Una de las experiencias más notables durante el inicio de la Colonia fue la evangelización de los indígenas en la América hispana, emprendida por la Compañía de Jesús en extensos territorios. Comenzó poco después que San Ignacio de Loyola fundara la Orden en 1540, dependiente directamente de Papa romano y no del Episcopado local.
Los lugares donde concentraron sus esfuerzos fueron las cercanías de Córdoba, Argentina, la Provincia Jesuítica de Paraguay, que cubría zonas de Brasil y Uruguay y en la Chiquitanía y Moxos en Bolivia.
Fue una experiencia única, ya que no solo significó una acción religiosa, sino un aporte notable en el plano de los derechos de los indígenas, su organización política, social y económica y la trascendental contribución cultural. De todos estos aportes se conservan, hasta hoy, muchos elementos.
El intento de crear la “Ciudad de Dios”, en que los indígenas eran considerados como iguales, no fue una Utopía, como ha sido considerada por algunos autores, sino una realidad en territorios que fueron habitados por una numerosa población autóctona, con un alto grado de autonomía de la autoridad hispana.
Esta labor inédita tuvo un brusco final en 1767, cuando el rey Carlos III de España decretó su expulsión y el abandono de sus dominios.
Pese a este abrupto final, la labor misionera dejó profundas huellas en las antiguas colonias debido, principalmente, a que ella tuvo características diferenciadoras y remarcables.
Si bien, en un comienzo, las órdenes religiosas dependían de la comunidad hispana para su subsistencia, la defensa de los derechos de los indígenas les llevó a una situación conflictiva, en especial por los abusos respecto a los servicios personales y el régimen de las encomiendas, que les quitó a los religiosos el sustento y les obligó a buscar su autonomía. Esta situación fue especialmente seria en el caso de los jesuitas.
Además, a diferencia de otras órdenes religiosas, incorporó en su evangelización los elementos autóctonos propios de la cultura indígena, lo cual se manifestó en la promoción de lenguajes comunes para la comunicación de los diferentes grupos étnicos, el uso de la música propia, la mejoría de la artesanía, especialmente en los tejidos autóctonos y los cueros, que se promovían junto con la agricultura y la crianza de ganado.Desde un punto de vista organizacional, se separaba la labor religiosa de la productiva.
No cabe duda que uno de los principales aportes de las misiones estuvo en la promoción del trabajo especializado y con claras ideas de sistematización de las labores. Los progresos en la división del trabajo les permitió avances significativos en eficiencia.
Otro aspecto destacable fue la organización social alcanzada por las comunidades indígenas. Cada persona tenía establecida el tipo de funciones que le correspondía desarrollar según sus aptitudes, con la respectiva jerarquización. Este logro contribuyó a la capacitación de los diferentes pobladores ya que, aparte de disponer de una especialización laboral, tenía asignada una clara responsabilidad en el cuerpo social, desarrollando su sociabilidad y el sentido solidario.
Por otra parte, se logró una acertada combinación de la propiedad individual con la colectiva (“propiedad de Dios”). Desde un punto de vista urbanístico, las misiones también tenían una lógica, ya que los espacios estaban zonificados, con la plaza hispana como lugar de encuentro, destinándose lugares específicos para el desarrollo de las funciones religiosas, educacionales, productivas y recreacionales. Además, cada familia tenía una vivienda individual y una huerta para su cultivo, aparte de las faenas colectivas.
Pero las maravillosas experiencias de la Chiquitanía, las estancias de Córdoba, las misiones guaraníes y ejercicios de emprendimiento como los desarrollados en Chile, vieron su fin con la expulsión de los misioneros.
La salida de los jesuitas fue drástica; tuvieron que dejar sus tierras “con lo puesto” y –empeorando la situación- sin herederos. Bajo estas circunstancias, las consecuencias del desalojo fueron catastróficas. Las inmediatas: esclavitud, inquilinaje en las nuevas haciendas y estancias o huidas a la selva para retornar al nomadismo y la vida primitiva.
En el largo plazo, la pérdida de la “Ciudad de Dios”, la experiencia de un tipo de desarrollo económico-social que pudo dar otro rumbo al largo y pobre letargo colonial y a la dramática historia de inestabilidad republicana que Latinoamérica sufre hasta ahora.
La España, gran potencia colonial en el Siglo XVI, no se modernizó y fue incapaz de seguir explotando sus territorios de ultramar, de seguir aprovechando los excedentes para su propio progreso, quedando atrás de otras naciones europeas dinámicas e innovadoras.
Siguió en su largo sueño que duró hasta la muerte de Franco. Finalmente se incorporó a Europa, pero con un retraso demasiado prolongado.
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