El Estado de Chile se vio débil, impotente frente a la acción devastadora de la naturaleza el 27 de Febrero del 2010. El terremoto y tsunami no solo puso a cada chileno y chilena como un ser ínfimo ante factores incontrolables, sino que, además fue una dura lección para la autocomplacencia con que se valoraba por nosotros mismos el “modelo chileno”.
Si se trata de pasar cuentas políticas, vamos al tema de fondo. Durante décadas la derecha chilena, empujada por el sector más poderoso del empresariado, se ufanó que mientras más débil fuera el Estado mejor era para el país.
Logró que se pusiera en práctica su idea de achicar a ultranza el Estado trasladando funciones cada vez más amplias a los privados, precepto se extendió como mancha de aceite en muchísimos sectores.
La suerte parecía sonreír a los propulsores más dogmáticos de estos afanes, cada día se insinuaba que los privados reemplazarían al Estado en nuevas áreas: en la Educación, en la Salud, en la Vivienda, las carreteras, las cárceles, en fin, muchos dogmáticos ultra liberales se parecen a su polo opuesto los anarquistas, en la pasión que ponen para que del Estado no quede prácticamente nada.
Pues bien: ¿Qué pasó en la madrugada del 27F?, el Estado no pudo responder como debía.
La violencia del maremoto y del sismo fueron los factores determinantes, pero nadie puede desconocer que en ello influyeron las carencias de organismos debilitados durante décadas, el corte de las comunicaciones públicas y privadas, la ausencia de las coordinaciones necesarias entre civiles y uniformados, el atraso en la respuesta de las instituciones castrenses y, por cierto, las debilidades en el factor humano sorprendido por la magnitud de la tragedia.
Ante ello, ¿tiene estatura nacional, de Estado, la seguidilla de declaraciones de personeros gubernativos cuya manifiesta voluntad es simplemente lavarse las manos en materia de reconstrucción y hacer de la catástrofe un repudiable botín electoral?
¿Pensarán que con ese impacto comunicacional recuperaran la confianza perdida por el país?
Si es así, se engañan. Chile no quiere hacer de la tragedia un show.
En esta situación el Presidente de la República debiera llamar al orden a sus funcionarios, el país se merece lecciones útiles, constructivas y no mezquindades. La autoridad no se puede otorgar a sí misma el rol de “barra brava” de una campana electoral que no se inicia y para la cual ni siquiera tiene candidato, salvo un conflicto que se avizora áspero y duro.
Es bueno que la autoridad recuerde que su deber primero y esencial es gobernar. Así como actúa, confrontacionalmente, no conseguirá ni hacer bien su tarea, ni proyectarse con metas que se puedan valorar y permanecer en el tiempo.
Las mezquindades no le conducirán a nada.