20 ene 2015

Bernardo Leighton, la vieja y buena política

En marzo de 1938, el Presidente de la República, Arturo Alessandri Palma, ordenó confiscar todos los ejemplares de un número de la revista de humor político, “Topaze”.  Este hecho gatilló la decisión indeclinable del entonces ministro del Trabajo, de tan solo 29 años, Bernardo Leighton, de renunciar a su cargo,  pues consideró que la decisión presidencial, era claramente atentatoria contra la libertad de expresión.

Esta será una de las primeras señales nítidas, de la conducta insobornable, de convicción democrática de Leighton durante toda su vida.

Leighton sin duda, procuró con total coherencia, demostrar que la política podía ser una acción noble, sustentada en solidos principios éticos. Pero además, siempre bregó porque esta coherencia fuera refrendada con un valor también inalterable en su vida, un profundo compromiso con la libertad, la justicia y la democracia.

Para Leighton, la democracia, era el aire necesario para poder insuflar las fronteras de justicia y libertad, en un país donde el latifundio y la pedantería económica de una elite dirigente, abusaba de manera constante de las mayorías que llegaban a las ciudades.

Ese fue el esfuerzo de su vocación política. Ese fue el empeño colocado en su pasión por un Chile más justo.

Leighton además, hizo práctico su actuar político usando siempre los medios en consonancia con sus valores. Fue así como sus campañas electorales tuvieron siempre el signo de la austeridad, llegando incluso en su última candidatura parlamentaria en 1973, hacer campaña enfatizando el pedir el voto para sus camaradas de lista, logrando de todas maneras la primera mayoría en su distrito.

Pero quizás el acto que más lo retrata de manera categórica como el demócrata insobornable, es aquel de la fatídica mañana del 11 de Septiembre de 1973, donde no bastando con firmar una declaración condenatoria sin eufemismos del Golpe de Estado, quiso salir hacia el palacio de La Moneda, acompañar al Presidente Salvador Allende y  defender nuestra democracia.

Es cierto, había sido opositor a su gobierno, pero eso no significaba que titubeara en defender de manera férrea  aquella democracia a la cual había contribuido a forjar durante muchos años.

Fue tal su estatura moral, que para los esbirros de la dictadura, no le bastó con exiliarlo; exilio que por lo demás, fue el espacio donde impulsó desde el primer día, bajo el cielo de la bella Roma, el reencuentro y la convergencia entre el socialismo y el social cristianismo, punto de partida para la entonces Concertación de Partidos por la Democracia, hoy Nueva Mayoría. Les  faltaba caer más bajo todavía en lo deleznable de su actuar.  A la salida de su departamento, los sicarios vaciaron balas contra él y su amada compañera, Anita Fresno.

Anita contaba tiempo después, que segundos después del baleo, se acercó como pudo al cuerpo de Leighton que sangraba profusamente, entonces le escucho decir, “no griten más groserías; no griten más, yo ya los he perdonado”. Leighton se refería a las groserías y gritos que personas que llegaron a socorrerlos, proferían contra los sicarios.  Era Leighton, el cristiano expuesto a una rotunda prueba de su fe cristiana.

Porque Don Bernardo, podríamos decir, ha sido el mejor sinónimo de una vida coherente entre el decir y el hacer. De hecho sus palabras al renunciar al Partido Conservador, para fundar la Falange Nacional, fueron: “Las ideas se difunden con palabras, y se ratifican con hechos”.

Escribo estas líneas de recuerdo a Don Bernardo, a 20 años de su pascua; el día en que la  Cámara de Diputados, la misma de la cual él formó parte, ha votado en último trámite la eliminación del sistema electoral binominal.

En un tiempo donde la política está más que nunca cuestionada, y deslegitimada,  quienes aspiran a reivindicar la política como algo noble y desinteresado, tienen una oportunidad en dar una señal nítida de compromiso con ella.

¿La oportunidad? Logrando un divorcio definitivo entre el aporte de empresas y aportes reservados a  la política. Devolviendo la educación cívica y la filosofía a todas las aulas de nuestra patria. Incorporando normas y procedimientos que doten de más transparencia la actividad política, y por sobre todo, afirmando la confianza en nuestra democracia.

Es quizás el mejor homenaje que podemos rendir a un político ejemplar, del cual las nuevas generaciones deben  conocer, y saber que la vieja política, tuvo testimonios de incalculable estatura ética y moral. Es cierto, Leighton, el Hermano Bernardo, era de contextura pequeña, pero su vida lo hizo un grande de la política.

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