Hace unos días en la edición central de las noticias en Chilevisión, se informó de un adolescente de 17 años, al parecer con las facultades mentales perturbadas, que deambula por la ciudad de Rancagua a la vista e indiferente paciencia de la comunidad toda.
Sorprendente la nota, pues en el mes de la solidaridad quedamos impactados al ver una noticia así, lo que podríamos llamar “insensibilidad social extrema”.
¿Dónde estamos las instituciones de antaño, o las iglesias que fieles al mandato del Señor nos esmeramos por dar de comer al hambriento, acoger al necesitado, dar consuelo y esperanza al enfermo o darle un techo al niño que sufre de abandono y desolación?
¿Cómo puede ser posible que hoy sean los canales de televisión y los medios de comunicación que llamen la atención a la comunidad por el triste destino de algunos de sus integrantes?
No hace mucho tiempo éramos las instituciones dedicadas al servicio de los más pobres y carenciados, los que llamábamos la atención de los medios que reproducían estas noticias como una bella melodía que animaba y fortalecía a la comunidad.
En el mes de la solidaridad necesitamos escuchar más fuerte la voz de una Teresa de los Andes, un Padre Hurtado, de Fray Andresito, de Clotario Blest, de Adela Edwards de Salas y de muchos hombres y mujeres que trabajan anónimamente por los demás, para que nos despierten de esa inercia social aterradora, que nos aleja cada vez más del amor, la bondad y la ternura a favor de los marginados.