Amor… ¿Cuántos sentidos no se dan a esta palabra? “amor”. Sentidos bien diversos, hasta contradictorios.
Para algunos, por ejemplo Don Juan Tenorio, de Calderón de la Barca, es un prototipo de un hombre enamorado, para mí es el prototipo de un hombre incapaz de amar, incapaz de salir del mundito de su propio yo. Porque efectivamente por aquí va el sentido fundamental de la palabra amor: el abrirse al otro en una dinámica de descubrimiento y entrega.
No vamos a sondear en los análisis freudianos o de otras psicologías modernas.Queremos simplemente captar la sabiduría cristiana contenida en los análisis seculares que la iglesia ha hecho alrededor del sacramento del matrimonio. La moral del amor conyugal va a orientar nuestra reflexión.
El atractivo sexual entre lo masculino y lo femenino que se da analógicamente en todo el reino animal, será nuestro punto de partida. Con Santo Tomás de Aquino pensamos que es legítimo partir de la naturaleza porque la gracia no destruye la naturaleza sino que edifica sobre ella.Las tendencias de nuestra naturaleza constituyen una ley natural que nos impulsa hacia la unión conyugal es un camino legítimo conforme la ley natural de conducta moral.
Estamos diciendo que el sentido del atractivo sexual es invitarnos a una unión conyugal, es lo que conviene que comprendan los jóvenes cuando en la adolescencia se sienten un tanto confundidos por estos sentimientos que surgen en su interior de atractivos sexuales: la sexualidad está encaminada a la unión conyugal, al matrimonio.
Si yo convierto ese atractivo en un instrumento orientado hacia el propio placer y gozo sexual egoísta, entonces pervierto lo que es el sentido fundamental de la sexualidad.
Es cierto que el atractivo sexual no es una imposición. Es cierto que tengo la capacidad, la libertad de optar por otras alternativas. Alternativas que pueden ser para mí más deseables, más dignas de opción.
Hay quienes optan por el celibato que los deja más libres para otras actividades, otras metas por ejemplo religiosas o humanísticas. Lo que sería sí reprobable sería convertir el sentido de ese atractivo sexual para recoger de el simplemente un placer egoísta, es decir cosechar un placer individual de un atractivo que es esencialmente social orientado a una unión conyugal.
Por unión conyugal entendemos más que una unión simplemente sexual.Esta última puede ser simplemente producto de una búsqueda egoísta de placer en que no interviene un auténtico amor. Por esto la iglesia tradicionalmente especifica los frutos o bienes de la unión conyugal, es decir de un verdadero matrimonio.
El primer bien son los hijos. El segundo es la ayuda común, la convivencia de dos personas que se quieren y se ayudan. El tercer bien denominado en latín “remedium concupiscencie” que traduzco como “superación” del deseo, del deseo egoísta, del placer, es, en otras palabras, simplemente el amor. En la unión sexual de dos amantes el gozo deja de ser egoísta, individual, se convierte en un gozo compartido, se convierte en amor. Estos son los bienes del amor a los que convida el atractivo sexual.
En la unión conyugal o en el matrimonio se barajan estos tres bienes. El matrimonio con estos tres bienes podría existir en rigor sin amor. La convivencia podría desordenarse ayudándose unos a otros sin amor, simplemente a través de una mutua conveniencia.Igualmente los hijos pueden ser engendramos sin amor mutuo y crecer en alguna forma.
Hasta el amor puede reducirse rigurosamente a ser sexo, la iglesia insiste sí en que haya un compromiso y con eso el matrimonio es válido. Pero esto sería reducir el matrimonio al pragmatismo frío del derecho y despojarlo del encanto que tiene a donde apunta el atractivo sexual: el encanto del amor.
La unión como realidad humana, clama por el amor conyugal, esto lo reconoce la iglesia cuando cita a San Pablo para quien el matrimonio humano es signo del amor, del amor con que Cristo se entregó a la Iglesia al sacrificar su vida por ella. El compromiso confiere seguridad y estabilidad a los padres y a los hijos. Para la iglesia importa eso para la dignidad de los padres. Daremos cuenta de cierta evolución que ha habido en la doctrina de la iglesia respecto al matrimonio. Una evolución ciertamente significativa.
Antes entre los tres bienes del matrimonio, los hijos ocupaban un sitio privilegiado, eran el fin primordial del matrimonio. Esto ha cambiado, en el último código de Derecho Canónico, se habla simplemente de los tres fines del matrimonio.
Por otra parte se ha subrayado un requisito para la validez del compromiso matrimonial: madurez humana. Interpreto en este cambio una nueva valoración de los signos de los tiempos, el peso y significado de un cambio cultural en el mundo.
La iglesia ha tomado conciencia de que la fecundidad no es lo principal en el matrimonio, de hecho pueden casarse parejas infértiles, el matrimonio es válido en períodos de infertilidad de la mujer ante los cuales se puede lícitamente tener relaciones sexuales, hay situaciones orgánicas que mantienen períodos de infertilidad y que se pueden provocar con el uso de píldoras u otras industrias.
Esta intervención humana en el proceso reproductivo ha sido prohibida por la iglesia pero actualmente ella tiende a tolerarla. Yo sacaría como consecuencia que el bien más íntimo que otorga la unión conyugal al individuo que se compromete con ella, es la maduración de su personalidad. Con un amor mutuo por el cual él deja de ser un ego para convertirse en un nosotros que se amplía con los hijos. A través de lo cual su amor se amplía más aún hacia lo social, interesándose en todo lo humano.
El sentido y dinámica del amor a través de la familia sería abarcar la humanidad entera en una entrega conjunta y efectiva.
Este mismo sentido y dinámica tendría el amor celibatario, solamente él se saltaría de pasar por el proceso del ejercicio de la sexualidad que es electivo, es decir, puede ser o puede no ser un objeto de elección y pasaría a enfrentar la perspectiva de una humanización social.