Salvador Allende fue un político que amó a su país, creyó en la democracia, promovió el cambio social, y por sobre todo, soñó con un mundo mejor para los trabajadores de su patria, a quienes dedicó su testamento político.
Su compromiso político comenzó muy tempranamente como dirigente estudiantil secundario y universitario, fundador del Partido Socialista de Chile en Valparaíso, diputado, ministro de Pedro Aguirre Cerda, y líder de su partido.
Fue senador ininterrumpidamente desde 1945 hasta 1970, habiendo sido Vicepresidente y Presidente del Senado, hasta cuando asumió como Presidente de la República.
Su labor legislativa es enorme, siendo autor de leyes como la creación del Colegio Médico; el Servicio Nacional de Salud; el Servicio de Seguro Social; la ley de Alfabetización Campesina; el Consejo Superior de Protección de la Infancia y la Adolescencia; por mencionar algunas.
La más trascendente para los intereses de Chile fue la nacionalización del cobre, propuesta que contó con el apoyo unánime de todos los sectores políticos representados en el Congreso Nacional.
Salvador Allende fue por sobre todo y ante cualquier circunstancia un demócrata.Comprendía consistente y cabalmente la política como una acción colectiva. Aquella frase que muchas veces repitió: “construiremos el socialismo en pluralismo, democracia y libertad” recogía lo sustantivo de la lucha popular y lo mejor de nuestra cultura republicana, de las que se sentía heredero.
Por ello su propuesta de fondo era profundizar la democracia de manera que fuera más participativa, solidaria y verdaderamente plural en sus dimensiones política, social, económica y cultural. Asimismo, respetuosa de los derechos humanos y de las libertades, las que consideraba necesario ampliar frente a las restricciones conservadoras.
El proyecto político de Salvador Allende alcanzó un gran arraigo en la población, especialmente entre los sectores populares. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la Unidad Popular obtuvo un 43,5% de la votación, un porcentaje significativamente superior al que obtuvo al comenzar su mandato.
Estaba consciente que esto era insuficiente y respondiendo a la polarización de la sociedad declaraba: “Rechazamos nosotros los chilenos, en lo más profundo de nuestras conciencias las luchas fratricidas… el respeto a los demás, la tolerancia hacia el otro, es uno de los bienes culturales más significativos con que contamos…”.
Como Presidente de la República implementó un programa de Gobierno que fue aplicado consecuentemente. Los sectores sociales históricamente postergados se sintieron protagonistas de un proceso de transformaciones que les favorecía. Sin embargo, los cambios que se llevaron a cabo, provocaron una frontal reacción de los sectores de derecha.
Fue una época de sectarismos, sabotajes y conspiraciones. Fue uno de los momentos más complejos de nuestra historia, en que el Presidente Allende tuvo que lidiar en varios frentes: la sedición de la derecha golpista, el embargo y el hostigamiento del gobierno de Nixon, una oposición implacable y la incomprensión de la ultraizquierda, y a veces hasta de su propio partido.
No obstante las dificultades internas y externas, pudo mostrar avances, mejoras y transformaciones. El Chile de hoy, su modernización y desarrollo sería impensable sin los cambios en la injusta posesión de la tierra, iniciada ya en el Gobierno de Frei Montalva, y la nacionalización del cobre. El creciente apoyo electoral a su gobierno solo se puede explicar por la potente política de beneficios de toda naturaleza a las grandes mayorías que nunca habían accedido a ellos.
Su gobierno, a pesar de sus complejidades, constituye uno de los momentos más singulares de la trayectoria del país, caracterizada por las grandes manifestaciones populares, la cultura y los artistas que acompañaron con sus creaciones el proceso de cambios vividos.
Salvador Allende valoraba la educación pública gratuita como una responsabilidad preferente del Estado, que es una de las grandes demandas que hoy hacen los jóvenes estudiantes: educación de calidad, gratuita y laica, y no la educación entendida principalmente como un negocio con fines de lucro.
La figura del Presidente Allende sigue viva entre los jóvenes, que lo admiran por su ética y su consecuencia a lo largo de cincuenta años junto a su pueblo.
Hoy, cuando nuestra sociedad se está manifestando ampliamente en las calles, no puedo dejar de pensar lo orgulloso que se sentiría mi padre por ver como la conciencia social de nuestros jóvenes y ciudadanos abogan por una sociedad más justa, con una mejor educación y salud pública, respeto al medio ambiente y a nuestros pueblos originarios, por la diversidad y no a la discriminación.
Rescatar nuestra historia y proyectarnos con fuerza hacia el futuro es una tarea prioritaria. Salvador Allende no es un mito sino una fuerza que está viva, si somos capaces de asumirlo de cara al siglo XXI.
En su nuevo aniversario, él sigue representando la lucha por los sueños que dan sentido a la vida, y constituye un modelo de ética política y de esperanza por un mundo más libre, más justo y más igualitario.