A veces se piensa que cuando se trata de ayudar al otro, de ser solidarios, todo vale. Que las buenas intenciones por sí mismas son suficientes, que el modo de llevar a cabo las cosas no es tan relevante como el propio hacer.
Por ende también se cree que el centro de nuestras ‹buenas acciones› pasa por “hacer algo”, lo cual llevado a un extremo podríamos incluso llegar a reducir a que si estamos haciendo el bien, los resultados no son tan relevantes. Pero para una organización seria y comprometida, que trabaja con poblaciones altamente vulneradas en sus derechos, hacer bien el bien no sólo es una opción, es un imperativo.
Cuando se busca ampliar las oportunidades de las personas para que puedan ejercer sus derechos, salir de la exclusión y acceder a mejores niveles de vida, “ hacer” con rigurosidad técnica, metodologías innovadoras, calidad profesional y -por supuesto- con convicción, es el único camino posible. No puede haber otro.
Para salirnos de la zona cómoda –y a veces perezosa- de “esto se hace así, porque siempre se ha hecho así” es necesario poner en tensión nuestra acción, cuestionarnos permanentemente sobre qué y cómo mejorar para avanzar en el camino de la búsqueda de la excelencia en lo que hacemos.
Los adelantos de la técnica deben estar en nuestro mapa, como el mismo Padre Hurtado hace ya casi siete décadas nos instaba: “Es necesario observar las cosas, criticar las ideas, razonar sobre los hechos, proponer planes y construir. Hay que pasar de la moral a la técnica y para ello se necesita talento, trabajo y preparación especial”.
Hoy los desarrollos de la tecnología ayudan a implementar procesos que nos permiten, por ejemplo, saber con certeza y prácticamente en línea que en las distintas obras con que contamos en todo el país atendemos a cerca de 25 mil personas, que de ellas el 81% son parte del primer decil de ingresos (o del segundo si es que además de su condición económica se suman otras situaciones de vulnerabilidad o daño), que durante el año pasado el 88% conquistó sus objetivos, cifra similar a la que se muestra satisfecha o muy satisfecha con la atención que reciben.
Del mismo modo nos permiten monitorear los progresos de los niños y niñas de nuestros jardines infantiles, los cuales actualmente alcanzan un 70% de logro en los aprendizajes, según las bases curriculares.
Gracias a este tipo de innovaciones también manejamos información más certera respecto a la magnitud de las brechas de cobertura de nuestra población objetivo, por ejemplo sabemos que dentro del total de la población del primer quintil de ingresos hay 56.700 personas con discapacidad mental que no reciben algún grado de atención, que para el caso de los adultos mayores dependientes llega a casi 50 mil personas, la cual se empina hasta los 87 mil para el caso de los adultos mayores con condiciones de fragilidad.
La tecnología nos ayuda hoy también a ser más eficientes en la relación que forjamos con nuestros socios, ellos financian alrededor del 50% de nuestro presupuesto y tal como estas cifras indican son un pilar estructurante de nuestra labor.
Sin los socios no sería posible que el Hogar de Cristo sea lo que es hoy día. De hecho hoy podemos sentirnos orgullosos de ser la primera fundación que emite certificados electrónicos a los socios que se quieran acoger a beneficios tributarios.
Más de 3.7 millones de chilenos forman parte de ese 20% más pobre, quienes hacen frente cotidianamente a los vaivenes de la pobreza y exclusión social, trabajando duro cada día por sacar adelante sus vidas y las de sus familias.
Hacer bien el bien es un imperativo, por ellos y por todo el país, ya que de no mediar oportunidades de inclusión verdaderas y de calidad permanecerán en una situación que habla de injusticia y vulneraciones de derechos, un permanente relato que no sólo empobrece a un grupo específico, sino a toda la sociedad.