Nadie que tenga confianza en sus convicciones puede negarse al diálogo, sobre todo si se considera protagonista de la institucionalidad democrática. En dicho escenario no existe el aplastamiento del adversario, eso ocurre en un enfrentamiento bélico y en las dictaduras.
Por el contrario, lo que vale en democracia es la capacidad de convencer, de intercambiar opiniones, entregar argumentos y persuadir; asimismo, presupone el coraje cívico de aceptar los puntos de vista del interlocutor en el caso que ellos muestren coherencia y sean potentes.
De ese modo, se van configurando las posibilidades de llegar a acuerdos o no en el caso que las diferencias sean insalvables. En tal circunstancia, finalmente, la soberanía popular, el voto ciudadano, es el que debe decidir. La renuencia a este ejercicio democrático no es fortaleza sino que debilidad.
Con estos criterios propuse instalar un diálogo entre gobierno y oposición.
Primero, para el debido reconocimiento de las opiniones de cada cual y luego, establecer si pueden haber acuerdos o si ellos no son posibles.
Segundo, este esfuerzo es necesario por el ensimismamiento de los actores políticos, por su retórica autorreferente, por la distancia que se ha producido entre ellos y la sociedad civil.
Tercero, porque esa lejanía debilita al sistema político en su conjunto y fortalece el poderío de las grandes corporaciones económicas que ante el entrabamiento político ven acrecentadas las posibilidades que sus intereses prevalezcan.
Se ha comentado mucho que mis motivaciones son un “blindaje” a la ex Presidenta Bachelet. Vuelvo a repetir, ella no necesita inmunidad alguna y los ataques o maquinaciones en su contra se caen solos y se desploman por su propio peso.
Entonces, en esta situación de desgaste y falta de perspectivas, de lo que se trata es de dignificar la política, es un esfuerzo de auto exigencia, de “ponerse las pilas”, de instalar aquellos grandes temas que son auténticas demandas nacionales como la reforma educacional, la política energética y la reforma tributaria, la ampliación de la democracia y el cambio del sistema electoral binominal, es decir, aquellos que nos pueden permitir responder a las demandas ciudadanas o constatar que las diferencias son de una envergadura de tal dimensión que no es posible acuerdo alguno.
Pero, haciendo un ejercicio en función del interés nacional y el trabajo de abrir, aunque sea un paréntesis, en las recriminaciones mutuas de todos los días que no hacen más que socavar la legitimidad de las instituciones democráticas.
Lamento no haber logrado convencer al conjunto de los actores involucrados respecto de la necesidad de hacer este esfuerzo. Lo siento profundamente, creo que era lo justo y que valía la pena.