La reciente Copa América que consagró a Chile como su merecido Campeón, representa una enorme oportunidad para todos los países participantes, inclusive el anfitrión, para reflexionar sobre el exitismo, una conducta extendida y generalizada entre millones de personas.
El exitismo parte de creer una cosa que no es. Y en ese creer, está el nudo de la cuestión, que tiene que ver con no querer ver ni aceptar una realidad diferente a la que es mi deseo.
En lenguaje psicoanalítico, deseo no es igual que goce, aunque a los fines de esta nota sus límites pueden ser asociables, según los postulados de Jacques Lacan. “Deseo” fervientemente un resultado positivo para mi país – empresa – trabajo – situación personal – relación, y, a la vez, me regodeo en el goce –que de sensual y disfrute no tiene nada, siguiendo con Lacan-, que es ni más ni menos que la forma casi flageladora que toma el inconsciente de manifestar mis propios fantasmas. Y como inconsciente que es, no me doy cuenta, puede producirme dolor, puedo herir y lastimar a otros, e igualmente sigo eligiendo una y otra vez ese patrón de conducta.
Esta no es una nota sobre fútbol ni sobre la Copa América, aunque, bienvenido sea el merecido triunfo de Chile sobre Argentina el memorable sábado 4 de julio de 2015, que ya forma parte de la historia del deporte latinoamericano. Es, apenas, una aproximación al exitismo versus la realidad.
Muchos seres humanos basan su vida en símbolos: dinero, estatus, éxito, sexo por deporte (“Sexo sin amor”, ¿recuerdan eso?). Esto está más cerca del goce. Otros, se atreven a bucear su vida en base a experiencias: aventuras, conocimiento, aprendizajes, transformar el dolor en algo positivo, asumir las derrotas, levantar la frente y seguir caminando, y darle sentido a la vida.
En estos días, en muchísimos países se han vivido episodios de xenofobia muy pronunciados; odios tan arraigados culturalmente, que con los modismos propios regionales se sintetizan en memes, bromas, ilustraciones de mayor o menor gusto e impacto. De todas formas, son una forma de descargar la frustración frente a lo inevitable.
¿Lo que nos frustra, entristece, decepciona y nos violenta sirve para crecer y avanzar?¿Qué pasaría si esa experiencia que se manifiesta con tanta vehemencia no es otra cosa que lo que nos toca transitar justo en este momento histórico en que estamos viviendo como individuos y como sociedad, para crecer?
Quedarnos con el insulto, rebajar al que ganó (y al que perdió), no poder tener ni la más mínima compasión (con-pasión) con el que no salió favorecido, ni con aquel que conquistó una hazaña, lleva a muchas personas a sacar el monstruo que todos llevamos dentro. Es como si tuviésemos la imperiosa necesidad de catalizar de inmediato muchos años de enojos contenidos. Y no de celebración precisamente, sino de destrucción.
En el fútbol, como en la vida, a veces se gana y otras se pierde. Cuando perdemos en la vida, podemos asumir dos posturas: quedarnos como víctimas, paralizados ante la contundencia de los hechos o tirar unos lagrimones, llenar el pecho de aire, mirar hacia adelante y arriba, y seguir adelante. No hay términos medios.
Tampoco los hay para el que gana, porque cuando somos demasiado exitistas aunque sea por el impulso de los hechos solemos entrar en una pirámide de “invencibilidad” igualmente peligrosa que en el sentido opuesto. Dejando en claro que está merecidamente bien la celebración, el festejo, y todas las emociones positivas que esto trae aparejado, quizás esté bueno reflexionar qué nos dejan estos episodios de éxito y de la realidad del fracaso: dos caras del mismo asunto.
¿Por dónde empezar? Por observarnos en nuestras pequeñas conductas cotidianas. En el lenguaje que utilizamos. En las voces de los relatores. En los twits que muchos hacen circular insultando y rebajando a otros.En cómo los medios titulan en uno y otro país y en otro más. En cómo quieren catalizar la rabia los desfavorecidos, destruyendo como un vendaval casi todo lo que queda a su paso. En cómo se capitalizan desde el poder de turno los éxitos. Y como tratan de esconder las derrotas los de enfrente. En cómo se toman las cosas unos y otros.
Darle cabida a las emociones, dejar que se expresen y salgan, es quedarse sólo a medio camino: la otra parte de la ruta es qué hago con eso que siento; cómo lo transformo en algo positivo, para todos, para el mundo. Cómo me constituyo a partir de ese hecho en mejor persona. Y recién allí se empieza a producir lo más importante: la toma de conciencia.
Si miramos en perspectiva el universo respecto a este pedacito del Planeta Tierra, somos mucho más minúsculos que la cabeza de un alfiler. Entonces convengamos en que no vale mucho la pena creérsela demasiado con los símbolos. Enfoquémonos en las experiencias: ésas sí que son nutritivas, duraderas e inolvidables, y las que llevaremos por siempre grabadas en relieve hacia afuera hasta que dejemos este plano físico.
Celebremos los éxitos. Bendigamos las derrotas. Sin exitismo y asumiendo la realidad tal cual es. Y sólo así podemos dar el siguiente paso en la escala de evolución humana.
Algo nuevo está naciendo, lo sabemos. Hay muchos cambios que se están precipitando. Se caen y cambian los paradigmas. Entonces, no juguemos a los distraídos frente a las evidencias de conductas viejas que siempre van a querer volver. En vez de eso, la invitación es a evolucionar juntos, y abrirnos a nuevos niveles de conciencia y de conocimiento de nosotros mismos.