Los muertos decidieron, no contar nada a sus familias, de lo que habían visto.
Porque ellos, sí vieron a María, y entendieron todo.
María, la futura madre, de la tierra rica en minerales y de los bonos millonarios.
María, fue encontrada en una quebrada de Antofagasta, en un basural clandestino, desgarrada por los perros, con tres meses de embarazo.
Había salido a un control, a un consultorio cercano.
A una muerte terrible.
Dolorosa.
Cercana.
Los diarios titularon: “Embarazada muere mordida por perros”.
María, la del nombre sagrado, al morir, no entendió nada.
Y su hijo en gestación, que aspiraba ser como un Cristo, o un minero inmensamente rico, tampoco entendió nada.
Nadie entendió nada.
Nadie habló de la pobreza y la miseria.
Todos hablaban de las posibles huelgas mineras, y las pérdidas millonarias.
Y no entendían, a los trabajadores, irresponsables con el país.
Todos, sin entender, su irresponsabilidad con María.
Y su muerte, lejana.
Alimento de perros hambrientos.
Y de hombres hambrientos.
Hambrientos de riquezas.
Sólo de ambición.
De María, sólo hubo restos que enterrar, en un ataúd de cobre y oro.Financiada por las mineras, que no entendían nada.
De su hijo, que quería ser Cristo o minero, no quedaron restos, para enterrarlos, todo.
En un entierro, que no fue entierro, en un relave cercano.Solitario, como un socavón abandonado.
¡Cobre al cobre, oro al oro!, dijo un gerente, sin entender nada.
¡Polvo al polvo, cenizas a las cenizas!, dijo un sacerdote, sin entender nada.
¡A Dios, María!, dijo un familiar acongojado.
Lo importante, es no entender nada,dijeron todos.
Los muertos, María, y su hijo sí, entendieron todo. Sin contarle a nadie.