Si se revisan las ocasiones que en la historia política de las sociedades, cuando han ocurrido conflictos intrasocietales o en guerras entre naciones, ha sido oportuno o inoportuno perdonar la vida del adversario, cuando éste se encuentra caído, el ejercicio podría servir para evaluar la propuesta de Enrique.
Veamos. El gobierno de Piñera ha sido muy eficiente cualidad que fue proclamada como uno de sus sellos a lograr. En efecto, en apenas un año y medio logró armar una crisis política que la Concertación demoró casi 18 años en producir. Vaya eficiencia.
La crisis política se incubó en la Concertación cuando la Presidenta Bachelet decidió fugarse de los conflictos y abdicó del desgastante rol de jefe político de la coalición gobernante.
Esa conducta le dio un blindaje tal, que su papel se circunscribió a un exitoso desempeño en el plano emocional de conexión con la gente, potenciando su capacidad empática indesmentible, pero fuera de los conflictos reales y objetivos que ocurrían en la esfera de la política. Para enfrentarlos estaban los dirigentes de los partidos, total para eso fueron designados, con cueros duros fraguados en muchas batallas.
Ese cuadro inducido por asesores ubicados en algún piso, tuvo como consecuencia la depreciación de una Concertación sin liderazgo, lo que abriría paso a su “descomposición” que se llenó de díscolos y aventureros pretenciosos y fugas para cualquier lado: en el PS, en el PPD y en la DC.
Mientras más ausente la Presidenta de tan feos líos, más crecía su popularidad. Ergo, al pueblo no le gustan los conflictos políticos. (retener este asunto para lo que viene en este escrito).
Si a este proceso se agrega la incapacidad de los dirigentes de los partidos políticos de la Concertación para darse cuenta del fenómeno que estaban viviendo, el resultado era previsible: el triunfo del candidato de las derechas.
Es obvio que al asumir Piñera no tenía porqué perdonar la vida de los dirigentes de la Concertación. Simplemente los había vencido y tenían que estar en el recipiente de los derrotados, donde debían estar. Y por eso los ha ninguneado y maltratado (von Baer mediante).
La queja de ellos de que no son tomados en cuenta para las propuestas del gobierno, suenan a llantos o berrinches, a veces algo patéticos. Al fin de cuentas es cierto que Piñera está haciendo algunas cosas que: o no se quisieron hacer o no se alcanzaron a hacer. Como es obvio, también hace de las suyas y eso le ha traído problemas.
Resulta que ahora, a mediados del 2011, a un año y medio de gobierno, la cosa política para Piñera está mala. (Con su proverbial y superficial verborrea lanzó desde Italia la frase de que en Chile la economía está bien pero la política está mal.) El asunto no es que la política esté mal. Sino que la cosa política dentro de su sector es la que está mala.
El desapego de la UDI con el gobierno (¿o con la persona de Piñera?) es ostensible y tan notorio. Pura incomodidad. Hoy día sin ir más lejos de Requínoa los agricultores hicieron una manifestación contra un gobierno que “no nos escucha” en la que estuvieron con presencia activa senadores y diputados de la UDI. Fuerte. Heavy. Ni comparación con el ataúd de Girardi frente a la Moneda en tiempos de Frei o Lagos. No recuerdo. (Sorry, el episodio no se quedó grabado en los hitos trascendentes de la historia de los gobiernos de la Concertación.)
El manejo de la política del gobierno es la mala Sr. Presidente. Justo cuando podría haber aprovechado su discurso del 21 de mayo, se le viene encima el asunto de AVC1. (Lo que quiere decir que como problema, sólo afecta a un grupo bien selecto de la sociedad) Y se le arma el conflicto.
Nuevamente se le dividen sus huestes. Pierde fuerza y que decir su credibilidad que según el macrocejudo Méndez, está muy bajita. Los chilenos y chilenas no le están creyendo.
Pero aquí viene el capítulo más interesante. Hay que tenderle la mano a un gobierno que se acerca al suelo y tratar de levantarlo. Perdonarle la vida. Esto es como en la serie del Chapulín Colorado. ¿Y ahora quien podrá ayudarnos dice Piñera? Yo, Enrique Correa. La propuesta tiene un candor muy parecido al personaje de Bolaños.
Al contrario, pienso que para lograr un definitivo y sano cambio del sistema político en Chile (lo que es más que necesario) hay que dejar que los conflictos fluyan y se desplieguen. Lo que no quiere decir que hay que golpear a Piñera y su gobierno en el suelo. Pero, si en algún momento hay que hacerlo, hay que hacerlo. Con inteligencia (¡¡Helas!!)
Ahora vuelvo a aquello que decía que había que retener (ver supra).
Todo parte de un supuesto que no se demuestra: que a los chilenos no les gusta el conflicto y que por eso en las encuestas se evalúa negativamente al Gobierno y a la Concertación porque se agarran de las mechas.
Esto no es acaso producto de la lógica democrática entre gobierno y oposición para que la gente diferencie una cosa de la otra, porque si no juntémonos no más y se acaba el problema. Somos todos chilenos, todos hermanos, (ojalá mapuches incluidos) Viva la Roja.
El tema no es que los chilenos sean tembleques o temerosos del conflicto.
El problema real y sustantivo es que no entienden de qué se trata la pendencia gobierno-oposición. Sobretodo cuando tenemos un gobierno de derechas y una oposición de centro-izquierda.
Mi idea como cientista social y a la vez político, es que para que la gente entienda que el conflicto es sustantivo y legítimo, es que desde la condición de oposición hay que elegir temas y ejes de conflicto (sí, de conflicto) que le sirvan a los ciudadanos para ver quien es quien y de qué lado está. De otra manera los confundimos y con ello no participan.
Todo lo dicho o escrito, es para sostener que el tema hoy, no es perdonarle la vida al inepto gobierno de Piñera, mediante eso de los acuerdos, sino traer cierta claridad. Y eso de no haber acuerdos, no va a hacer colapsar y destruir Chile. Decir eso es un chantaje moral. Lo declaro solemnemente, no quiero que mi amado país se derrumbe. I love Chile.
Nota bene: los programas más vistos de la TV son aquellos en que los conflictos y las competencias llegan a puntos de exacerbación máxima. Es decir, parece que a los chilenos les gusta o aceptan el pleito, pero a condición de saber de qué se trata.