Los gestos indican de inmediato si una persona miente o dice la verdad, si es sincera o está fingiendo, si es culpable o es inocente. El gesto es para el que sabe interpretarlo la forma más aguda de interpretar las motivaciones, los deseos, las decisiones y las emociones del que los hace, pues el gesto no responde a una decisión voluntaria, sino que la mayoría de las veces es un acto espontáneo.
Un gesto fingido o afectado es inmediatamente percibido como falso y es un signo seguro de que nos están tratando de hacer pasar gato por liebre. Y, sin embargo, a pesar de poner tan claramente en evidencia lo que en verdad ocurre en el alma de la gente, debido a que es necesario una cierta agudeza para interpretarlos – la cual no todos poseen – el gesto no siempre es tomado debidamente en cuenta.
Pero la nitidez con que se manifiestan los sentimientos en los gestos es apabullante. Podrían servir perfectamente como pruebas acusatorias en los juicios.
Tomemos por ejemplo el caso de los acusados por poner bombas en diferentes sitios de Santiago, Nataly Casanova, Juan Flores y Guillermo Durán. La imagen muestra a la mujer entre dos policías que la custodian saliendo de la casa de donde fue detenida, muerta de la risa, como si se tratara de un divertido juego.
Después, Juan Flores entrando en la sala donde tuvo lugar la acusación, también sonriendo, y los tres imputados sentados escuchando los alegatos haciendo mofa de lo que se dice y mostrando completa indiferencia sobre lo que pueda afirmarse sobre ellos.
¿Hay en ellos alguna reacción que corresponda a la que tendría una persona que fuera acusada injustamente de un crimen? Ninguna. ¿Hay angustia, preocupación, miedo ante lo que podría ocurrirles en caso de ser condenados? Nada. El gesto los delata. Lo que muestran sus actitudes es solo comprensible en caso de que sean culpables.
La inocencia tiene otros gestos, otras caras, otras reacciones. Sus gestos muestran que desprecian a la justicia y que son indiferentes ante el juicio de la sociedad. Son anarquistas. Se creen por encima del mundo que pretende enjuiciarlos.
Volvámonos ahora hacia otro acusado, el cura O Reilly sentado en la sala del tribunal mirando la foto de las alumnas del Colegio Cumbres muertas en un accidente en el norte de Chile. El ángulo presentado a la cámara ha sido cuidadosamente estudiado para que el espectador vea la foto y reconozca de qué se trata.
El propósito es evidente: el cura está buscando dar la imagen de un piadoso creyente que se encomienda a la memoria de sus queridas discípulas. Este hombre que tiene en su mente a estas adolescentes trágicamente fallecidas no puede ser un vil pedófilo como todo hace suponer. Está siendo acusado injustamente. Solo que… Solo que una persona verdaderamente inocente no se prestaría jamás a este juego hipócrita de montar toda una escena utilizando una tragedia que ha inspirado la compasión pública para intentar aparecer con una imagen piadosa. Demasiado estudiado para ser cierto.
Si su recuerdo fuera sincero no necesitaría mostrarlo ante las cámaras, lo llevaría en su corazón.¿Y este mismo gesto no lo delata acaso como culpable? ¿Un inocente necesitaría de un montaje para mostrarse piadoso? ¿Acaso no delata esta actitud fingida un temor a la verdad?
¿Qué confianza se puede tener en alguien que es capaz de manipular su propia imagen de esa manera? ¿No hay en esto desprecio hacia los ingenuos que podrían caer en esta trampa? ¿Y esos ingenuos no son acaso sus mismos fieles, a los que como sacerdote debiera guiar hacia la verdad y no engañar?
También la política está llena de gestos. El gesto del Ministro del Interior haciendo el elogio de Juan Andrés Lagos cuando en realidad lo que está pensando es lo contrario de lo que está diciendo.
El gesto del Embajador Eduardo Contreras pidiendo disculpas públicas, dando explicaciones por su metida de pata e intentando convencer que lo que había dicho no era lo que había querido decir, sino otra cosa. Mientras hablaba ante las cámaras parecía estar diciéndose a sí mismo: “No es esto lo que en verdad pienso, pero si no digo lo que estoy diciendo me quedo sin pega”.
También está el gesto de los diferentes aspirantes al título cuando se les pregunta si van a ser candidatos en la próxima elección presidencial y responden que es todavía muy pronto para entrar en ese tipo de definiciones. Por ejemplo, Ximena Rincón, Ricardo Lagos, Carolina Tohá, Sebastián Piñera, Andrés Allamand, etc., etc. Todos ellos felices de poder mostrar su estudiada indiferencia frente a las preguntas de los periodistas, pero, al mismo tiempo, sin poder ocultar su interés porque les sigan preguntando lo mismo. No sea que comiencen a desaparecer de las encuestas.
En el deporte también se cuecen habas. Por ejemplo, el gesto de Salah “solidarizando” con el jugador colocolino Julio Barroso. Su cara parecía decir “no estoy para nada de acuerdo con Barroso, pero como el Directorio de Blanco y Negro decidió apoyarlo, no me queda otra cosa que cerrar filas”.
Es cierto que también hay gestos positivos, también la generosidad, la amistad, el amor se declaran con gestos. Aquí hemos subrayado lo negativo, lo falso, lo condenable. Porque el gesto es el antídoto que tenemos frente al intento de engaño o de encubrimiento. Sin los gestos estaríamos a merced de lo que otros quisieran mostrarnos sobre lo que piensan o sienten.
Gracias a ellos poseemos un camino oblicuo para llegar a la verdad. En la era de la imagen, el gesto nos salva de sucumbir a la apariencia y delata inexorablemente lo que los astutos quisieran esconder.