17 oct 2011

La desigualdad hacendal chilena

La desigualdad en la hacienda de Chile: nuestro remozado sistema de castas
“México es el país de la desigualdad”, escribió el año 1811 Alejandro de Humboldt después de haber conocido de primera mano el sistema social de la entonces Nueva España.

“Acaso en ninguna parte [del mundo] la hay más en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población”.

El barón prusiano expresa este severo juicio impactado por la organización social, política y económica de un país que poseyendo tan importante cantidad de recursos naturales y humanos no era capaz de organizarse de modo que todas las capas de la sociedad pudieran verse beneficiadas de lo que el medio les ofrecía.

¿Cuál era la causa principal de esta desigualdad social en un país con recursos suficientes para ofrecer una mejor calidad de vida, un mayor progreso y un acceso más igualitario a los beneficios de la “civilización”? Respuesta evidente: el sistema de castas como principio de organización social.

Establecido por el colonialismo español y asimilado en gran parte de Hispanoamérica con las elites indianas, el sistema de castas encuentra su máxima expresión en el latifundio: hacienda encabezada por un señor que esclavizaba, primero, y “contrataba” latifundio puertas- adentro, después, a indios y campesinos con toda su familia, las cuales pasaban a formar parte de su patrimonio por el solo hecho de encontrarse en su territorio.

En esta organización, toda persona ocupaba determinado rol en la sociedad según su linaje: “el hijo” del latifundista-oligarca sería el día de mañana el patrón; el del campesino el próximo campesino del patrón; el del siervo el futuro siervo; sus esposas e hijas las siguientes “doncellas” (nanas, diríamos hoy) de la señora e hija del patrón y así sucesiva y cíclicamente.

Llegada la independencia, el sistema de castas fue en teoría, abolido como principio de organización económica.

No así, en cambio, en la organización política y su jerarquización social: la independencia fue solo un cambio de poder, no un cambio de mentalidad ni, por ende, de sistema social.

Doscientos años después de las palabras de Humboldt, Chile se levanta, “orgulloso”, como el segundo país de Latinoamérica con mayor cantidad de recursos económicos per cápita.

Chile, la superpotencia del subcontinente, el jaguar y escandinavo del sur, los ingleses de América Latina. Y, también, país de descarnada desigualdad. ¡Chile es el país de la desigualdad! podemos decir hoy, parafraseando a Humboldt.

Desigualdad que si bien se mide en términos socioeconómicos, encuentra su raíz en el remozado sistema de castas que aún se encuentra en nuestras mentes.

La expresión clase, en este punto, es la categoría con que se mide y estratifica en los estados modernos e industrializados.

Pero una observación cuidadosa de nuestro sistema, una rigurosa atención a los discursos que nos cruzan cotidianamente, nos demuestra que en Chile sigue siendo la casta la que determina nuestros roles sociales.

La desigualdad chilena está atravesada por nuestra organización hacendal.

Las castas ,palabra que prefiero en lugar de “elites” cuando se aprecia que sin ser una elite económica o social ciertos apellidos tienen privilegios por sobre otros, se han apoderado del poder.

Partidos políticos convertidos en haciendas (grupos cerrados con una distribución de funciones determinadas por las castas) y que han refinado las castas sociales (el habitante, nos dicen con su trato, de zonas periférica serán siempre peligrosos mientras el vecino que compra su derecho a pertenecer al latifundio de San Carlos de Apoquindo será siempre un representante de la fronda de Las Condes), entre otros.

Nuestro sistema de castas se ha modernizado: hoy existe la posibilidad de comprar pozos de sangre blanca para “bañarse” socialmente.

Pozos ubicados en la hacienda que agrupa determinada(s) casta(s). Por ende, aunque la desigualdad chilena se mida en términos socioeconómicos, su causa principal continúa en el arraigo de la mentalidad castiza-oligárquica: nada se mueve fuera de la hacienda simbólica, y nadie dentro de ella se mueve sin la supervisión de un representante de las castas.

Un ejemplo: “Aquí no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”, dijo Pinochet.

Otro: Giorgio Jackson –él, no el movimiento ciudadano del que es interlocutor-, que afirma no pertenecer a casta alguna, debe, primero, ingresar a la hacienda simbólica del nau –los hijos seudoedípicos de la Concertación en la PUC- y, una vez dentro del latifundio, se mueve bajo la supervisión de Crispi, miembro de una de las castas del partido socialista.

¿No le queda claro? Pregúntese cómo la bandera desplegada en el congreso por la concertación y el partido comunista aparece en París: gracias a la comunicación interna de las castas en la hacienda simbólica de la hoy oposición.

En este punto, elocuente y sagaz de nuestra realidad fue Andrés Bello cuando en 1844, criticando el sistema tipo colonial enmascarado con las palabras “libertad” y “progreso”, escribió: “[Para el hacendado liberal,] Sería demencia esclavizar a los vencidos, si se gana más con hacerlos tributarios y alimentadores forzados de la industria del vencedor”.

Industria establecida dentro de las fronteras del latifundio que es Chile, país de la desigualdad causada por las castas industrializadas, modernas y republicanas que a lo largo de nuestra historia han boicoteado casi todos los intentos de organización socioeconómica que permita la movilidad social fuera de ellas.

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    Y LA DESIGUALDAD CADA DIA MAS NOTORIA, SI NO ANALIZEMOS LO SUCEDIDO DURANTE ES ESTE FIN DE SEMANA, PINOCHET ENVIO MATAR, PERO ESTE PRESENTA NO MATA UN INTEGRANTE DE LA FAMILIA, SI NO A TODA ELLA EN SU FORMA COMPLETA

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    Y LA DESIGUALDAD CADA DIA MAS NOTORIA, SI NO ANALIZEMOS LO SUCEDIDO DURANTE ES ESTE FIN DE SEMANA, PINOCHET ENVIO MATAR, PERO ESTE PRESENTA NO MATA UN INTEGRANTE DE LA FAMILIA, SI NO A TODA ELLA EN SU FORMA COMPLETA