Los medios nos han informado en las dos o tres últimas semanas, casi obsesivamente de episodios delincuenciales, de gran connotación. Basta recordar lo ocurrido en la discoteca “Puerto 23”, en Quilicura, con consecuencia de muerte violenta, el asalto en la comuna de Vitacura donde además hubo un cobarde ataque sexual y el reciente crimen en contra del cabo de carabineros Cristián Martínez.
El denominador común de estas noticias tan impactantes, es que son llevadas a cabo, en su mayoría, por adolescentes. Es preocupante la violencia sin límites que ejercen estas personas cuando cometen tales fechorías.
Estas actitudes, absolutamente normales para una gran mayoría de quienes sin familia constituida, ni valores , ni principios, los lleva a actuar en un desenfreno tal, que todo podría parecer aceptable.
Esto es gravísimo, pero se fundamenta en una historia personal desgarrada, de miseria, de violencia, de ausencias parentales, que sobrecoge.
Hay una rabia oculta y un espíritu de venganza que no tiene parangón y todo este proceder descansa en una visión de la vida en que todo está permitido y cuando uno los adentra en la reflexión para que vean los hechos desde otra perspectiva, parece ser que el diálogo no logra ningún objetivo ni sentido.
Lo anterior, aunque pueda parecer muy drástico, lo digo porque he tenido la oportunidad de conversar con algunos de estos jóvenes. En realidad cuando uno los aborda se da cuenta que, muchas veces, no calibran la profundidad de lo sucedido, es más, algunos de ellos relatan la experiencia justificándola y con ningún signo que demuestre que hubo conciencia de mal.
Considerando lo que se ha dicho precedentemente parece urgente abordar el conflicto que parece adueñarse del corazón humano, desde la perspectiva técnico científica, pero con especial atención en lo que respecta al ámbito moral, espiritual y religioso. Es fundamental considerar al sujeto que comete estos delitos como alguien aguijoneado por una historia personal marcada a fuego por experiencias traumáticas, de impresiones negativas, violentas y de extremo dolor.
Con esta carga creció, es un sobreviviente, amenazado por desconocidas corrientes que emergen desde lo profundo que acechan, embisten y agreden.
Así las cosas, nos parece necesario que las instituciones, tanto Judicial, de Gendarmería y Sename, establezcan un protocolo terapéutico que permita ayudar a sanar o por lo menos a minimizar las consecuencias que arrastran muchos de los jóvenes que se encuentran privados de libertad. Estas huellas históricas, altamente peligrosas, son las causantes de acciones delictuales de gran impacto social.
Si se cree que basta y es suficiente la pena corporal para recuperar a un individuo del ámbito delictual, es una gran equivocación, porque al priorizar el encierro sobre lo humano y sus conflictos, se precipita al país, en un futuro próximo, a nuevas y desconocidas acciones delictuales, cada vez más cruentas, violentas y perversas.