El conservador Carlos Larraín se atrevió a hacer lo que el progresista Osvaldo Andrade trató de impedir: prendió la mecha del postergado reordenamiento de los partidos y sus alianzas, generando un proyectable acercamiento institucional entre los “guatones” de la DC y los conservadores de RN, que podría venir a reconfigurar el sistema de partidos políticos en Chile.
Por cierto que la jugada de don Carlos busca, principalmente, dar una señal interna y ordenar a sus huestes ante la arremetida de la disidencia y de parlamentarios liberales, que en algún momento llegó a ponerlo nervioso, a pesar de controlar la máquina partidaria y de financiar las campañas de sus protegidos.
Quiere evidenciar su poder de negociación y su visión política estratégica de mediano plazo, apostando por cambios radicales que lo diferencian de sus socios de la UDI y lo acercan al centro político, disputado espacio del espectro donde Larraín ve oportunidades de crecimiento para la centroderecha.
Don Carlos está apostando a arrebatarle a la Concertación los conservadores de centroderecha que hay en la Democracia Cristiana. Larraín venía coqueteando hace rato con la DC, porque había fijado su ojo en una de sus dos almas, que encuentra en su Presidente, Ignacio Walker, una oportunidad para establecer puentes con la derecha.
Su anhelo de ampliarse hacia el centro político, además lo llevó a tirar sus flechas hasta los radicales, cuyo Presidente ya dio por superada la Concertación. Tanto, que en una reunión de los liberales llegó a decir que hay que romper con las estructuras tradicionales de derecha e izquierda e invitó a ver la política desde una perspectiva más amplia. Todos con todos.
Larraín dio un golpe que pone en riesgo su fallido noviazgo con la UDI, a pesar de que en materia valórica parece uno más de los integrantes de esa tienda.
Por otra parte, su hábil maniobra política abre un debate de fondo: no sólo apuesta por un sistema electoral proporcional corregido (en el 2005 RN sólo proponía cambios menores al binominal, ampliando a 10 los cupos adicionales de diputados) que permita ampliar sustancialmente la representatividad (aunque no especifica el mecanismo), sino que abre la discusión sobre el régimen político chileno, proponiendo uno semipresidencial.
Independiente de su viabilidad en la realidad chilena, don Carlos busca poner en la discusión el cuestionado protagonismo de la figura presidencial chilena, cuestionando de paso al propio Piñera y su particular estilo de ejercer la institucionalidad de la Presidencia de la República de este país.
Su apuesta es fortalecer a los partidos políticos y al Congreso Nacional, cuestión no exenta de dificultades dado la crisis de representatividad y la falta de confianza en dichas instituciones.
Por su parte, la DC con Ignacio Walker a la cabeza, recibió las flores y chocolates enviados por Don Carlos durante meses en un cortejo paciente y galante, con rápidos movimientos de pestañas.
Walker tenía el corazón dividido, aunque en el fondo sabía por quién le latía más fuerte.
Lo mismo le ocurre a Gutemberg Martínez, principal articulador del acuerdo con RN que se mantuvo en secreto durante dos meses, como amantes luchando por su cada vez menos imposible amor.
La visita a La Moneda de la DC con varios parlamentarios para negociar reformas políticas con el gobierno sin avisarle a sus socios de la Concertación (por allá por agosto del año pasado), era una más de las señales de que, como un matrimonio desgastado, no estaba tan seguro del amor que sentía por el “eje histórico”.
En una suerte de crónica de reordenamiento anunciado desde hace años (pero resistido por alianzas a estas alturas casi forzadas), la DC ya venía mostrando grietas internas desde la rebelión de los colorines y su emigración al PRI el 2006.
Osvaldo Andrade, en cambio, se resistía a reconocer que ´se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas´, como dice una canción popular. El amor entre la DC y el PS se había acabado, pero uno de los miembros de la pareja no quería aceptarlo.
El timonel socialista, voluntarioso como es, estaba convencido de que fortalecer el llamado “eje histórico” de la Concertación constituido por la DC y el PS, era la mejor forma de asegurar una plataforma política y territorial que permitiría la reelección de Michelle Bachelet el 2014.
Tan seguro estaba de su pareja de otros tiempos (cuando la transición a la democracia los unía), que respondió con desprecios cuando el PPD le propuso que se fugaran juntos, además de otros partidos de izquierda, y formaran un nuevo hogar en la Convergencia Opositora. Él no aceptó.
No quiso sacarse la venda y reconocer que la matriz socio política chilena -las relaciones entre el Estado, los partidos y la base social- cambió con las movilizaciones estudiantiles y que el anhelo popular de un cambio de modelo y la crisis de representación, también implicaban una reforma al sistema de partidos.
La UDI es el otro cónyuge engañado en esta historia, al igual que el PS, que se está quedando solo en este movimiento telúrico de los partidos políticos chilenos.
La jugada de Larraín volvió a matar a Coloma, que ya era un hombre muerto caminando, y le dio la estocada final. Jovino ya había avisado que estaba disponible, y seguramente esta crisis apurará la vuelta de este coronel a estas alturas histórico.
Para Piñera, su propio partido hace rato ya se convirtió en uno de sus principales dolores de cabeza.
Tal vez ahora recuerde el momento en que apostó por tomar un atajo al ingresar a RN como patrulla juvenil, en vez de hacer el camino largo de partir desde abajo en la DC, aunque su ideario y sus antecedentes familiares se acercaran más a la flecha roja.
En un reordenamiento del sistema, capaz que el partido en el que Piñera casi militó y en el que definitivamente lo hizo, conformen una nueva alianza de centroderecha.
En un nuevo escenario puede que la izquierda -obligada-, por fin logre articularse más allá de la superada Concertación, con el PPD, esta vez sí con el PS, el PRSD, el mismísimo PC, los DC de centroizquierda y los nuevos conglomerados surgidos desde la ciudadanía.
Pero es poco viable que esa fuerza por fin liberada del conservadurismo de la DC, logre levantarse desde lo que fue la Concertación: sería no entender que un verdadero progresismo debe cambiar la forma y el lugar desde donde hacer política.
Los liberales también podrían ganar en esta pasada, recogiendo a los disidentes de Renovación Nacional y a los “liberales de izquierda” (aunque este concepto parezca una contradicción).
Llegó el momento para los partidos de sincerarse. Ha surgido un nuevo amor en la centroderecha: habrá que ver si el acuerdo de reformas políticas entre la DC y RN fue un touch and go o, definitivamente, va para casorio.