Parto esta columna con una frase categórica en la que creo firmemente: Si en Chile hubiera más mujeres en cargos de representación popular, tendríamos una mejor Democracia. Pese a los evidentes espacios de participación pública que adquirimos las chilenas a partir del fin de la Dictadura, es evidente que aún estamos lejos de poder sostener que en el país existe plena igualdad de género y hay datos que así lo demuestran.
Según un informe dado a conocer hace pocos días por ONU Mujer en Nueva York, en un encuentro sobre mujeres rurales y política al que fui invitada a participar, Chile ocupa el puesto ochenta y ocho en cuanto a representantes femeninas en el Congreso.
Estamos detrás de países de la región como Costa Rica, Argentina, Ecuador, México, Bolivia y Perú y de otras latitudes como Emiratos Árabes Unidos; Kazajstán; Afganistán y varios países africanos.
Dicho hoy parece inconcebible, pero hay que recordar que las chilenas sólo tuvimos derecho a votar en una elección presidencial el año 1952, por lo cual aun es poco el tiempo que hemos tenido para ser, de verdad, protagonistas y parte de nuestra historia republicana.
El Siglo XXI nos exige establecer los mecanismos necesarios para avanzar hacia una sociedad donde se garantice la igualdad de género en todos los ámbitos, incluyendo a la política.
No hablo de una ley de cuotas para tener ciertos cupos garantizados como muchas veces se quiere hacer aparecer, pero sí de acelerar la incorporación de mujeres para que puedan competir con las mismas exigencias formales, ya no como un acto reivindicativo, sino como un requisito imprescindible para alcanzar el estatus de país desarrollado que todos y todas anhelamos.
Decir a esta altura que Chile cambió es un cliché pero también es una verdad. La incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral transformó para siempre a una sociedad que había fomentado un modelo de familia donde el hombre era el proveedor y la esposa la que criaba a los hijos.
Actualmente las mujeres compatibilizamos mejor nuestro rol de madres con el de trabajadoras y pese a todas las trabas y campañas del terror que han acompañado a ciertas iniciativas (ley de acoso sexual y posnatal de seis meses, por ejemplo), la participación laboral femenina ha ido en alza sostenida porque hacemos bien “la pega” y somos parte del motor del crecimiento del país.
Para finalizar me gustaría recordar que tanto durante su campaña como en los primeros años de su mandato, la presidenta Bachelet tuvo que soportar un trato muchas veces despectivo de sus opositores hombres, como también de algunos de sus partidarios, por el hecho de ser mujer.
Resulta decidor que hoy, aquellos mismos que antes la subvaloraban por ser mujer, ahora la ataquen con dureza porque representa la figura política más valorada por la ciudadanía.
¿Le haría bien al país que hubiera más mujeres parlamentarias y más alcaldesas?
Definitivamente sí.
¡Feliz día a todas mis compatriotas!