Cuando se examinan las redes sociales sin prisa y sin pasión se detectan sentimientos extendidos, fuertes, que muchas veces se expresan con palabras ofensivas, poco respetuosas de la dignidad de las personas.
El fenómeno ocurre a propósito de noticias en los medios, especialmente respecto de aquellas más relevantes, como el caso reciente de Freirina o de la CNA, pero es algo que nos viene acompañando desde hace bastante tiempo.
¿De qué se trata centralmente? A mi juicio, de la ira. Ese sentimiento que proviene del mundo de las emociones, del resentimiento y de la irritabilidad.
Nos enfrentamos a un sentimiento básico, primitivo, que afecta de un modo negativo tanto a la persona que lo experimenta como a la sociedad misma en que vivimos.
La ira, en otras palabras, deteriora la calidad de la vida personal y social.
Más específicamente, la ira en política ha sido una actitud y conducta objeto de análisis desde siempre. Bastaría con citar a Aristóteles, Séneca, Gandhi, Fanon, Trotsky, Orwell, Malcolm X, Hessel, entre otros pensadores.
La variopinta orientación ideológica de los autores citados indica desde ya que respecto de la ira, y especialmente de su relación con la política, existen muchas y divergentes posiciones.
Ese sentimiento, propio de todos nosotros, si es expresado de una manera civilizada, aceptable, dentro de un régimen político democrático, puede ser justo y formar parte de una pretensión de cambio social y político.
Por “civilizada y aceptable” me refiero a aquella ira que se expresa moderada y críticamente, incluso con humor, acompañada de un intento de persuasión de los otros, del diálogo, la cooperación y la capacidad de alcanzar e implementar acuerdos.
Así expresada, considero que la ira puede ser hasta necesaria y legítima para avanzar hacia una mejor política y sociedad.
En cambio, la ira que devela furia desatada, fuera de auto-control, que es agresiva y violenta e incapaz de conducir a situaciones mejores, puede dar lugar al deterioro e incluso la destrucción de la convivencia dentro de un régimen político democrático.
Considero que la ira que se expresa en las redes y en los movimientos sociales chilenos actuales todavía se ubica en una estadio intermedio de evolución, por así expresarlo.
Desde luego, pienso que se ha ido manifestando y construyendo en Chile una especie de cultura de la ira, de la cual aquella que se expresa en las redes sociales a través de los medios de comunicación constituye solamente un atisbo del fenómeno.
Pero es preocupante que, de hecho, las actitudes y conductas que expresan ira se hayan visto progresivamente acompañadas de intemperancia y violencia, que incluso algunos –pocos todavía, felizmente- validan como medio legítimo de apoyo a la expresión de sus frustraciones, intereses y demandas.
Sugiero, en esta ocasión, que para hacer algo en orden a evitar que la cultura de la ira transite a un estadio de ira desatada, sin auto control y acompañada de violencia extendida, recurrir a un texto de uno de los autores antes citados: Lucio Anneo Séneca (“De la ira”).
Parafraseando –y en cierto modo modernizando a Séneca- se puede argumentar que es preciso ser conscientes de aquello que nos irrita personalmente; adquirir auto control de la propia ira; no relacionarse e ignorar a aquellas personas y agrupaciones que expresan solamente ira y tienden a provocarla en los demás; no enjuiciar a las otras personas; no reaccionar demasiado rápido a las conductas de los otros y considerar casi de inmediato que nos han ofendido; tratar de dejar de lado nuestros propios prejuicios; ponerse siempre en el lugar de las otras personas.
Traigo a colación las apreciaciones de Séneca en la materia porque pienso que no están fuera de época y son aplicables en el contexto de las redes de la ira en que hemos comenzado a vivir en nuestro Chile.
Ello porque aluden a actitudes y conductas políticas básicas, desde las cuales se puede construir, mantener y perfeccionar un régimen político democrático.