Vivo en la ribera sur de la población La Legua. No llegué aquí por ninguna seudo “opción preferencial por los pobres” ni nada parecido, como hacen algunos ricos para expiar sus culpas. No, simplemente son los barrios de mi niñez y juventud.
Nací cuando mis padres – legüinos de siempre – vivían en pleno sector de la Legua Vieja, de allegados transitorios en una casa de adobe y piso de tierra de mis abuelos maternos.
Nunca he consumido drogas, salvo cuando consumía vino, cerveza y en general alcohol.Aclaremos que a pesar de ser drogas lícitas son drogas al fin.
Era consumidor moderado y social, pero hace años que no consumo alcohol. Aparte de eso nunca en mi vida he consumido otro tipo de droga (marihuana, cocaína, cigarrillos, pasta base o cualquiera otra).
Luego de estas aclaraciones y presentación personal – que para el tema planteado en la presente columna pareciera necesario – permítanme señalar que pienso se debería abrir un profundo debate sobre las drogas ilegales o ilícitas y un radical cambio de perspectiva.
Parece indispensable que el diálogo ciudadano y comunitario, sobre el problema del consumo y tráfico de drogas, tengamos que cambiarlo de eje de discusión, desde una perspectiva de seguridad ciudadana – donde se encuentra actualmente- hacia una perspectiva de salud pública.
No es solamente un aspecto teórico o discursivo el cambio de eje, sino que éste tiene múltiples implicancias prácticas. Por de pronto, tratar a los adictos a la droga como enfermos o pacientes y no como delincuentes.
La segunda implicancia práctica significa reformular todas las políticas públicas del Estado a esta nueva realidad, haciéndose cargo de un problema de salud pública que nos afecta a todos/as, seamos o no consumidores de drogas. No puede ser que la unidad de gobierno preocupada de desarrollar políticas públicas sobre el problema de la droga esté inserta en un Ministerio cuya misión sea mantener el orden público y la seguridad.
Consecuentemente, al tratar el problema del consumo y tráfico de la droga, se tiene que llegar a la discusión sobre el estatuto jurídico al cual sometemos dichas conductas.
Actualmente tenemos un estatuto jurídico incoherente. De allí la pregunta, ¿por qué el consumo y comercialización de algunas drogas están despenalizadas y reguladas y otras no? El alcohol es una de las drogas que provoca más daño a la salud y una gran cantidad de muertes (directas e indirectas) pero tiene un estatuto jurídico que le da legitimidad social.
Si somos coherentes con el cambio de perspectiva – de tratar el problema de la drogadicción como un problema de salud pública – tenemos que llegar necesariamente a enfrentar el debate de despenalizar y regularizar todo el consumo y comercialización de sustancias adictivas.
Sin duda que un debate de esta naturaleza recibirá la mayor crítica de dos sectores. En primer término de sectores conservadores de la sociedad, que creen que cualquier discusión significaría una muestra de debilidad frente al combate contra la droga.
En segundo término, los narcotraficantes – en todas sus jerarquías – que verían peligrar el negocio de sus vidas, al fundamentar sus ganancias en el temor y esta suerte de “patente de corso” o “permiso de monopolio” que le entrega el Estado en la comercialización de la droga en nuestras poblaciones, pagando un “impuesto” consistente en que algunos de sus miembros pasen un tiempo en la cárcel mientras continúan lucrando del espectacular negocio de las drogas ilícitas.
Es intolerable que toda la población, consumidora o no de sustancias ilícitas, soportemos las consecuencias de inseguridad pública motivadas por la ilicitud del consumo de drogas.
La persona alcohólica mantiene su vicio amparado por el Estado, comprando su droga en lugares habilitados y seguros para todos. En cambio, por ejemplo, la conducta de la persona consumidora de marihuana nos expone a todos, al generar y ser parte de una red de narcotraficantes.Discriminación arbitraria autorizada por el Estado.
Con esto, se plantea una reflexión final. ¿No sería mejor despenalizar y regularizar todo el consumo y tráfico de drogas – desapareciendo con esto las redes de narcotraficantes – y tratando a todos los adictos como realmente son: unos enfermos?
La mayor dificultad de este debate es que no puede ser asumido por un solo Estado, sino como una discusión de carácter global, donde el negocio de las drogas ilícitas es uno de los más rentables a nivel mundial.
Termino de escribir estas líneas siendo las 1.45 de la madrugada. Me acaba de despertar una ráfaga de balaceras, ignorando quienes son y de dónde viene el sonido.
Esta vez he despertado molesto, a pesar de que estas balaceras siempre han sido comunes en mis barrios. Otras veces no me molestan, más aún, me apiado de mis vecinos que viven para el sector de la Legua Emergencia. Hoy, con madrugadora rabia, preferí escribir esta columna y espero que no la lean los narcotraficantes.