Con tristeza he leído la noticia que el pirquén Santa Pamela, en Antofagasta, debe cerrar sus faenas por falta de recursos económicos. Pero éste no es un yacimiento cualquiera, el plus que lo identifica es que transformaba en mineros a personas que habían delinquido, con diversas capacitaciones.
Los costos de operación, los sueldos de los trabajadores, por cierto mejores que muchos otros en la zona, más todos los gastos que obligan a tener en actividad una empresa, hicieron colapsar a la familia Rodríguez Ramos, dueños de dicho pirquén. Hoy, esas familias quedan sin su fuente laboral y lo que es más grave aún, se cierra para siempre la luz de esperanza que animaba y fortalecía a quienes buscaban de corazón, una nueva oportunidad para sus vidas.
Este pequeño pique no hacía el ruido de las grandes mineras, los malls gigantes, o de aquellas empresas que anuncian con cierto orgullo y vanidad los millones de dólares necesarios para la inversión inicial y mantenerla en actividad. No, Santa Pamela era una pequeña minera, en donde a sus dueños, los movió el deseo por lo social, la recuperación de quienes habían delinquido, capacitar al ignorante y ofrecer una remuneración digna y justa a los que nadie valora ni tiende la mano.
Ciertamente que una estructura laboral basada en la convivencia fraterna, la comunión entre las personas, el diálogo compartido y respetuoso, la armonía y otros valores que distinguen a los empresarios ejemplares, hace que muchas veces los negocios proyectados no logren los resultados esperados. Quizás un empujón por parte de alguna institución bancaria, del propio Estado o algún empresario de espaldas más anchas, habría revertido la situación de dicha empresa
Es altamente probable que con recursos frescos y algo de tiempo, hubieran permitido nuevos análisis y gestiones, encontrando otras vías que indiquen la dirección y así evitar el cierre de esa sencilla empresa tan necesaria y urgente para el segmento antes indicado.
Me siento muy cercano al dolor, que no cabe duda, experimentan en este momento esas familias. La Fundación Paternitas ha desplegado, en un sentido desde luego diferente al pirquén Santa Pamela, una labor de recuperación personal, familiar y social de quienes han delinquido. Sin embargo, y a pesar de las múltiples voces que felicitan nuestra tarea, por la excelencia y resultados debidamente probados, hemos tenido que cerrar programas por falta de recursos, debiendo quedar a la deriva un número importante de personas y sus familias.
En promedio un delincuente perpetra – y hablando de manera conservadora- entre 1 y 3 delitos por día. Cuando la Fundación o la pequeña minera mencionada, recibe, capacita e inserta laboralmente a estos ciudadanos se produce el frenazo delictual, que fortalece la seguridad social, ahorra al Estado cuantioso dinero y los más importante pone de pie a una persona y su grupo familiar, acogiéndolos para siempre.
El año pasado nuestra institución trabajó con algo más de 1.000 usuarios, gracias a ellos usted que lee esta columna ,tal vez no haya sido asaltado.
Lo más insólito de todo esto, es el silencio que indigna, una especie de indiferencia ante la frustración y sufrimiento del otro, lo que revela un egoísmo y una profunda enfermedad que mata el alma, el amor y la esperanza.