Los chilenos somos inconsecuentes, desconozco si es por nuestra naturaleza, pero, por Dios, ¡cómo somos de inconsecuentes!
Según la Real Academia de la Lengua Española, la inconsecuencia es la “falta de consecuencia en lo que se dice o hace, definiéndola como el “hecho o acontecimiento que se sigue o resulta de otro”; o “la correspondencia lógica entre la conducta de una persona y los principios que profesa”.
Basado en dichas acepciones, no es difícil identificar algunos ejemplos en nuestro diario vivir. Resulta ser absolutamente inconsecuente el actuar de una Diputada, presidente de una Comisión que realizó álgidas acusaciones e imputaciones en cuanto a que diversas universidades privadas tienen lucro, en circunstancias que su hijo estudia en una de esas universidades.
Cómo no van a pecar de una tremenda incongruencia, los dichos de un alto personero del gobierno del Presidente Piñera, en relación a las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el Régimen Militar, en circunstancias que trabajó para ese gobierno, siendo ayudante y gran seguidor de uno de los ideólogos de éste -mi profesor-, Jaime Guzmán Errázuriz.
Resulta de una gran inconsecuencia los dichos de una Intendenta criticando las marchas de los estudiantes, cuando con posterioridad, se refiere al acto realizado en recuerdo del general Pinochet, señalando que se trataba del legítimo ejercicio del derecho a expresarse.
Sin duda, aparece como de manifiesta inconsecuencia que en un Gobierno pasado se autorice la realización de un proyecto como HidroAysén, y posteriormente, en el actual, los parlamentarios de oposición lo critiquen ácidamente.
Todos somos inconsecuentes, incluido el autor de este artículo, quien a su más tierna edad era fanático de un equipo que recientemente recibió cuatro goles, en circunstancias que hoy es hincha furibundo de uno cruzado que se farreó una final por celebrar antes de tiempo… gran inconsecuencia.