avanzado en ningún cambio sustancial al modelo económico y social heredado de ella, el modelo neoliberal.
Amplios sectores de la sociedad se han visto directamente afectados por el ordenamiento económico que impera en nuestro país y justamente son los sectores populares,a quienes solo por chorreo y esporádicamente les llega algún beneficio del milagro económico chileno o del jaguar de Latinoamérica, y ni eso.
La pésima calidad de los pocos bienes públicos que provisiona el Estado y el lucro oneroso que adquieren quienes de manera privada provisionan bienes esencialmente públicos, ha generado niveles de desigualdad cada vez más insoportables que son la base material de la profunda indignación social que nítidamente mostró Chile el año 2011.
Basta hacer el mínimo ejercicio de observar la realidad de un colegio municipal de algún sector marginal y luego compararlo con algunos de los Liceos del barrio alto que cobran aranceles superiores a los $300.000 para constatar cómo en Chile se incuban las enormes desigualdades de origen; o también comparar la urgencia del sistema de salud público con la urgencia de la Clínica Las Condes o la Clínica Alemana para no sentir nada más que malestar y rabia al observar cómo en Chile no se resguardan los derechos sociales más básicos y elementales.
El 2011 fue para muchos el despertar de una posibilidad. En Chile, pese al discurso del fin de la historia y de la transición perfecta y ejemplar que por muchos años hegemonizó el debate público, es posible generar cambios estructurales, profundizar la democracia, ampliar derechos sociales y recuperar nuestra soberanía económica. Y esto por que una gran masa de chilenos, organizaciones políticas, sociales y ciudadanía en general está disponible para trabajar y movilizarse por la tarea de conquistar los cambios sociales requeridos.
Y en esto claramente el movimiento estudiantil jugó un papel clave, pero en ningún caso un papel único. Si hay algo que estimo fue primordial para lograr la fuerza que tuvimos el año 2011 y que siempre estuvo como una de mis preocupaciones principales en cuanto presidenta de la FECh durante dicho periodo, fue la necesidad constante de seguir sumando sectores al proceso movilizador.
La apuesta fue lograr, a diferencia del año 2006, que lo más rápido posible se dejara de hablar del movimiento de los estudiantes para hablar de un movimiento mucho más amplio que el estudiantil. Y aunque con dificultades y falencias, hicimos trabajo dirigido hacia ello: la invitación que realizamos a rectores para que marcharan junto a nosotros, logrando sumar a toda la comunidad universitaria y no solo a los estudiantes;la profundización del trabajo con los secundarios; el trabajo coordinado con el Colegio de Profesores, uno de los gremios con más afiliados del país; la organización del domingo familiar en el Parque O´Higgins, el acto de masas más importante que ha tenido Chile el último tiempo; o el paro junto a la CUT que el 25 de agosto tuvo sólo en Santiago marchas que en su totalidad superaron las 500.000 personas. Todo esto entendiendo lo indispensable que es darle un carácter transversal a una movilización orientada a recuperar derechos sociales universales.
¿Cuáles son las razones principales que confabularon para el evidente retroceso del movimiento estudiantil del año 2012?
Claramente este era un año de reflujo. Había un cansancio, menor disposición y agotamiento debido a siete extenuantes meses de paros y tomas. Pero ahí no están todas las causas. En la administración de dicho reflujo caímos en el error del sectarismo, en la falacia de creer que los cambios sociales iban a venir solo de la mano del movimiento estudiantil o teniendo a este como eje articulador principal.
Se instalaron prácticas políticas que empezaron a socavar la base de legitimidad que el movimiento estudiantil poseía, aumentó el rechazo a las formas de movilizarnos y con ellas aumentó el aislamiento político: la descarnada crítica a la “clase política en su conjunto” incapaz de identificar y acentuar matices y grietas, terminó devolviéndose como un boomerang que aumentó el cierre de la institucionalidad y disminuyó nuestra capacidad de incidencia al tampoco tener la masividad y fuerza de las movilizaciones.
Bajo la teorización del rol de los movimiento sociales en remplazo a los partidos políticos que hegemonizó el debate de los intelectuales de izquierda durante la década de los 90’ pero que ya demostró sus enormes debilidades teóricas y el error que implica asumirlas como práctica política, se condujo a la FECH a ser el brazo social de agrupaciones políticas estudiantiles ambiciosas de entrar al ruedo de la disputa política institucional, pero incapacitadas de hacerlo por su inexistencia orgánica más allá de las aulas universitarias.
El resultado ha sido una disociación con un estudiantado cada vez más decepcionado, preocupado más por problemáticas internas y locales, pero que de todos modos no abandona la convicción de lo justo que sería una educación pública, gratuita y de calidad. El movimiento estudiantil, aun con megáfono en mano, cada vez se está quedando más solo y eso debemos revertirlo.
La conducción de la FECH debe, por un lado, preocuparse mucho más de los conflictos locales que han florecido por distintas universidades y facultades del país.Pero no darles un tratamiento autónomo y aislado al interior de la Universidad, sino que vincularlos con las demandas y luchas sociales y ponerlos también en la disputa de la institucionalidad política.
De ahí que, por ejemplo, es muy saludable el proyecto de acuerdo que se origina en la bancada de diputados comunistas que propone el retorno del Hospital Clínico de la Universidad de Chile a la red de salud pública, una demanda sentida por la comunidad de la Facultad de Medicina, que debe asumirse no únicamente como una problemática local o un debate meramente universitario sino que como una demanda nacional y necesidad de un pueblo en su conjunto.
Mientras que por otro lado, una conducción de la FECH a la altura de los desafíos políticos del año 2013, para poder incidir de forma real en los debates nacionales que estarán encima de la mesa en un año de elecciones presidenciales,debe dar un viraje radical en profundizar de manera real los vínculos con las organizaciones del mundo social existentes. Tanto las incipientes que han nacido este último tiempo, así como también con las organizaciones de mayor tradición en las luchas sociales.
Allende señaló en la Universidad Autónoma de México “la revolución no pasa por la Universidad”, pero claramente no es ajena a esta.
Debemos entender esta enseñanza no como el llamado a delegar en otros los procesos de transformación social que Chile necesita, sino que asumir con mayor responsabilidad política la necesidad de la integración de distintas miradas en los procesos de transformación social que Chile debe empezar a experimentar si es que queremos materializar de manera efectiva las demandas nacidas del mundo social durante el año 2011.
Ahí esta lo que ponemos encima del debate quienes impulsado la lista D: a Levantar la FECH, a Despertar Chile.