Se le aguó la fiesta al ministro-candidato, arrastrando en su caída al ahora derrotado alcalde de Santiago. La ambición lo llevó a la euforia y la euforia al ridículo. No cabe duda que muchas personas fueron a votar con el propósito de sancionar el menosprecio de la voluntad ciudadana expresado en este inusitado propósito de absurdos festejos antes que las urnas se abrieran y dieran su palabra definitiva.
Al oficialismo lo derrotó su soberbia y el círculo vicioso de sus cálculos autocomplacientes, de encuestas parciales y de un intervencionismo que la ciudadanía rechazó.
Así mismo, el veredicto de quienes votaron quiso dejar atrás, definitivamente, repudiables expresiones de la crueldad pinochetista, como en Providencia, donde el impúdico homenajeante de los violadores de los derechos humanos fue derrotado, por su conducta autoritaria, prepotente y su estrecho maridaje con contumaces criminales y torturadores, como el jefe operativo de la DINA y otros similares, que recibían las loas y elogios bajo patrocinio alcaldicio.
Un puñado de alcaldes semivitalicios deberá dar un paso al costado, entre ellos, el comprador de votos de Independencia, caso patético de odiosidad hacia las mujeres y del populismo más ramplón y vergonzoso de la derecha chilena.
No cabe duda que la gente merecía más.
En este contexto, el ministro-candidato quiso exhibir su audacia y mascar la fruta prohibida, festejar burlando el decoro republicano. Por ello, ha perdido el paraíso. Se arriesgó y sufrió una severa derrota política. ¿Hasta cuándo el Presidente de la República lo soportará en el gabinete? No se sabe.
Como las ínfulas del presidenciable son ilimitadas, pretende quedarse aún un semestre más. Pareciera ser que su criterio es simple: es más fácil hacer campaña desde los cargos de gobierno. En todo caso, ahora busca balcón desde el cual exhibirse.
El país fue informado que habrá un cambio de gabinete en cosa de días. Esta es una prueba de fuego para el actual gobernante. Si ratifica un gabinete de intervencionismo electoral, será muy desafortunado para el país y se precipitará un período de lamentable confrontación política.
En cambio, si hay una rectificación notoria y efectiva hacia un gabinete que entregue garantía real de poner término al uso del aparato de Estado con fines clientelísticos y amicales, en ese caso, de haber seguridades de prescindencia como corresponde al buen criterio republicano, el Presidente de la República podrá entregar correctamente su mandato (como a él se le entregó, por lo demás) a quien el país soberanamente elija como su sucesor en noviembre del próximo año.
Es decir, la búsqueda de balcones como trampolín electoral puede ser un error final de una administración que acaba de ser derrotada por la ciudadanía.
En consecuencia, el desafío de la oposición y el oficialismo es la observancia del interés nacional y no nuevas aventuras triunfalistas.