Los mejores recuerdos de la ciudad en la que nací y crecí corresponden a la primavera.
Tras el frío que se colaba por los vericuetos de las casas que habité y de los colegios a los que asistí como alumno no siempre aventajado llegaba el momento de disfrutar del calor tenue y de sueños imposibles.
Los árboles teñían de verde lo que hasta hace unos día era gris plomizo y la Alameda, la Diagonal ,la plaza de Armas y las otras plazas -Las Heras, Abate Molina y Oriente- recuperaban el latido de vecinos dispuestos al paseo, a la conversación , al pololeo al atardecer y al ocio.
Los más pequeños agotaban el tiempo en un corre corre sin parar y los más mayorcitos animábamos improvisadas pichangas con pelotas no reglamentarias. Casi siempre el juego acababa en carreras precipitadas con la llegada de carabineros alertados por algún vecino molesto por las palabras de grueso calibre que, según el denunciante, se le escapaba a algún imitador de las genialidades de Eladio Rojas, Leonel Sánchez o Juanito Soto, ídolos de entonces.
En primavera, Talca revivía, se vestía de color y se impregnaba de los olores de plantas que crecían a destajo en los patios de aquellas casas que se construyeron en tiempos mejores.
Cuando los nuevos ricos, por obra y gracia del trigo y la madera que del Maule se transportaba a las salitreras del norte o a California , le hacían el quite a los burgueses de Santiago y preferían seguir los dictados de Europa .Principalmente de París. Fue el comienzo de una leyenda que a algunos talquinos todavía les pesa como una losa. Pero esa es otra historia.
Llegar hoy al lugar que marcó una etapa importante de mi vida, y en primavera, ha sido un golpe bajo para mi memoria. El terremoto del 27 de febrero de 2010 ha hecho añicos mis imágenes. Me encuentro con una ciudad a la que no acaban de ponerla de pie y donde todavía no se vislumbran los cimientos que auguren mejoras en la calidad de vida de sus habitantes.
Se arribe a Talca por carretera, bus o el tren la bienvenida siempre será desoladora.Mire por donde se mire. Por carretera, si se viene del norte, la sede de la Universidad de Talca deslumbra por sus edificios y cuidados jardines. Pero a pocos metros, el panorama cambia radicalmente.
Las ruinas de lo que un día fue Villa Manuel Larraín, en honor al obispo que se adelantó a los políticos a la hora de repartir las tierras a quienes la trabajaban, acongojan. Lo que queda de ese más de centenar de departamentos son despojos.
Una vecina me cuenta que fue más por el saqueo producido tras el terremoto , cuando los inquilinos del lugar huyeron despavoridos para no regresar nunca más, que por los daños causados a las estructuras de los edificios.
Lilier Fuentes, una propietaria que hasta ahora se ha negado a abandonar su casa, asegura que arquitectos solventes consultados por ella de manera particular le aseguraron que la Manuel Larraín podía ser habitable previos arreglos. No ha sido la opinión de otros profesionales que apostaron desde un comienzo por derribar la villa para, en su lugar, levantar otra. Y esa postura ha ganado.
Lilier deberá abandonar su casa, con sus enseres, sus libros más preciados y sus perros guardianes hasta quien sabe cuándo. Porque los burócratas prometen… “Vamos a construir…” pero nunca se acierta o se cumple el plazo prometido.
El barrio norte, donde se encuentra la Manuel Larraín, da una perfecta visión de lo que hoy es Talca… Mediaguas semi ocultas por paredes hechas de prisa y corriendo, viviendas que se levantan con el esfuerzo de personas que viven de su trabajo, a las que nunca nadie ha regalado nada, y a los que los subsidios tan publicitados ,si les alcanza para algo digno, es para 30 metros cuadrados, con suerte.
En calle dos norte, cerca de la plaza de Armas, el edificio que ocupaba SERVIU sigue mostrando su esqueleto a la espera de una solución que no llega. Al igual que villa Manuel Larraín, hay opiniones encontradas respecto a su futuro. Derribar o reconstruir. Esa es la cuestión.
Mientras, en diversos barrios, las familias hacinadas en viviendas precarias enarbolan banderas chilenas para recordar a los más afortunados que ellos ya han pasado dos inviernos esperando una vivienda a la que no pueden acceder por medios propios.
Es verdad que se construye, por iniciativa de empresarios o profesionales con más poder adquisitivo. Los que cuentan con solvencia bancaria reconocida. Hay buenos ejemplos de edificios que se han levantado respetando la tradición austera de los talquinos.
No obstante, hay algunos, llegados de otras latitudes o con nulo conocimiento del pasado de la ciudad que han levantado auténticos galpones de quita y pon para vocear su mercadería cochambrosa.
Son los que, seguramente alentados por unas desafortunadas declaraciones del alcalde Juan Castro, creyeron que Talca era terreno abonado para el “todo vale” La máxima autoridad local, “un hombre hecho asimismo”, afirmó a poco de producirse el terremoto que cada propietario podía a hacer lo que quisiera en sus terrenos. Sus palabras provocaron en su momento duras críticas de sectores que esperan una reconstrucción que se ajuste a nuevos tiempos y donde prevalezca la racionalidad sobre la especulación pura y dura.
Los desbarajustes saltan a la vista. La estación de ferrocarriles sigue en precario estado.
Una caseta para la venta de pasajes es la única novedad a casi dos años del terremoto. A pocos metros, tras pasar un descampado que es un basural y estacionamiento improvisado, donde existía un mercado tradicional se han levantado auténticas “mejoras” para salir del paso y que es muy probable que se eternicen hasta siempre.
Los establecimientos educacionales que se vieron seriamente afectados por el terremoto siguen sin vislumbrar mejoras. Los contenedores convertidos en aulas quitan el aliento a los que estudiamos en el Liceo Abate Molina, uno de los de mayor prestigio de provincias.
El mercado central acumula desgracias. Si antes del terremoto existía un plan de reconstrucción, hoy solo está habilitada una parte de él. Los escombros y el peligro de derrumbes saltan a la vista.
Talca es una demostración donde lo público, que debe ser prioritario, no lo es. Al menos para los que hoy gobiernan.
No me he referido aquí la suciedad, a la falta de papeleras, a los socavones que te pueden llevar a un hospital o los perros abandonados a su suerte,mal de Chile.Esos son asuntos pre terremoto.
Pese a todo el pesimismo que puedan leer en esta columna, Talca me gusta por lo que fue. Y por lo bien que se come.
De lo que le depara el futuro está en manos de los que mandan.