Como todos sabemos, las noticias vuelan alrededor del mundo más rápido que lo que tardan los periodistas en escribirlas. Estos días se ha hablado en todas las redes sociales sobre la gran manifestación en contra de la delincuencia, el famoso “Cacerolazo” con el que se pretendió meter tanto ruido como fuera posible para despertar a las autoridades y hacerles ver la horrorosa realidad que se está viviendo respecto al tema de la delincuencia que últimamente parece ser pan de cada día.
Sin duda, acostumbrarnos a escuchar las desgracias que le ocurren a diferentes personas naturales o familias cada día resulta bastante difícil, no sólo porque somos conscientes de que su vida está en un constante peligro, sino porque no podemos hacer absolutamente nada para evitarlo; definitivamente, es impresionante el modo en el que Chile ha cambiado durante este último año.
Vemos con normalidad que las cárceles tengan puertas giratorias y se deje en libertad a los delincuentes para que salgan en nada y vuelvan a cometer otro asalto. Y como es lógico, según la definición atribuida a este concepto que implica conductas antijurídicas (contrarias al derecho), al transgresor le correspondería asumir un castigo según lo que estipule la ley. Desafortunadamente lo que ocurre en las cárceles chilenas es todo lo contrario.
Si una persona roba para vivir, es porque no está pasando por la mejor situación económica en la que podría estar; un bajo porcentaje de ellos (especialmente menores de edad) solo lo hacen por diversión, pero la gran mayoría recurre a este método de subsistencia por necesidad, por tanto, ser arrestado no resulta una penitencia en sí, sino una vía escapatoria a sus problemas de dinero, aún si esto supone echar a un lado su libertad.
De hecho, y nuevamente citando la definición de delincuencia, este colectivo de personas es un grupo que se encuentra fuera de la sociedad y debe ser reinsertado al sistema, y las penas purgadas en prisión están orientadas a ese objetivo de reintegrar a quienes cometieron tal crimen para que puedan formar parte una vez más de nuestra sociedad, sin ser elementos dañinos.
Sin embargo, lo que actualmente ocurre es lo opuesto; las cárceles no son más que centros en los que estas personas aprenden mejor la delictiva labor a la que diariamente se dedican ya que tienen la oportunidad de convivir con asaltantes más experimentados.
Por otro lado, la constante lucha contra este problema que se está generando es una parte muy importante de las políticas de Estado de cada país ya que se trata de una violación a los derechos de la ciudadanía. Por la cantidad de agresiones, asaltos e incluso la muerte que se suscitan por esta situación, los políticos la consideran como una de los problemas prioritarios a solucionar y así lo dan a conocer en sus campañas.
¿Cómo es, entonces, que las autoridades chilenas actuales pueden sentarse tranquilamente y ver que la vida de los ciudadanos corre peligro, sin hacer absolutamente nada para evitarlo?
Hemos llegado al punto de que las casas, empresas y negocios son verdaderas fortalezas modernas, que ya no se puede estar sin seguridad extra; albergadas con grandes cercos eléctricos de alambre para conseguir que nuestro derecho a la privacidad sea respetado, complicando la entrada a bandas organizadas de asaltantes profesionales, que no sentirán compasión por nadie si de robar algún artefacto costoso se trata.
El clima de temor es inminente, la gente ya no puede caminar tranquila por las calles mientras habla por teléfono, ni siquiera usar su automóvil sin sentirse intranquila puesto que cada vez los robos de estos son más frecuentes. Y, ¿qué pasa con la gente que no se puede defender por sí misma, como los ancianos o discapacitados? Muy simple, pierden totalmente su autonomía, lo que a la vez implica un significativo retroceso en la sociedad.
En realidad es cierto que la delincuencia es uno de los más antiguos inconvenientes de los países latinoamericanos en general, y es con lo que Chile debe lidiar hoy en día.
Las autoridades deben tomar medidas drásticas al respecto, quizá la mejor forma de hacerlo es siguiendo el ejemplo de las naciones con las tasas más bajas de delincuencia del mundo, como Estados Unidos, Londres o Australia, donde ya sea por las férreas leyes o por la cultura de sus habitantes, la gente puede vivir sin miedo y en paz.
¡Vamos por un Chile seguro!