Después de todos estos años de democracia protegida, limitada, negociada y pobre, para la mayoría de los chilenos, está claro que llegó el momento de un cambio profundo y definitivo en el sistema binominal que la regula y distorsiona.
Para muchos de nosotros este sistema implementado por la dictadura y utilizado cómodamente por los dos grandes conglomerados políticos de nuestro país, representa una traba para las grandes transformaciones que estamos pidiendo desde hace un buen tiempo y que esa misma clase política se niega porfiadamente a dar paso.
Por más de veinte años dirigentes políticos, los que han gobernado y los que han sido oposición a esos gobiernos, se han ido transformado, año a año, más que en una clase política, en un “casta política”. Vemos por un lado como existe una oligarquía parlamentaria, que se niega dar paso a nuevas ideas y nuevas formas de hacer política, así como a llevar a cabo los cambios, que la mayoría de la sociedad chilena pide cada vez con más fuerza.
Por otro lado esta “casta” confunde sistemáticamente recambio con regeneración, tanto de rostro como de ideas. Es cada vez más molesto para todos nosotros, ver como políticos de todos los colores se eternizan en cargos públicos de todos los niveles. Concejales, Alcaldes, Diputados y Senadores llevan años y años vegetando muchas veces, sin ser, a esta altura, un real aporte a la sociedad chilena.
Hoy, sin embargo, estamos viendo como hay algunos de ellos que están entendiendo, por las razones correctas o no, que es necesario ese cambio, pero nos enfrentamos al mismo tiempo, a un grupo de estos autodenominados servidores públicos, que no tienen ni la menor intención de dar ese paso. Me refiero específicamente a la Unión Demócrata Independiente (UDI).
¿Pero por qué la UDI defiende a ultranza este sistema?
Bueno, lo primero que uno puede pensar es que no están dispuestos a perder ese 23% de representatividad parlamentaria que tienen hoy. Y no deja de ser cierto. Pero tras esta negativa se esconden razones mucho más alarmantes. No es simplemente el egoísmo y la posibilidad de perder influencia lo que mueve a sus coroneles a no dar paso a estas transformaciones. La razón principal es mucho más profunda.
Este sistema, fue construido e implementado por los mismos políticos que hoy están en el gobierno y que apoyaron y trabajaron en la dictadura militar. Ellos que escondieron la cabeza, en el mejor de los casos, mientras ese mismo gobierno violaba ferozmente los derechos humanos de miles de chilenos. Son ellos mismos, los que con tal de poder instalar el sistema neoliberal como modelo económico en el país, aceptaron de buena gana trabajar en ese gobierno mientras chilenos eran torturados y asesinados en cárceles y calles de nuestras ciudades.
Hoy por hoy, algunos de ellos nos hablan de arrepentimiento. Pero no nos debemos dejar confundir, los arrepentimientos y los actos de contrición de lo que hemos sido testigos en estos años no representan un cambio importante, cuando en el fondo, se pretende mantener el legado político de ese gobierno terrorista.
Los dirigentes de la UDI, no pueden pretender que les creamos esos arrepentimientos si de una buena vez no dan paso a una democratización de fondo de nuestro sistema político. Y en ese acto dejar a un lado la actitud prepotente que caracterizó en el pasado y en el presente su manera de actuar.
El legado político de la dictadura está más presente que nunca en nuestra sociedad, no sólo en el sistema electoral y político, también en el sistema educacional, y más profundamente aún, en el sistema de economía neoliberal que nos rige. Pero estos altos dirigentes políticos de la derecha ultra conservadora chilena, ni siquiera han sido lo suficientemente claros en dejar a un lado este legado, toda vez que no han sido capaces de condenar con la fuerza necesaria los homenajes que grupos profundamente minoritarios y fanáticos le han hecho a asesinos tan connotados como Miguel Krassnoff o al mismísimo Agusto Pinochet.
Esta actitud queda a la vista, cuando y a pesar, de que la mayoría de la sociedad chilena rechaza estos homenajes, la UDI persiste en mantener y apoyar al alcalde de Providencia, principal gestor del homenaje a Krassnoff, militar condenado a más de 140 años por secuestro, homicidio y tortura. Para que se postule nuevamente, para ocupar por cuatros años más el cargo y así cumplir 20 años al mando de dicha comuna.
Perpetuación en el poder que no les incomoda, muy por el contrario les interesa. Y no les incomoda, porque la concepción de democracia que tienen no entiende de valores tan básicos como el de alternancia en el poder. Lo que solo puede traer consigo, como la historia nos demuestra, los abusos y negligencias administrativas que tantas veces hemos visto.
Si le debemos creer o no al ministro Chadwick, cuando habla de su arrepentimiento por haber apoyado a la dictadura militar, es absolutamente irrelevante, toda vez que se niega a propiciar, desde su posición de poder, las mínimas condiciones de dialogo necesarias para avanzar hacia un sistema más democrático y que deje atrás las ataduras heredadas de ese gobierno, del que hoy reniega.
Lo que el Ministro Chadwick debe entender es que de los arrepentimientos no se habla, los arrepentimientos se demuestran con hechos. Y él, y los otros personeros de su partido, tienen mucho que demostrar, para que el pueblo chileno considere como valido ese arrepentimiento.
La sociedad chilena está viviendo una crisis de representatividad tan profunda y total, que da miedo el pensar en qué puede terminar si la clase política no logra avanzar hacia los cambios que el pueblo quiere.
Desde hace un tiempo, los chilenos en general, no creemos ni confiamos en los políticos, qué duda cabe. Encuestas y estudios nos hablan a diario de esa realidad. Pero lo que está pasando hoy en nuestro país es más catastrófico aún. La gente se ha ido dando cuenta que no solo no confía, sino que además, lo que es mucho peor, no los necesita.
Las movilizaciones que hemos visto en Aysén, Freirina y el Maule, por nombrar algunas, nos ponen de manifiesto que los chilenos a todo nivel, están buscando solucionar sus problemas por una vía mucho más directa, pero que como hemos visto también, conlleva un costo social y económico altísimo.
Nunca en todos estos años de democracia habíamos visto más gente en las calles, más heridos por lacrimógenas y por balines policiales, más detenidos, más carabineros lesionados, más calles destruidas, más comerciantes arruinados por la destrucción de sus locales. Y pese a todas estas clarinadas de alertas hay quienes sienten todavía que pueden seguir con la cabeza entre las piernas tratando de aprovechar hasta el último día las granjerías que le significa la mantención de sus cuotas de poder.
La democracia en Chile, está en crisis, esta vez no por las armas. La democracia chilena está en peligro, no por enemigos externos. La democracia en Chile está en enferma y es por la actitud irresponsable de quienes no entienden o no quieren dar paso a los cambios que la gran mayoría de nosotros exigimos.
La democracia chilena está en la UTI, la enfermedad es el sistema binominal y el remedio solo puede venir, producto del convencimiento que tiene la mayoría de nuestra sociedad por sobre un grupo minoritario de chilenos que insiste en mantenerla sedada, atontada e inmóvil.