El reciente asalto a la Catedral de Santiago, con resultado de destrozos en sus bienes muebles y el gravísimo amedrentamiento para con algunos de sus fieles creyentes, que allí se encontraban en oración, durante la Eucaristía del Patrono de la ciudad, junto a alusiones pro aborto , escritos y orales por un grupo de jóvenes exaltados, nos muestra lo peligroso del devenir impensado que pueden generar estas manifestaciones, que aunque probablemente para muchos , sin conciencia de la profundidad del daño, pero sí de sus consecuencias.
Me pareció completamente procedente que el Arzobispo de Santiago iniciara su reflexión posterior al hecho con “perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen”. A nuestro entender, allí en esa frase se encuentra la raíz y el meollo de la cuestión.
Un análisis algo más liviano puede conducirnos a una crítica acusatoria, en donde la mayoría de los “otros”, son los responsables de acciones tan desproporcionadas, bárbaras y descabelladas. Ante este escenario se puede mirar lo ocurrido desde una tribuna, donde no me involucro, ajeno a los acontecimientos de mi país y en cierto modo víctima de acciones o manifestaciones desconcertantes.
Nadie podría justificar un hecho tan deleznable, irrespetuoso y agresivo, pero debemos interrogarnos con la mayor de las lealtades y analizar de manera exhaustiva, cuál ha sido –en muchos ámbitos de nuestro país- la formación que ha recibido parte de esta juventud.
Diversos especialistas en materia de psiquiatría y del alma humana, han manifestado el desarraigo histórico en que se encuentran un sector de estos jóvenes.
Nosotros avalamos esas opiniones y podemos agregar que en su mayoría son “parias sociales”, en el sentido del abandono, el desapego, la falta de contención, ausencia de límites, etc.
Se descubren vacíos, lo que les produce dolor y desconcierto con incapacidad para ver las cosas desde el punto de vista de los demás. Desde esta perspectiva con la inconsciencia propia a la que se han acostumbrado a vivir, porque nunca han intentado en serio hacerlo, llegan a un punto de no poder más… y ante esta encrucijada postulan, entre otras cosas, el aborto, evitando así reeditar sus existencias sin historia.
Si la realidad y lo cotidiano no se piensa o se hace insignificante para el pensamiento, el mal y la violencia ya no tiene límites.
En sintonía con lo que acabamos de decir, vale la pena recordar a Hannah Arendt, filósofa alemana: “la banalidad es el deshabituarse del hombre al pensamiento como incapacidad de interrogarse acerca de los hechos.”
Así las cosas, tenemos una gran tarea que realizar, un asalto al corazón de estos jóvenes;escucharlos, conocer sus miedos, frustraciones, cargar con sus dolores, ayudarlos a comprender la realidad, invitarlos a ser conscientes y partícipes de la construcción del Chile que apasiona y todos queremos.