En política, la esperanza siempre tiene que estar presente y es preferida a cualquier derrotismo anticipado. Eso explica que la derecha esté tan interesada en sus precandidatos presidenciales.Mientras más entusiasmo despiertan los aspirantes, más queda implícito que el liderazgo que hoy está operando no convence a nadie.
No es para menos. En realidad, la Alianza se encuentra a estas alturas exactamente en el lugar inverso en el que proyectó que se encontraría -a estas alturas de su primer gobierno- tras medio siglo de derrotas presidenciales. Los que esperaban estar quebrando marcas de buena gestión, reconocimiento ciudadano y respaldo mayoritario, se encuentran con las peores evaluaciones desde la recuperación de la democracia.Se han roto todos los records a la baja.
Por supuesto, no hay ser humano que resista hasta el infinito el esperar que “ahora sí” llegará el momento del apoyo público, porque “estamos haciendo bien las cosas” y esto “tiene que ser visto ahora”.
No, lo que ha convencido a una mayoría consistente de que este es un mal gobierno no es la poca información sino la más amplia difusión de las acciones del oficialismo.Lo que pasa es que lo que se conoce de las actuaciones de Piñera y del gobierno simplemente concitan rechazo.
Tanto es así, que la difusión de logros y de buenos resultados sectoriales no está produciendo ningún efecto en un cambio de actitud ciudadana ante la administración de Piñera. Se saben y se comunican, pero no permiten hacer un giro en la tendencia general.Es como si se hubieran independizado completamente entre sí los logros de gestión y la sanción política de los actores públicos.
La verdad es que el presidente empezó por ser decepcionante, llegó a ser exasperante y hoy le es indiferente a la mayoría. No parece un factor sino una fatalidad con fecha de vencimiento.
Por eso es que para la mayoría de nosotros el tiempo de gobierno no se mide por el lapso que lleva en el poder sino, al contrario, por el período que le falta para que salga del poder.
En este escenario es entendible lo que ocurre con la derecha. Al fin y al cabo, nadie se puede conformar como sector político con quedar como una perfecta nulidad, luego de haber aspirado al poder durante tanto tiempo, y de pensar que se harían las cosas tanto mejor que la Concertación. De allí el entusiasmo que despiertan los candidatos.
Pero se trata de una esperanza con muletas. Lo normal y esperable es que la aspiración a continuar en La Moneda se deba al reconocimiento amplio de los méritos de una forma de gobernar. La decepción no es terreno fructífero para darle continuidad a una alternativa política.
Piñera y este gobierno ya tuvieron su oportunidad. Ahora hay que reconocerlos en lo que son: un caso perdido y una esperanza frustrada. Lo que tendría que explicar un aspirante presidencial de derecha es qué es lo que ha fallado hasta ahora. Si no quiere suicidarse en el punto de partida, no podrá decir que se debe a la carencia de un proyecto, a la falta de equipos humanos capaces de dar gobernabilidad, a deficiencias de gestión o a una fuerte inadaptación a las exigencias propias del servicio público.
Lo que dirá (sin decirlo) un postulante oficialista a La Moneda es que la falla está en la conducción. Que a la cabeza del esfuerzo colectivo estaba alguien que no logró ser querido ni aceptado; sin empatía con las demandas ciudadanas más sentidas; alguien con imagen de conductor fuerte y comportamiento de irresoluto; un acaparador de problemas que están quedando sin resolver.
En otras palabras, quien quiera suceder a Piñera tendrá que desmarcarse fuertemente del mandatario para tener alguna chance. De otro modo sería como intentar nadar con un ancla amarrada alrededor del cuello. En Palacio esto es algo que todos saben y que casi ya lo dicen.
En lo que queda demostrado tal actitud, es en dos comportamientos muy reveladores. Por una parte, los candidatos presidenciales despliegan sus campañas sin mucho miramiento; por otro, y al carecer de una dirección férrea, desde diversos centros de decisión se pueden iniciar ataques contra la oposición que nadie parece medir ni controlar.
Este último aspecto es el más llamativo. Estamos ante el predominio de los tácticos sin rumbo. El ataque a Bachelet por el 27-f es una muestra elocuente de hasta dónde puede llegar una operación política, en la que nadie parece medir las consecuencias. Es como si se pudiera mantener una maniobra ofensiva sin que nadie la detuviera hasta que los estropicios que se acumulan son demasiados.
Al parecer, los mismos líderes de la derecha conocen este inusitado y desquiciado modo de proceder. Por lo mismo se han levantado voces en esta ocasión pidiendo públicamente un “alto al fuego”. Pero cuando se ha llegado a necesitar procedimientos tan extremos de autocontención significa que estamos en presencia de una nave en la que los tripulantes no tienen un capitán al que reportarse.
Que los candidatos son ministros y que estos ministros tienen agenda propia de campaña es también un hecho de la causa. Está claro que el decoro no es la especialidad de la casa.
Sin embargo la cuenta regresiva para los ministros candidatos ha comenzado.Puede que no se hayan dado cuenta y puede que (para variar) nadie se los haya dicho, pero tiempo es lo que menos les queda. Se han lanzado por un tobogán que no controlan.
Hoy es el tema de las fotos, mañana será el tema de los carteles, de las proclamaciones, de las manifestaciones espontáneas en competencia de barras. En fin, todo puede ser discutido, excepto que con fondos públicos de todos los chilenos se promuevan candidaturas de algunos chilenos.
En este panorama está claro que, tras la encuesta CEP, ya no le queda al gobierno ninguna remota posibilidad de remontar. Lo alcanzó el tiempo, lo envolvió la indiferencia.
El Presidente ha entregado su penúltimo mensaje, el tono es más pausado, pero también de honda derrota: la derrota del que ya no tiene esperanzas.
Mientras los candidatos buscan su destino, los tácticos andan sueltos y el ministro vocero intenta envolver la incertidumbre en un manto de normalidad. Es lo que ocurre con los casos perdidos.