Dice la enciclopedia: adolescencia, “es un continuo en la existencia del joven, en donde se realiza la transición entre el infante o niño en edad escolar y el adulto. La OMS define la adolescencia como la etapa que va entre los 11 y los 19 años, considerándose 2 fases, la adolescencia temprana 12 a 14 años y la adolescencia tardía 15 a 19. Sin embargo la condición de juventud no es uniforme y varía de acuerdo al grupo social que se considere”.
¿Cómo hablar, cómo relacionarse, cómo entender a un adolescente, cómo mirarle a los ojos sin intimidarlo, cómo no perder la calma cuando se descontrolan?
Difícil y compleja tarea.
Lo primero que se me viene a la mente es evocar mi propia adolescencia y encontrar ahí una clave, una adolescencia plena de risas, lágrimas, plena de pequeños y grandes fracasos y logros, plena de enamoramientos platónicos y desenamoramientos, plena de riesgos, plena de dudas, plena de deseos y fantasías sexuales, plena de rabias, plena de juegos, plena de adrenalina, plena de contradictorios sentimientos hacia mis imágenes paternas y adultas.
Tal vez mis padres se hicieron las mismas preguntas frente a mí, tal vez alguno de Uds. tenga un don natural o bien un conocimiento adquirido que les dé un privilegio frente al resto de los padres. Yo creo no tenerlo, nadie me lo enseñó, a mi padre tampoco y puede que al padre de mi padre tampoco le haya enseñado nadie. ¿Es algo que se pueda enseñar o es un don con el que se nace?
Puede que la clave esté en no preocuparse demasiado y permitir que esta bella, audaz, arrebatadora, indómita, belicosa, fructífera, erótica, irresponsable y amorosa etapa de la vida pase rápido a los ojos de nosotros sus padres y confiar en que pronto, en un futuro no muy lejano, serán adultos centrados, equilibrados, con un porvenir y un horizonte claro en sus miradas, con las armas y herramientas suficientes en sus manos para enfrentar y hacer mejor este miserable y hermoso planeta que se cae a pedazos y que les hemos dejado como herencia.
Si alguien tiene una fórmula mágica o científica para abordar este particular terreno laberíntico en los vínculos humanos, le ruego me la comunique.
Pero en medio de este mar de dudas e incertezas que a ratos me consume en esta materia, quiero detenerme en algo, en un pequeño pero gran detalle de este cúmulo de elementos fracturados que podrían formar el todo de un espécimen adolescente.
Quiero detenerme en la sonrisa de mi hijo, quiero dar gracias por la sonrisa de mi hijo, que me ha acompañado desde el día que él vio la luz de este contradictorio mundo, quiero agradecer a las maestras de las distintas etapas de la vida escolar de mi hijo. Gracias por haber contribuido a poner letras a esa risa, poner números, libros, poesías, mapas, juegos, gracias, infinitas gracias.
Gracias a sus compañeros y compañeras por haberle permitido encontrar pares a esa sonrisa y haberla sumado a la de Uds. Sonrisas luminosas, lúdicas, desprejuiciadas, inocentes, sinceras… sonrisas cómplices y amigas.
Podemos llenarlos de reglas, de normas restrictivas, de permisos limitados, podemos intentar inútilmente acotar su instinto por ser diferentes, en esa búsqueda casi desesperada por crear o inventar una identidad. Pero no nos permitamos bajo ningún punto poner límites y normar sus alegrías, alegrías juveniles que encuentran la más hermosa vía de escape en la sonrisa espontánea y prístina de nuestros adolescentes.
Enfrenten muchachos esta nueva etapa con alegría, crean en Uds. y en lo que son capaces de hacer.
Crean,a pesar de todo, en el ser humano y cuiden este país, este continente, este planeta y si por alguna razón cualquiera sea, en algún tramo de este camino que emprenden, sus alegrías se nublan, inevitablemente, de lágrimas y dolor, acudan a nosotros, los vejetes dinosauricos, ahí estaremos como siempre lo hemos estado y tal cual si fuese un truco de magia sacaremos del sombrero de copa, no un conejo, si no una sonrisa, nueva y más luminosa para dibujarla en vuestros rostros.