Ignacio Balbontín ha muerto. Y empiezan a surgir palabras de homenaje. Yo solo quiero recordar algunas anécdotas y circunstancias que me tocó conocer de él.
En 1963, cuando yo solo tenía 15 años, acompañé a mi padre al acto de presentación de “La convención del Pueblo”, un órgano creado para potenciar el trabajo en la campaña de Frei. Ese día hablaron Carlos Montero e Ignacio Balbontín, estudiante de Derecho y de Sociología, con fama de inteligente, agudo y facilidad en el discurso, presidente del Frente Nacional de Juventudes, que reunía a todas las juventudes de partidos e independientes que apoyaban al candidato DC.
El habló, en un discurso encendido, culto, inteligente y de fácil comprensión, incluso para jóvenes como yo. A mi lado estaba una muchacha delgada y muy hermosa, que miraba a Ignacio embelesada. Le hablé. “Ese que habla es muy inteligente, estudia dos carreras. ¿Quieres conocerlo?” Ella sonrió y seguía escuchando. Falda a la rodilla (¿puede haber sido escocesa?), chaleco verde, ojos brillantes. Cuando terminó el discurso ella me dijo: “Soy su polola” y lo fue a abrazar. Era Sofía Lecaros, hoy su viuda.
Me tocó estar con él muchas veces, durante esa campaña y luego le perdí la pista. Hasta cuando en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile se incorporó el ramo de Sociología. Él estaba pintado para eso, pero comenzó una tensa e intensa negociación, porque la izquierda tenía muchos sociólogos y algunos DC que se habían ido a la Izquierda Cristiana reclamaban mejores derechos. Finalmente quedó como parte del equipo de profesores.En ese tiempo, breve y lleno de urgencias, tuvimos alguna relación. Su posición era de gran solidez doctrinaria y de aguda mirada sobre la realidad. Crítico duro de la UP, era más crítico de la derecha y creía en la necesidad de una salida política.
Pero vino el golpe de Estado y de inmediato, arriesgando todo, se puso en contra. No tenía nada que ganar y mucho que perder. Pero Ignacio no sacaba esas cuentas, pues creía firmemente en sus principios doctrinarios y estaba convencido de la necesidad de luchar contra la dictadura que nacía. Mientras algunos éramos, como él, opositores, otros sostuvieron esa curiosa tesis de la “independencia crítica y activa”.
Tantas luchas dadas con Ignacio y otros amigos en esos años. Una de las que más recuerdo fue la creación de la Revista UMBRAL, que era impresa en mimeógrafo y distribuida a mano, con artículos que firmábamos con seudónimo. Nacho me llamó para ir a buscar ejemplares del primer número a su casa (no salieron muchos números más), los que debía distribuir. Me contó la aventura vivida esa tarde (me parece que era un viernes) cuando venían con la camioneta cargada con todos los ejemplares y en plena Plaza Baquedano se paró el motor, generando una importante congestión. A los minutos aparecieron los carabineros que… ayudaron a empujar la camioneta y a conseguir que fuera reparada para continuar el viaje. Iba Ignacio con dos personas de la imprenta. Estaban muertos de miedo de que pudieran llegar los de la DINA, cuya sede quedaba a un par de cuadras o que algún carabinero mirara lo que había en la camioneta. Nada de eso pasó.
No olvido la vez que Ignacio me llamó a su casa parta preguntarme si quería trabajar de planta en la Vicaría de la Solidaridad de donde era abogado colaborador externo. Me dijo que había hecho gestiones para que se contratara a un abogado DC. Le dije que sí y él estaba convencido de que en cosa de días me llamarían. Sus ilusiones eran poderosas. Nunca fui contratado.
La Revista ANÁLISIS fue otra gran aventura en la que estuvimos involucrados, corriendo siempre muchos riesgos en la estrategia de avanzar en la unidad de todos los opositores.Pasamos muchos años en esa tarea y creo que fue precisamente el desenlace lo que nos distanció, pues Nacho y otras personas “compraron” la revista que luego fue cerrada. Cada vez nos vimos menos, pues quedé resentido con ello y confieso que nunca entendí exactamente qué pasó. Tengo conjeturas, pero no certezas.Yo me alejé de su grupo.
