Hay amores ordenados y desordenados. Amores que humanizan y otros que dañan. Pero sobre todos están los que humanizan y, más encima, están llenos de pasión.
Son amores que matan pero dan más vida. Esos nunca mueren, dicen por ahí.Amores que implican renuncias y dolor. Amores apasionados. Arriesgados. Con poco cálculo.
Don Sergio Livingstone aprendió de esos amores especialmente de su mamá Ana y en su colegio San Ignacio donde estuvo interno hasta los 17 años. Allí se crio con el Hermano Delgado y conoció la figura del apasionado de los apasionados: el Padre Hurtado. De él aprendió a afectarse en la vida. Y afectarse por amor. Mente amplia pero corazón más grande que la mente.
El mismo Don Sergio contó que se acercó una vez a Hurtado después de unos ejercicios espirituales y le dijo: “padre, yo quiero ser jesuita”. Estaba conmovido. Contaba que le dio por dormir en el suelo, porque pensaba que “no merecía estar durmiendo en una cama cuando había tanta gente sufriendo”. Conmoción. Convencimiento. Emoción. Ilusión. El mismo Don Sergio decía que el recuerdo que más lo marcaba al final de los días era justamente el de la etapa del colegio, cuando “despertaba a la vida”.
Eran tiempos en Chile donde el amor, más o menos ordenado, estaba por sobre las ambiciones profesionales, sobre las seguridades. Había que entregarse en la vida. El hombre está hecho para amar y ser amado. Punto. Y él lo hizo. ¿Una carrera de abogado?
No, había que dejarla e irse al fútbol y vivirlo sólo como se podía vivir en ese tiempo: sin vivir de él, pero entregándolo todo en la cancha. Amauterismo dirían hoy.
Fue el primer ídolo del fútbol chileno y con esto ayudó a que la Católica se encaminara a ser lo que tenía que ser, y hasta hoy está pendiente, un equipo popular. Lo católico es popular. No es de unos pocos iniciados. Jesús no era elitista. Don Sergio amó la Católica, y gozó con su primer título el 49. Era el que más recordaba. El fútbol es de amores. De pasiones. No caben los cambios de equipo o los abandonos frustrados. El equipo de tus amores es para toda la vida. Signo del amor divino.
Pero la carrera deportiva tampoco lo era todo. Esto es parte del amauterismo.¿Qué había una carrera en el exterior incipiente en Racing de principios de los 40?¿Qué los europeos me esperan? El amor de una mujer es más fuerte que la carrera.
La vida es para amar y ser amado. Y encontró el amor y se casó y formó familia y con sus dos queridos hijos a quien amó.Con Lucía estuvieron 10 años juntos y se separaron. Luego conocería a Magdalena a quien también quiso mucho, a ella y sus hijos.Pero como con Lucía, él mismo cuenta, “no logró conservarla”.
No fue, de cualquier modo, un itinerante de amores, los amores que humanizan y apasionan son perseverantes: en la UC estuvo 22 temporadas, en la selección chilena jugó 59 partidos, en TVN 42 años, muchos años en la Radio Agricultura, en el fútbol siempre. Y en su familia siempre. Sólo la muerte lo jubiló. Quiso a sus hijos, nietos y amigos. Disfrutó de estos hasta el final. Disfrutó de la vida misma. Con pasión, con amauterismo. Sin falsas expectativas.
Los amores que humanizan y apasionan no te llevan a la histeria sino a la vida buena y consagrada. Si hay algo que transmitió a los futboleros chilenos durante todos estos años era que al fútbol hay que amarlo con pasión, pero sin histeria. Disfrutarlo, gozarlo. Con respeto por el rival. Con respeto por todos. Vida buena. Y si se pierde, si hay una “chambonada morrocotuda”, la vida da más vueltas. También cabe el humor. Ya vendrán otros partidos.
En el fútbol hay alegría y dolor, vida y muerte. Pero no es el acabose.Amauterismo: Yo no vivo del fútbol, pero entregó la vida en la cancha.
Don Sergio, definía un buen arquero como quien no tapaba todas las pelotas, sino quien, pensando en los otros jugadores, hacía que estos creyesen que siempre estaría ahí cuando lo necesitaran, incluso para levantarlos del suelo cuando ganaban los otros. La imagen evoca al Dios de Jesús. El Dios que aprendió en el San Ignacio. Un buen arquero.Hoy ese Dios está yéndolo a levantar de su sueño para vivir con él y disfrutar de la vida regalada.