Las diputadas UDI Marisol Turres y Claudia Nogueira citarán a la Cámara a la ministra de Salud, Dra. Helia Molina, para abordar el aumento en el número de escolares que son derivados a especialistas por problemas en el aprendizaje, señalando que se trata de “tomar conocimiento si hay estadísticas o estudios en la materia y si realmente en la población de niños chilenos existe este tipo de problemas”.
Las parlamentarias plantearon que en la actualidad, numerosos son los casos de establecimientos educacionales pagados que exigen a los padres que lleven a sus hijos a fonoaudiólogos, neurólogos, psicopedagogos y otros especialistas con el fin de mejorar o solucionar algunos problemas de aprendizaje en los niños y niñas. “Estamos en presencia de un grave y oculto problema de salud pública, donde nuestros hijos están siendo derivados en un gran porcentaje a neurólogos por hiperactividad y desconcentración, siendo casi todos diagnosticados con déficit atencional, lo que implica en la mayoría de los casos el suministro de químicos que no sabemos cuáles serán sus efectos a futuro” sostuvieron.
En efecto, no sólo estamos frente a un aumento de niños diagnosticados como Trastorno por Déficit de Atención, sino también a un explosivo incremento de niños que requieren de clases de reforzamiento pedagógico en casa y de apoyo en la realización de sus tareas y preparación de pruebas. Este fenómeno refleja una realidad nacional compleja y de muy difícil solución.
Por una parte, es preciso separar las dificultades para aprender de los trastornos de aprendizaje. Las dificultades para aprender son consecuencia de factores ajenos al niño y hoy día afectan a más del 30% de los escolares, mientras que los trastornos de aprendizaje , divididos en trastornos específicos de aprendizaje de la lectura y/o de las matemáticas y trastornos globales para aprender, están presentes en un 7% a 10% de los escolares.
Ambos tipos de trastornos para aprender deben ser diagnosticados por un equipo multiprofesional en el cual no puede estar ausente el profesional de la psicopedagogía. La inmensa mayoría de los especialistas en neurología y psiquiatría infantil no posee las pericias para evaluar y diagnosticar estos trastornos sin el apoyo de un equipo multidisciplinario.
No todos los niños con trastornos de aprendizaje presentan déficit de concentración, y apenas una minoría – no superior al 2 a 3 % en alumnos de colegios pagados - es hiperactivo. Cuando el trastorno de aprendizaje es secundario a un Trastorno por Déficit de Atención, existen fármacos específicos que son de gran ayuda para el niño y no tienen consecuencias adversas a futuro si el diagnóstico ha sido acertado.
El verdadero problema radica en que las dificultades para aprender se confunden con los trastornos de aprendizaje cuando no se dispone del tiempo indispensable para realizar una evaluación rigurosa de la situación. Y el actual modelo de atención de salud en especialidades atenta contra la rigurosidad diagnóstica, por cuanto en 1 hora profesional han de ser atendidos al menos 4 niños, realizando una evaluación somera y de superficie.
No hay tiempo para profundizar en la vida cotidiana de ese niño: a qué hora se duerme, cuántas horas de videojuegos al día, cuánta gaseosa consume, etc. Las dificultades para aprender son multifactoriales, las experimenta el niño pero los factores responsables son ajenos a él.
En primer lugar debemos señalar como responsable a un currículo extraordinariamente abultado en contenidos desde primero básico, que impide que los alumnos puedan practicar lo aprendido y comprenderlo para poder aplicarlo. La mayoría de estos contenidos es memorizado “para la prueba” y las calificaciones van siendo cada año más bajas porque la memoria se fatiga y se confunde.
En segundo lugar, los contenidos curriculares se han ido adelantando progresivamente, produciéndose un desfase entre la maduración cognitiva del alumno para comprender información altamente conceptual a edades en las cuales lo natural es aprender desde la experiencia del hacer.
Todos los profesores saben que los niños durante los primeros años de escuela se ven agobiados con materias áridas, excesivamente abstractas y descontextualizadas, pero poco pueden hacer en un sistema en el cual se les fiscaliza de manera estricta y se les mide por “materia pasada”.
Un tercer factor responsable de tales dificultades para aprender es una jornada escolar extendida dedicada prácticamente en su totalidad a enseñar contenidos, lo cual impide que los alumnos puedan disponer de tiempo para asimilar lo que aprenden y contribuye a una creciente fatiga mental y física ( estar sentados escribiendo es muy agotador).
A menudo a esta cansadora jornada se suman horas en casa realizando tareas, que impiden que los alumnos puedan estudiar los contenidos vistos ese día. El resultado es un chico/a agotado ansioso de “desconectarse” a través de la entretención tecnológica y las redes sociales, grandes consumidoras de tiempo.
Y hay más factores: metodologías de enseñanza superadas por los tiempos, con escasa innovación por parte de quienes son responsables de la gestión del colegio, niños con cerebros y mentes muy diferentes a lo que los adultos creen y padres que han perdido el norte de lo que es aprender, centrando en forma obsesiva el éxito académico de sus hijos en la competencia por las mejores calificaciones ( hemos conocido padres de chicos de 9 años que están inquietos por el NEM de su hijo, es decir, el promedio de calificaciones para ingresar a la universidad).
En síntesis, esta situación no es un problema de salud pública (no se trata de sobrediagnósticos y sobremedicación solamente), sino que es la expresión de un complejo problema educacional que será arduo abordar y solucionar.
Tanto los trastornos de aprendizaje como las dificultades para aprender exigen de la comunidad no sólo una mirada atenta, sino aunar voluntades para aprovechar esta ventana de oportunidades llamada reforma educacional y buscar soluciones que irán en beneficio de todos los niños.