Me han apenado las noticias respecto de Cristián Precht.
Si acaso las acusaciones son falsas (han sido declaradas verosímiles, pero no verdaderas), la pena se sustenta en que se acuse de hechos tan graves a un hombre inocente, con todo el daño que es posible imaginar, en lo íntimo y en lo social.
Pues cuando alguien acusado de delitos contra menores y de abusos de naturaleza sexual proclama inocencia, la reflexión que muchos se hacen –sobre todo entendidos en el tema– es que ningún culpable reconoce. Por lo tanto, si es inocente dirá “yo no fui” y si es culpable dirá “yo no fui”. Entonces la credibilidad queda perdida para siempre.
Si acaso las acusaciones son verdaderas, también me da pena. Por cierto por él mismo, que siempre ha parecido un hombre bueno y consistente, pero que con esto entra a un área oscura de delitos que no resultan justificables, aunque mucha gente quiera situarlo en el área de las enfermedades. Pero también por sus víctimas y por todas esas personas que creyeron ver en él a un modelo de compromiso sustentado en la fe. Pena por una iglesia que, aun cuando me siento alejado, sigo sintiendo mía porque en esa cuna me crié.
Los abusos contra personas débiles, más aún si son menores, cometidas por sacerdotes o personas dotadas de autoridad, son de los peores delitos que es posible imaginar, particularmente por la magnitud del daño, más espiritual y psicológico que físico. Y por la dimensión social de sus efectos.
La historia de casos es enorme, tanto de los que han sido probados, como de los que han quedado en la sanción eclesial, en el silencio, en el olvido o en la falta de pruebas. U otros en los que no se avanzó porque el imputado murió.
Se pone así de relieve una serie de dificultades en una institución que, ligada fuertemente a la vida social chilena, representa una religión importante para la gran mayoría.
Se ha dicho, probablemente con cierta razón, que instituciones de este tipo, que se manejan con secretismo, autoridad y alguna rigidez, resultan ser eficaces lugares de protección y ocultamiento de tendencias sexuales no aceptadas habitualmente en la sociedad o derechamente tendencias sexuales desviadas.
Unas y otras se han dejado entrever en estas situaciones. Pero además se deja en la duda la conveniencia de la norma del celibato, por cuanto muchos sacerdotes la violentan en relaciones heterosexuales consentidas o nacidas de un cierto abuso, pero siempre bajo un manto de secreto
Todo confuso y, para algunos, doloroso.
La Iglesia Católica deberá rever su realidad. Algo está sucediendo que no puede negarse.
Sabemos que nada se saca con ocultar o con negar. La verdad termina abriéndose paso, aunque no lo queramos. Y eso significará hacer cambios, importantes cambios. Los estamos esperando. Los católicos y los no católicos. Incluso algunos que, por su tono, parecen “anticatólicos” revestidos de liberalismo, especie antigua que se mantiene vigente en curiosas alianzas. Por cierto me refiero a Peña, no el fiscal sino el comentarista mercurial.
Y eso se revela en que no entienden muchas facetas del problema. Por ejemplo, que Precht no “consoló” a las víctimas de la dictadura, sino que luchó por sus derechos con dedicación, entereza, abnegación, valentía. No es lo mismo. Y si bien eso no aminora sus culpas eventuales, a la hora de los castigos no puede ser soslayado.
Debería coincidir conmigo el abogado Peña, aunque conozca la profesión sólo por referencia, que las conductas positivas aminoran la pena aplicable. Eso en lo penal. En lo espiritual, tema que a él parece interesarle menos (o nada), la verdad es que hay compensaciones entre las buenas y las malas conductas.
Tampoco entiende el comentarista por qué Precht pidió a Hasbún que lo defendiera. Como él es un individualista, no concibe lo que son las alianzas de grupo o la fraternidad al interior de las instituciones.
Los que hemos experimentado ello, sabemos que no siempre debemos estar de acuerdo con todos y en los ámbitos en los que se permite el disenso habrá siempre otros aspectos en los que haya consenso.
Puede que Precht haya recurrido a Hasbún considerando que es conveniente tener un abogado conservador ante un tribunal conservador. Pero también puede haber amistad entre ellos, nacida no sólo al amparo de la Iglesia Católica misma, sino de la particularidad que cuando uno era Vicario del Cardenal Silva el otro era secretario privado del mismo príncipe eclesial.
Y el comentarista olvida que aunque Hasbún fue opositor a Allende, también estuvo un tiempo en contra de las decisiones de la Junta Militar, hasta el extremo que fue despedido desde la dirección del Canal 13 por el rector militar de la época.
Nada es tan simple como decir que uno es izquierdista y el otro derechista. ¿Nadie pensó en ello cuando el sacerdote Mariano Puga, rebelde y popular, visitó a Karadima, recluido entre las monjas?
No es el diablo quien los junta, sino su propia fe, sus propias convicciones, su propia organización. Pueden ambos haber tenido malas conductas o buenas conductas, pero hay amistades que lo trascienden todo y el llamado cristiano no es amar a los que nos aman sino a amar a los enemigos.
Confieso que cuando vi el título del artículo de Peña, pensé que era una confesión personal, haciendo referencia a su alianza con El Mercurio que al darle espacio lo ha convertido en una personalidad de cierta influencia. O a la circunstancia de ser autoridad de una derechista institución.