Discriminado entre los conservadores por ser homosexual. Discriminado entre los progresistas por ser católico.
Así dice sentirse Sebastián (33), ingeniero civil y ex alumno del colegio Saint George, quien junto a un grupo de homosexuales católicos contó su experiencia en la última edición de la revista Paula ,en un reportaje sobre la Pastoral de la Diversidad Sexual, que impulsa un grupo de sacerdotes, religiosas y laicos al alero de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX), asociación laica vinculada a la Compañía de Jesús, reconocida formalmente por la Iglesia Católica.
Como católico quisiera expresar mi admiración por el enorme trabajo que está desarrollando un movimiento religioso que encarna el más profundo sentido cristiano de acoger en la fe a los que necesitan de una palabra de apoyo, sin discriminaciones, sin desconfianzas.
El testimonio de los sacerdotes y religiosas que participan en esta pastoral da cuenta de lo que quisiéramos ver siempre en la Iglesia Católica, que es el amor por el que sufre, porque Cristo mismo en su tiempo fue un marginal, un despreciado.
Así mismo, el apostolado ejemplar de mujeres laicas, que donan su tiempo y esfuerzo en acoger a padres y madres de homosexuales en comunidades para vivir su fe.
Se trata de católicos observantes, profundamente creyentes, que en algún momento de sus vidas deben enfrentarse a reconocer la homosexualidad de sus hijos y no pocas veces comienzan a realizarse preguntas erróneas, como qué hicimos mal, o a enfrentar con dolor como la iglesia que antes los acogía, ahora comienza a rechazar y en algunos casos a ser extraordinariamente agresiva con la carne de su propia carne.
En esas comunidades de padres, este apostolado de los miembros de la CVX vuelve a poner la mirada sobre el amor de Dios por todos sus hijos y la pertenencia a una iglesia preocupada de construir puentes y no muros, como dijo el Papa. Son ya demasiadas las personas que fueron profundamente católicas que han dejado de lado su fe ante una iglesia que parece rechazarlas.
El jesuita Pedro Labrín, comenta en el mismo reportaje ya citado que “la pertenencia a la Iglesia es un regalo que se transmite por medio del bautismo. A la Iglesia no se pertenece por la adscripción a un reglamento de club, ni se pierde o se gana la condición por méritos”.
Mientras que la religiosa María Eugenia Valdés señala que “no actuamos en paralelo a la Iglesia, actuamos dentro de la Iglesia, porque también somos profundamente Iglesia. No estamos escondidos ni somos los choros. Se nos ha encomendado una misión y nos sentimos enviados a hacerlo en diálogo”.
La Pastoral de la Diversidad Sexual busca seguir el llamado del Papa Francisco, que invitó a los cristianos a preocuparnos más de salvar a las personas que de salvar las ideas, es decir, ser más fieles a nuestros hermanos que a las ideas preconcebidas que podemos tener de algunas realidades.
Si en otros tiempos Jesús fue perseguido por ser pobre, por hablar de la paz, por tener un Dios y ser fiel a él, hoy muchos hermanos son rechazados e injustamente tratados por tener una orientación sexual distinta. Y Jesús muy probablemente optaría por defender sus derechos.
Experiencias como esta son las que hacen iglesia y me parece necesario destacarlas en este espacio.
La existencia al interior de la Iglesia Católica, muchas veces maltratadora, un movimiento preocupado de acoger, abrir experiencias de fe, valorar a las personas primero que todo como hijos de Dios y apoyar a sus familias ante una sociedad aún demasiado discriminadora, es algo que nos hace sentir legítimo orgullo a quienes, sin intervenir específicamente en la construcción de esta historia, vamos por la vida con la espiritualidad ignaciana a cuestas.