El día de ayer fuimos testigos de las declaraciones del diputado Lorenzini sobre sus aprensiones a propósito de la despenalización del aborto en caso de violación. En ellas, el diputado manifestó sus dudas sobre cómo podríamos saber cuándo estamos en presencia de un caso de violación y cuándo podemos estar siendo engañados y engañadas por falsas denuncias de las mujeres afectadas.
Estas declaraciones -cuyo contenido está disponible en los medios de prensa- no puede dejarnos silentes. Ha sido un duro acto de violencia hacia las mujeres y niñas violentadas sexualmente a diario en nuestro país, así como para una gran mayoría de chilenos y chilenas. Pero esta declaración no ha sido la única. Han abundado una serie de juicios y prejuicios hacia las mujeres que debemos mostrar.
El incipiente debate sobre la despenalización del aborto nos está dejando ver, en toda su magnitud, la naturalización de la violencia a la que estamos expuestas las mujeres a diario. Las argumentaciones, más que tener “altura de miras”, nos está exponiendo a una violencia que debemos denunciar y visibilizar. Violencia que, sin duda, trae aparejada las representaciones y fantasías de lo femenino que abundan en nuestra vida diaria. Quisiera referirme en esta oportunidad a dos de ellas.
Mujeres y libertinaje. De las distintas declaraciones contrarias a la despenalización se desprende la noción explícita e implícita, de que las mujeres somos “libertinas” y que estamos esperando contar con una ley que despenalice el aborto para poder dar rienda suelta a nuestros deseos más profundos. Así, podremos sentirnos libres de ejercer la sexualidad ya que, si quedamos embarazadas producto de nuestro desenfreno, podremos abortar con facilidad.
Primero que nada, es necesario decir para quienes aún no lo saben, que las mujeres somos seres sexuales y deseantes. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que deseamos al igual que los hombres y que tenemos la infinita y maravillosa capacidad de sentir placer a través del ejercicio de nuestra sexualidad. A través de nuestro cuerpo, de nuestra fantasía, solitariamente y en el encuentro con otro u otra. Eso, lejos de ser condenable, es una capacidad hermosa que tenemos derecho a ejercer.
Con el conservadurismo imperante y con el modelo Mariano de nuestra sociedad, hemos sido convencidas y socializadas desde nuestros primeros meses de vida en la noción de que hay mujeres buenas (damas, señoritas, libres de la expresión impúdica de sus deseos y conductas sexuales cuyo fin en la vida es ser (buenas) madres) y aquellas malas (putas, ofrecidas, sueltas).
A las mujeres buenas se las quiere bien y son las que los hombres buscan para casarse.Las mujeres malas (sexualizadas) son reprochables y están condenadas a no ser tomadas en serio.Las mujeres buenas son precavidas y cuidadosas. Las mujeres malas, son aquellas que se descuidan y que incitan al otro a cometer actos de falta. Son las mujeres expuestas a ser violentadas sexualmente y ser responsables de ello.
Algo hemos avanzado en esa materia, pero no lo suficiente. Cada vez más tenemos conciencia de que la sexualidad y la capacidad de vivirla plenamente no es un acto reprochable sino que es parte elemental de nuestra subjetividad, de nuestra salud física y psíquica.
Muchos hombres y mujeres lo han entendido así y no solo disfrutan de la sexualidad plena de sus parejas sino que las ayudan a despojarse de la socialización absurda y a encontrarse con su capacidad de disfrutar. Hombres y mujeres que no se intimidan con la exquisita capacidad de goce femenino sino que buscan estar a la altura de este.
Hombres y mujeres que han entendido que las mujeres, además, tienen derecho a decidir con quién intimar y donde cobra vida y fuerza la frase “No es No”, independientemente de las condiciones, el contexto, las vestimentas o cualquier otro hecho que pudiese poner en cuestión su consentimiento explícito.
Pero aún quedan muchos hombres y mujeres que no han logrado encontrarse con esta maravilla.Las declaraciones del diputado lo dejan en evidencia. Declaraciones que, dicho sea de paso, son inaceptables y violentas, llenas de agresividad al relativizar el acto condenable de la violación a una niña o mujer.
