Se nos fue el 2011, sigue avanzando este nuevo siglo, dejando a su paso un sabor ambiguo y una estela de dolor e incertidumbre: vivimos en medio de una colección de vergüenzas que no hemos querido o no hemos sido capaces de modificar realmente.
El escenario mundial de hoy, se despliega en medio de una estela de desplazados, asesinados, reprimidos, niños que mueren de hambre, invasiones externas a países y derrocamiento de autoridades, la amenaza permanente de una nueva conflagración, el engaño mediático y una naturaleza mortificada que se encabrita impredecible.
Como estamos en el mundo de los datos y los meros hechos, mencionemos algunos botones de muestra de esas vergüenzas: el “exitoso” capitalismo de mercado desregulado que nos rige a nivel mundial se da en medio de una población de desnutridos crónicos que alcanza los 1020 millones (FAO, 2009).
Al mismo tiempo, tenemos más de 800 millones que no tienen acceso a agua potable (OMS/UNICEF 2008). Hay, se calcula, unos 2.500 millones de habitantes sin acceso a sistemas de drenajes y cloacas (OMS/UNICEF 2008).
Aún tenemos a nivel mundial – en la supuesta era de la intercomunicación tecnológica- unos 774 millones de adultos que son analfabetos (Unesco).
Pero volvamos más cerca de nosotros y a un nivel más micro si se quiere: en diciembre pasado pasó desapercibida para los medios “serios” una noticia impactante proveniente de los Estados Unidos: una madre indigente disparó contra sus hijos y luego se suicidó en una oficina estatal de Texas, luego que le negaran durante meses la asistencia social solicitada en cupones de alimentos.
Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos a la Sra. Grimmer se le negaron los cupones de alimentos desde julio (011), porque no entregó la información suficiente (sic).
Entre nosotros las vergüenzas con las que convivimos a diario son numerosas y aparece cada día algo nuevo. Fíjese usted, sin debate ni discusión nos enteramos ahora que un adefesio de mal gusto se está levantando en Castro, contrariando la singularidad arquitectural de ese lugar.
También se sabe que algunas grandes empresas pretenden expandirse por todo el país, lo cual liquidará predeciblemente la singularidad del hábitat de esos lugares y sus propios comercios.
¿Porqué nuestra elite económico-política -tan lúcida en todo esto-, no propone un plebiscito para consultarnos si queremos convertir al país en un gran supermercado (Jumbo o Líder claro está) acompañado de las correspondientes comisarías y farmacias como modelo de país en progreso y ya? Pero habría mucho más.
La represión indiscriminada al reclamo de los movimientos sociales, incluso con muertes, que quedan impunes (recordemos el caso del joven estudiante baleado en Macul). La represión a las comunidades mapuches. Al mismo tiempo, el engaño y colusión de muchos bancos y empresas.
A fines de diciembre del año pasado –noticia también poco difundida -, se fue de Chile un inversor israelí que pretendía fundar acá un nuevo polo tecnológico. ¿Por qué? Se percató rápidamente que a las 4.500 familias que controlan el país y sus amigos “no les importa nada ni nadie (los jóvenes, los pobres…), fuera de su dinero”.
Es decir, mientras sigamos teniendo un país oligarquizado, no habrá “modo”, como dicen los mexicanos. Ahora, frente a este panorama no estamos condenados a la resignación o al cinismo, más o menos ilustrado. Por eso la indignación es una actitud tan importante: va en sentido contrario de la mera costumbre y la resignación.
Son las opciones humanas las que distinguen entre lo humano y lo inhumano. Frente al “no hay alternativas” típico, siempre se puede decir: cabe optar por un sí o un no. A comienzos del nuevo siglo está en juego nada menos que el seguir siendo humanos, y la misma habitabilidad del planeta.
Sin embargo, frente a esos hechos relatados más arriba y a esta situación, no deja de sorprender la indiferencia y la insensibilidad con que la actual cultura dominante sigue funcionando en su bussines as usual.
Como bien lo expresa Riechmann, los nuestros “no son tiempos normales, sino tiempos excepcionales y lo que necesitamos no es autocomplacencia ni apología de la normalidad, sino conciencia de lo insoportable. A una práctica cultural que no olvide esto llamadla si queréis, compromiso. Compromiso con la suerte de la humanidad y con el destino de la biósfera”.
Esto es lo que necesitamos, y en esa dirección apuntan, creo, las diversas expresiones ciudadanas, tanto las del año pasado como las de este año.