“El camino hacia la igualdad entre hombres y mujeres tiene que tener un final, no puede ser una vía que no tenga fin”, con esta frase la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, presentó ante los medios de comunicación el encuentro “Las mujeres en el poder y en la toma de decisiones: construyendo un mundo diferente”- el que se realizó durante el último fin de semana de febrero en Santiago.
Sin embargo, la encuesta Casen realizada en 2013 en nuestro país, confirmó que la brecha salarial entre hombres y mujeres aumentó en un 25% respecto al año 2011, es decir, llegamos a una diferencia de $125.086 por la misma labor realizada. Y más aún, según cifras que se dieron a conocer hace sólo algunos días, esta brecha aumenta cuando las mujeres están mejor preparadas académicamente.
Así lo evidencia la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE (NESI), que asegura que en Chile una mujer con pos grado gana -en promedio- 26, 3% menos que un hombre con las mismas credenciales académicas. “Nada nuevo”, dirá usted, y lamentablemente, así es.
Y es que a pesar de que la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo no es una realidad ajena a casi ningún país del mundo, pocos han sido capaces de equiparar las condiciones en las que éstas se desempeñan. Es por eso que celebramos los pequeños avances como si fueran grandes conquistas, ya que quizás la causa de la igualdad de género sea la más universal de las batallas, considerando que representan más del 50% de la población mundial.
Alcanzar la equidad de género requiere desarticular una compleja trama económico-socio-cultural, lo que hace estériles los esfuerzos aislados. Creer que esto se arregla sólo con nuevas leyes es tan ilusorio como pretender que las propias fuerzas de mercado nos llevarán a buen puerto.
Se requiere de fuertes liderazgos que impulsen un cambio en la cultura y en las prácticas en aspectos tan diversos y complejos como los roles familiares de hombres y mujeres, la organización del trabajo, la noción de autoridad y la mirada sobre “lo femenino” y “lo masculino”.
Por esta razón, cualquier avance en esta materia requiere tanto de un fuerte involucramiento de la sociedad civil organizada como de “golpes de timón” en los directorios de las empresas, complementando los esfuerzos de las políticas públicas. En ese marco, con seguridad el mercado hará su parte.
Desde nuestro quehacer, impulsamos la equidad de género como un factor de prosperidad económica pero también como una cuestión de justicia, porque tal como declaró Klaus Schwab, fundador y director ejecutivo del Foro Económico Mundial, “como humanidad, también tenemos la obligación de garantizar que existan valores equilibrados”.
Y mientras recibimos otro 8 de marzo reflexionando sobre el deber ser y sobre las deudas que como sociedad no hemos sido capaces de saldar, esperamos que la sentencia poca auspiciosa hecha por el mismo Foro Económico Mundial -el que a raíz de su Informe de Brecha de Género Global 2014- en que sentencia que “si las condiciones continúan siendo las mismas, cerrar por completo la brecha de género le tomará al mundo 81 años”, no sea el final al que hacía referencia la directora ejecutiva de ONU Mujeres en esa rueda de prensa, ya que en ese caso el camino hacia la igualdad entre hombres y mujeres será una vía que tenga fin, pero uno que no veremos ni nosotros y probablemente nuestros hijos.