¿Cuándo es violación? Se pregunta el diputado. Aprovecho de aclararle ese punto: lo es cuando no hay consentimiento, cuando se fuerza o se abusa de una condición de indefensión. Así de simple, así de claro. Y aprovecho de decirle, también, que nunca, bajo ninguna circunstancia, jamás, una víctima de abuso o violación es culpable. Ni siquiera mínimamente responsable de ello. Grábeselo, señor diputado.
Este debate sobre el aborto, demuestra que se tiene la noción de que las mujeres deben ser controladas, domesticadas, reguladas. ¿Cuál es el temor que hay detrás? ¿Será acaso el temor a que las mujeres sean capaces de pedir, demandar, de negarse, de evaluar a sus parejas en estas materias, que no se conformen sólo con ser madres sino que exijan su existencia plena como mujeres?
El “libertinaje” está asociado a lo indómito, a lo no cosificable. Una mujer libertina es una mujer sin dueño. Pero, he ahí el punto de inflexión. Los seres humanos no debemos tener dueños. Tenerlos sería ser esclavos y esclavas y, a estas alturas, la esclavitud es algo que, como sociedad, debemos superar.
Las mujeres no somos objetos de libre disposición. Y, claramente no necesitamos de una ley de aborto para ejercer nuestra sexualidad. Somos sujetas de decisión, aunque este país aún no lo haya entendido así. Pensar lo contrario, es tener una concepción muy precaria y muy degradada de las mujeres. Y eso es extremadamente violento.
Mujeres Asesinas. Junto con lo anterior nos encontramos con un temor aún más arcaico: el temor a que las mujeres no sólo no deseemos ser madres (contraviniendo el mandato social y la esencialización discursiva de la “naturaleza” de la mujer) sino que disfrutemos del acto de abortar. Asesinas a los ojos de muchos y muchas. El mito de Lilith presente en la literatura –el lado oculto de la historia del génesis bíblico- lo muestra en toda su magnitud.
¿Cómo sino entender que se piense que el aborto se usará como método anticonceptivo como si a las mujeres nos encantara la idea de abortar? El acto de interrumpir un embarazo no es fácil. Un aborto es una violencia al cuerpo, un acto doloroso y difícil gran parte de las veces. Un acto al que -podría aventurar- ninguna mujer desearía estar expuesta.
En todos mis años como psicóloga clínica –y como mujer- he acompañado a muchas mujeres que se han planteado la idea de abortar, a muchas que lo han hecho y a otras muchas que nunca se han enfrentado siquiera a esa idea. No conozco ni una mujer que haya abortado a la que le haya sido simple tomar esa decisión. Aún cuando no hubo titubeos y primó la certeza de que era lo que había que hacer.
No conozco ninguna mujer que esté pensando en el aborto como un método anticonceptivo. No sólo por sus nociones valóricas, sino porque es un límite al que se ven enfrentadas al momento de tener noticia de un embarazo que no llegará a término por inviabilidad fetal, que pone riesgo la vida de la mujer, un embarazo no deseado (ya sea por haber sido brutalmente forzadas o porque los otros medios de evitarlo fallaron o no estuvieron disponibles).
El aborto es un acto que requiere de una decisión razonada y la mayoría de las veces es una decisión difícil que por sobre los costos, vela por la salud psíquica y la vida futura de la mujer que la ejerce. Esta noción de salud psíquica está altamente cuestionada por los detractores de la despenalización dejando entrever que lo que pase con las mujeres no es relevante. Eso es extremadamente violento, también.
Quisiera finalizar con lo siguiente. Este debate es una oportunidad de plantearnos como sociedad no sólo sobre el derecho a la vida del que está por nacer, sino también sobre nuestras concepciones de la mujer como objeto o sujeto de derecho pleno.
Esperemos que lo que resulte de esto esté más cerca de lo segundo que de lo primero.Es la única manera de avanzar a una sociedad más justa, más igualitaria, más humana y libre de violencia de género.