¡Cómo no recordar la lucha contra el exilio! Un trabajo enorme que realizamos con Ignacio a la cabeza, más Andrés Aylwin, Belisario Velasco, Wilna Saavedra y otros camaradas, que culminó con logros relevantes.
O el esfuerzo unitario de 1982, después de la muerte de Frei, para evitar que el grupo encabezado por Orrego tomara la conducción del Partido que estaba en manos de Tomás Reyes. Ignacio fue importante en la articulación del acuerdo que permitió a Gabriel Valdés asumir la presidencia del PDC, aunque una vez más vivimos juntos la triste experiencia de ver cómo “los nuestros”, al llegar a las alturas, se olvidaban de los compromisos adquiridos y de los proyectos tantas veces proclamados. Se prefería el pacto con los otros que relevar a los que habían hecho posible el acceso a la presidencia del PDC.
¿En qué andábamos cuando enfermó y luego murió su madre? No sé, pero eran operaciones semi clandestinas y él portaba su pena en medio del entusiasmo de luchar contra la dictadura y por la democracia. Y lo acompañamos. Recuerdo caminatas desde y hacia un centro de salud hablando de política y de la pena de la partida de la madre.
Y entre los hechos jocosos, no puedo olvidar aquel día, puede haber sido 1988 o después incluso, cuando estando en una celebración por los varios miles de ejemplares los “Zarpazos del Puma” (un aburrido acto en el CESOC en el que habló sólo Julio Silva Solar), a Gabriela Riutort se le ocurrió, siendo las 8 de la noche, que fuéramos a bailar. Todos dijeron que sí, pero finalmente Nacho y yo nos vimos acarreados por siete mujeres (Gabriela, Patricia Verdugo, Ana María Palma, creo que Clarisa Hardy o Mónica González, entre otras). Subimos al segundo piso de Las Brujas y bailábamos “todos con todos”. Nos reímos mucho y a las 10 de la noche abandonamos el recinto para ir a nuestras casas.
Era la alegría de vivir que estaba en medio de las luchas, esas ganas de convertir cada acto doloroso de tiempos de la dictadura en una luz alegre que anunciara y no se bastara con la denuncia. Él tenía sueños, tenía pasión por la vida. Tenía esperanzas, pese a las realidades tan difíciles que le tocó vivir.
Como por ejemplo aquella inundación del Mapocho, cuando su casa quedó convertida en un ruinoso recinto lleno de barro. Fui a su casa y estuve colaborando un fin de semana entero a sacar barro. Y mientras hacíamos eso, él me relataba entre risas todo lo terrible y aterrador que había sido aquello, especialmente cuando se dio cuenta que uno de los vecinos quería derribar una pandereta que lo separaba de su casa, con lo que la residencia de los Balbontín habría sido completamente arrasada por las aguas acumuladas.
Ignacio tuvo en su esposa, Sofía Lecaros, a una compañera ejemplar. De temple extraordinario, gran profesional de la psicología, cariñosa, criteriosa, prudente, con sentido de autoridad, ella fue parte fundamental que Nacho no se perdiera en idealismos inútiles sino que se asentara en proyectos más realistas. Ella fue un pilar sólido para que él pudiera volar.
Da pena la partida Ignacio. Aunque nos veíamos poco, él estaba. Fuimos tomando opciones distintas en la DC y caminos diferentes en la vida. Pero el cariño surgido en la batalla no cejó nunca. Ya no estará allí, a tiro de teléfono. Ya no habrá discusiones políticas con su inteligencia. Ya no podré reclamarle como lo hice. Lamento no haber estado cerca suyo en los momentos dolorosos de su enfermedad. Lo supe tarde, no me di el tiempo, no supe cuan cerca estaba del desenlace.
Queda su recuerdo, su ejemplo, su testimonio.
Personas como él harán falta en estos tiempos críticos, cuando la enseñanza a los jóvenes se centra en la eficacia y la competencia, el materialismo y el triunfalismo. Ignacio Balbontín no se movía para las ganancias inmediatas, sino para alcanzar el sueño, construir la sociedad que no existe, hacer realidad los proyectos de una sociedad sustentada en los grandes valores cristianos.