Hay un relato sobre nuestro país, muy extendido tanto en los medios de comunicación, como en los representantes políticos y sociales y en la ciudadanía de a pie, que habla de Chile como una sociedad casi inmanentemente solidaria. Los resultados que entrega el último Índice de Solidaridad, realizado por el Mide-UC, nos plantea una serie de desafíos frente a realidades, un tanto distintas a las que dábamos por supuesto.
Según dicho estudio, Chile en una escala de 1 a 10 logra un puntaje sólo de 3,36 a nivel general en solidaridad, estando muy por debajo del punto medio de la escala y no variando significativamente desde la medición 2010.
Pese a que esta noticia no es buena y que los chilenos no hemos tenido avances significativos en solidaridad, existen dos resultados que nos estimulan y desafían a mirar con optimismo las posibilidades futuras.
El estudio nos demuestra que la solidaridad es educable. Variables como la empatía, el sentido de responsabilidad y la confianza son algunas de las conductas positivas que se pueden formar y promover, tanto al interior de las familias como de las instituciones formales, como colegios y/o universidades. La solidaridad, al igual que otros valores que antes no tenían el estatus del que actualmente gozan, como la tolerancia y el respeto por los derechos humanos, son valores socialmente promovidos.
Familias que forman hijos con estas habilidades son familias que están haciendo una contribución a la formación de personas que a futuro tendrán instalado en su ADN valórico la preocupación por el bien común y no sólo por el individual.
Especial relevancia cobra entonces también que nuestras instituciones educacionales se preocupen con gran intensidad de entregar en su formación habilidades sociales necesarias que nos permitan promover la solidaridad.Colegios, escuelas, institutos y/o universidades que instalen planes curriculares o dinámicas educativas con estas destrezas y valores, son escuelas que formarán personas y ciudadanos responsables de sí mismos y también de su sociedad.
El segundo dato en este estudio que nos trae optimismo se refiere a que si bien la donación en dinero sigue siendo la conducta más habitual en la sociedad chilena, la donación o ayuda de tiempo personal ha ido en aumento. Esto muestra la voluntad y compromiso en parte de los chilenos para involucrarse en la realidad del OTRO, elementos claves en la generación de una sociedad más cohesionada que logra visualizar el bien común más allá del bien individual: “vincularme personalmente con una realidad que si bien es ajena, hoy comienzo a sentirla como propia”.
En un país como el nuestro, donde existen altos niveles de desigualdad, inequidad, con cifras de pobreza inaceptables para el momento de desarrollo en que nos encontramos, apostar por un desarrollo más justo tiene como camino imperioso la ruta de la Solidaridad, donde los chilenos en su conjunto nos apropiemos de las dolorosas realidades de miles de compatriotas que viven en la pobreza y la exclusión.
Corazón solidario, inteligencia solidaria y manos solidarias son imprescindibles para la construcción de un país más justo.
La solidaridad, como valor que conjuga e impulsa todos estos ámbitos, se pone a nuestra disposición.