Quisiera detenerme en la tercera causal del proyecto de ley de despenalización del aborto por tres razones: la violación. Con respecto a esta causal, hay más controversia que en las dos anteriores ya que, en este caso, se pone en juego el derecho al aborto por causas no atribuibles a la biología sino que a la subjetividad de la mujer puesta en juego en torno a un embarazo no deseado ni consentido. Aquí entra la noción de trauma psíquico como una variable a considerar como causa suficiente para poner término a un embarazo no deseado. Sería el reconocimiento social de al menos dos aspectos:
1. El reconocimiento a la existencia, gravedad y a los efectos brutales de la violencia sexual que padecen las mujeres en este país.
2. El reconocimiento a la violencia que puede implicar obligar a una mujer a llevar a término un embarazo que fue concebido sin su consentimiento.
El debate de la despenalización del aborto por tres causales ha evidenciado de manera lamentable que estos dos aspectos básicos de la dignidad de cualquier mujer no están resguardados.
Primero, por la relativización, negación, desmentida y minimización de la violencia sexual como problema imperante en nuestro país (recordemos que gran parte del debate se ha centrado en atribuir a las mujeres la responsabilidad de ser violentadas sexualmente, o atribuirles un uso malicioso de falsas acusaciones al respecto, o desestimar las cifras de incidencia) y segundo, por no hacerse cargo de la violencia que implica a una mujer obligar a llevar a término un embarazo no consentido.
La potencia de este aspecto es que, precisamente, invisibiliza la subjetividad femenina como relevante. Pensar incluir la subjetividad de una mujer en el debate obliga a pensar a una mujer no sólo como un cuerpo que engendra y que está biológicamente disponible para parir, sino que ese cuerpo es parte de una individuo llena de complejidades –como todo ser humano.
Si aceptamos ese punto –el que la mujer no es un cuerpo despojado de subjetividad-, aceptamos que la mujer es una sujeto que no puede ser reducida a su función reproductora.
Cuando incorporamos la noción de trauma psíquico, nos hacemos cargo de que aquello que sucede en nuestro cuerpo y en nuestro entorno tienen efectos que pueden ser nocivos para nuestra salud mental (y viceversa). Y que afectan la manera en que una vida se hace vivible.
La maternidad, como acto humano, es un lugar privilegiado para mostrar esto, ya que reviste una función compleja. Una mujer que se embaraza debe llevar a cabo un largo y trabajoso proceso de maternaje, proceso que no todas las mujeres están en condiciones de asumir ya sea por razones sociales, subjetivas, vitales, históricas u otras. Obligar a una mujer a asumir un embarazo no deseado, es obligarla a escindirse, a anularse como sujeto y a reducirse a un cuerpo sin subjetividad. Esto, es pedir algo no solo monstruoso sino que imposible de realizar sin negar la condición de seres humanas a las mujeres.
Cuando pretendemos obligar a una mujer a asumir una maternidad no deseada, la estamos vulnerando.
Obligar a una mujer a que asuma un embarazo no deseado, sea cual sea la razón que causa el embarazo, es, simplemente, brutal. Y si, aún más, la razón de ese embarazo es una violación, simplemente hablamos de un acto de desprecio humano fundamental.