“El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento. Veo mucho miedo en ti.” Maestro Yoda, la Guerra de Las Galaxias.
Las grandes tragedias, tales como la guerra o los cataclismos provocados por la naturaleza, nos muestran de manera descarnada nuestra enorme vulnerabilidad. De un momento a otro nuestra vida pende de un hilo y salvarla aparece como un milagro.
Las edades extremas de la vida: niños y ancianos, son los más frágiles, experimentando el extremo dolor del desamparo. Y también adultos con disfunciones cerebrales de variado origen.¿Qué ocurre en el organismo humano frente a la amenaza de perder la vida y por qué niños y ancianos están más expuestos?
Para comprender la magnitud de los efectos devastadores sobre el organismo es preciso establecer un escenario, denominado “situación límite”, que se refiere a un contexto en el cual súbitamente, sin anuncio y por lo tanto sin posibilidad de control, aparece la amenaza a la integridad física o psicológica. Se trata de un contexto doble: la situación objetiva (terremoto, incendio, bombardeo) y la representación mental de dicha situación, el cómo la vive subjetivamente cada individuo.
Si este individuo posee algunos recursos de afrontamiento, recuperará su aplomo y discernirá cómo actuar. A esta capacidad de reponerse del terror y actuar para sobrevivir se le denomina resiliencia. Pero si no los posee será rápida presa del miedo, la desesperación, la ira y el descontrol emocional. Traspone las fronteras de la cordura y ya no puede discernir. Se paralizará, realizará acciones irracionales… O fallecerá por acción del terror.
Durante la situación límite, elevadas cantidades de una hormona llamada cortisol invaden el organismo, actuando a modo de una alarma general que moviliza todos los recursos mentales, corporales e inmunitarios del individuo. Es un flash, una especie de choque electroquímico que activa al máximo los recursos de afrontamiento. Pero debe cesar, porque si continúa actuando se pondrá en marcha su poderoso efecto corrosivo, especialmente a nivel de estructuras cerebrales claves para la salud mental.
El cerebro de los niños pequeños, desde el tercer trimestre intrauterino a los 5 a 7 años de edad; el cerebro de los ancianos – sobre todo quienes padecen de enfermedades neurodegenerativas o de abandono – y el cerebro con leves o severos daños orgánicos de algunos adultos son los más vulnerables a los efectos corrosivos del cortisol, de modo que, en caso de sobrevivir, aparecerán más tarde o más temprano las señales de estrés pos traumático.
A través de las pantallas hemos conocido y admirado la resiliencia de miles de nortinos frente a la tragedia de perder sus hogares y presenciar con terror el poder de la naturaleza descontrolada.
Sabemos que esa fuerza interna en pro de la supervivencia les va a ayudar a recuperarse física y psicológicamente; sabemos también que cada adulto resiliente ejercerá un balsámico efecto de serenidad y optimismo sobre los niños que le rodean.
Sabemos, finalmente, que muchos de estos niños y adultos caminarán hacia el futuro con una fortaleza nueva, que les dotará de mayor inteligencia y de mayor sabiduría, sin que olviden el dolor sufrido.
Pero las pantallas nos han mostrado con total crudeza el otro lado de la resiliencia, representado por un hombre descontrolado por la ira sobre el techo de su vivienda, en la localidad de Tonini, junto a una mujer embarazada que sostenía a una pequeña en sus brazos y a otros “actores secundarios” movidos por igual ira.
El hombre estaba en un estado de irracionalidad, amenazaba con rociar con bencina y desafiaba a la fuerza pública, incluso usando a su mujer como escudo. Los policías argumentaban con él, finalmente un policía le dispara en un brazo, el techo cede… la mujer se rompe una pierna… la niña, de súbito alejada de una madre que es llevada al hospital y un padre trasladado a la cárcel, deberá ser acogida transitoriamente por el Estado.
¿Por qué ese hombre transformó una situación de apoyo en una situación límite?
¿Fue efectivamente el terror de ver cómo pasaba el tiempo y no llegaba la indispensable ayuda para su pareja y su hija?
¿O había otros motivos, menos comprensibles desde el dolor de una tragedia y más entendibles desde el miedo o desde el odio? Es una pregunta válida, pero no nos corresponde intentar responderla; en cambio, debemos dirigir nuestra mirada a las otras víctimas: un bebé en el útero de una mujer aterrada – y también llena de ira – que finalmente cae al vacío y sufre una fractura.Una pequeña de pocos años que es arrebatada de los brazos de la madre herida.
Largos, intolerables minutos intentando convencer al hombre a través del chorro de agua que abandonara su actitud beligerante. Un policía que dispara. Torrentes de cortisol bañando las frágiles estructuras cerebrales de un bebé aún no nacido, de una niña de apenas 3 años, de una mujer encinta. Torrentes de dolor psíquico escribiendo su apocalipsis.
A días de ocurrido este penoso episodio se inicia el proceso de investigar si los procedimientos empleados fueron los correctos. Desde nuestra mirada, lo fueron. Los policías, si tenían orden de desalojar esa vivienda en riesgo de derrumbe, no disponían de otros recursos que tratar de rescatar a la mujer encinta y a la niña, para lo cual era preciso abatir con agua u otro disuasivo al hombre, quien no estaba en condiciones mentales de lucidez para dialogar. Su irracionalidad era tal que podía decidir cualquier acción, con peligro para la mujer, la niña y el resto de los espectadores y de los mismos policías agredidos. El giro que tomó la situación fue inesperado: el techo de la vivienda cedió, arrastrando a los protagonistas.
Un análisis objetivo de la situación podrá mostrar que quizá las fuerzas policiales pudieron tomar otra decisión, como retirarse del lugar. Pero si el objetivo era rescatar a la mujer antes que cayese al vacío u ocurriese otra situación crítica, los intentos de abatir temporalmente al hombre fueron los correctos.
Tras este episodio, otra tragedia oculta: un bebé por nacer y una pequeña niña, víctimas inocentes de un torrente de cortisol bañando sus frágiles organismos y escribiendo una devastación interna que se expresará en un futuro no muy lejano.
¿Había miedo en ese hombre? ¿Odio? El odio lleva al sufrimiento, el dolor no se detiene, y nuevamente ha alcanzado con su mortífero cortisol a los más inocentes. El futuro de Chile no está en sus niños.Está en el presente de sus padres.