Los días que rodean a la bienvenida del nuevo año son clásicos días de abrazos entre adultos; abrazos cargados de deseos propios y altruistas. Es posiblemente el período del año en el cual nos inclinamos con más facilidad que nunca a anhelar que los otros alcancen la felicidad y a desearla también para nosotros mismos; anhelantes nos disponemos a comer uvas mientras suenan las campanadas que anuncian el año nuevo, o paseamos por la calle con una maleta para que se concreten los sueños de viajes o nos colocamos una prenda interior de color amarillo, presagio de fortuna.
Nos prometemos terminar los proyectos inconclusos, cambiar nuestros malos hábitos en pro de una vida más saludable, perdonar a quienes nos hirieron, visitar a quienes olvidamos durante el año. Por doquier presenciamos y ofrecemos abrazos y sonrisas cálidamente altruistas, generosas, empáticas.
Son los rituales del mundo adulto, porque los niños pequeños no se abrazan ni intercambian deseos de altruista felicidad. Simplemente, ellos aguardan con infinita naturalidad su presente, es decir,un día de felicidad plena.
Y en este aguardar no se prometen nada a sí mismos ni auguran felicidad a otros, porque su espera no se proyecta; los niños pequeños esperan que ocurra cotidianamente aquello que los adultos vislumbramos tan lejano o improbable que nos tornamos dependientes de un abrazo cargado de buenos deseos, de una cábala, de un horóscopo.
Para un niño pequeño cada día es el presente y es promesa de felicidad que no se busca, simplemente se aguarda. Por desgracia, rara vez esa felicidad llega a sus vidas.
Afirmar que los niños pequeños aguardan cotidianamente su presente desde la confiada esperanza es una invitación a confrontarnos con nosotros mismos y a preguntarnos si, en lugar de desear que el nuevo año traiga un mejor trabajo, una remuneración más justa, un viaje, etc., no tendría más sentido proponernos trabajar para que el presente de cada niño pequeño en Chile sea en efecto un día de felicidad plena, sabiendo que si “ felicidad plena” para los adultos implica mejor trabajo, el anhelado viaje, la llegada del príncipe – o princesa – azul, la concreción de ese proyecto soñado, etc., para un niño pequeño “ felicidad plena”es saberse amado y protegido por adultos cálidos, adultos con tacto, ternura y sensibles a sus necesidades emocionales y físicas.
“Felicidad plena” es disponer de espacios acogedores donde jugar libremente; es ser escuchado y confortado en sus miedos, penas y dolores; es recibir de cada adulto que le rodea un trato de máximo respeto, libre de abusos, reprimendas, castigos, exigencias desmedidas, negligencia en el trato, etc.
Por desgracia, sólo unos pocos niños en Chile pueden vivir un presente de felicidad plena; la mayoría está sometido, obligado, condenado a acompañar a los adultos con quienes vive en su insensatez y en su locura .
La TV nos muestra a vecinas que pelean a golpes mientras sus niños las cogen de las faldas para separarlas. En un supermercado presenciamos más golpes: aquellos que una madre exasperada propina a su pequeño hijo porque este se distrae mirando unos juguetes.Cuántos progenitores caminaban hace pocos días en estado hipnótico por la calle Meiggs arrastrando a niños exhaustos y los reprendían con dureza o a golpes cuando alguno se atrevió a manifestar su fatiga.
Cuántos pequeños hijos de inmigrantes viviendo en condiciones extremas de hambre y hacinamiento mientras las autoridades desvían la mirada y el corazón; cuántos párvulos atiborrándose de comida chatarra mientras pasan horas frente a una pantalla sin un adulto que les invite a jugar o a dar un paseo porque las condiciones laborales de sus padres son implacables.
Cuántos pequeños maltratados, abusados, ignorados en sus necesidades, obligados a mendigar o al trabajo indigno. Cuántos pequeños cuyo horizonte es un vertedero de basuras; cuántos niños hacinados en habitaciones compartidas con adultos que anestesian sus frustraciones frente a una pantalla de TV donde se exhibe escenas de violencia, de sexo explícito, de humor grosero.
Cuántos pequeños conviviendo con adultos que consumen drogas y resuelven sus conflictos a balazos.Cuántos pequeños de pueblos originarios violentados por los organismos del Estado.
No enfrentemos la llegada de este nuevo año con el corazón ávido de dones que creemos merecer; propongámonos en cambio trabajar para que el presente de los niños pequeños se parezca cada vez más a ese luminoso regalo cotidiano que ellos aguardan con naturalidad y esperanza: el regalo de la felicidad que germina en el respeto, el amor incondicional hacia ellos y el compromiso que involucra acompañarles en su desarrollo como personas y como sujetos de derechos.
De frente a este 2015, percibamos la fuerza con la que nos interpela la palabra NIÑO cada vez que la pronunciamos.