Chile tiene una tradición republicana de dos siglos.
El año pasado celebramos los dos siglos corridos desde que iniciamos nuestra andadura hacia la independencia; en 2011, los 200 años de existencia del Congreso Nacional.
Es importante celebrar estos aniversarios porque sirven para mirar el presente y el futuro con perspectiva histórica, desde lo que hemos vivido y desde el orden que nos hemos dado.
Recuerdo estos aniversarios para resaltar el valor de los espacios republicanos, que no reside tanto en las edificaciones como en los conceptos asociados a ellas.
Nuestra sede del Congreso Nacional en Santiago es el símbolo visible y palpable de nuestra soberanía, de nuestras libertades, de nuestra democracia representativa.
Por lo mismo, por ese carácter tan importante para nosotros y tan arraigado en la historia, no podía acudir a la fuerza pública para desalojarlo.
La violencia y la represión nunca pueden ser los primeros recursos de la autoridad. Antes está el diálogo, el razonamiento, la conversación.
Y antes todavía está el escuchar. Tenemos tantos jóvenes y sus familias que llevan meses movilizados en pos de demandas ciertamente justas y atendibles.
Pasan las semanas, pasan los meses, y el gobierno sigue apostando por el desgaste y jugando con la desesperación de esos padres endeudados por la educación de sus hijos.
Ese es el contexto de la toma del Congreso Nacional. No estuve de acuerdo con el hecho; además, creo que debimos haber previsto algo así y tomaremos las medidas para que no se repita.
Pero puedo entender la frustración y la ira de estos jóvenes ante la desidia del gobierno.
Y no puedo entender que el gobierno ofrezca siempre, como primera respuesta, la represión y la violencia.
¿Íbamos a dar, ante el mundo, el ignominioso espectáculo de una policía militarizada entrando a la sede del poder legislativo, allí donde dialogan y se encuentran todas las tendencias políticas del país, para reprimir, golpear y detener a jóvenes que sólo querían ser escuchados?
Yo decidí que no y hoy, con el ánimo más frío, reafirmo esa decisión.
Creo que la democracia y las tradiciones republicanas son más efectivas y valiosas que los golpes de autoridad.
Creo que el respeto no se gana a golpes.
Creo que hay que escuchar a los estudiantes. Lo vengo diciendo hace tiempo: la voz de la calle es imparable.
Y quienes no la escuchan no sólo pierden popularidad, sino también legitimidad.