Las vacunas son el instrumento más eficaz de la historia de la salud pública junto a las buenas condiciones de salud ambiental básicas, agua y saneamiento. Muchos millones de vidas se salvaron con su uso masivo y progresivo desde hace un par de siglos. Las vacunas, agentes biológicos que generan protección individual y colectiva al bloquear la trasmisión de las infecciones en las comunidades humanas son un instrumento de efectividad y de equidad.
No ha sido fácil establecer a las vacunas como un instrumento de salud pública, las implicancias para la autonomía personal cuando la autoridad decide declarar una vacunación obligatoria, las restricciones económicas y la responsabilidad de quién las financie como bien público, las inequidades de acceso en los países más pobres o grupos sociales no protegidos, junto a las consecuencias políticas, una verdadera epidemiología política de disputas y diferencias, son parte de la historia de las vacunaciones.
Benjamín Franklin, genio americano y padre de familia devoto, vio con dolor la muerte de su hijo Francis Folger a los 4 años víctima de una viruela, rampante infección de aquellos años que afectaba principalmente a los niños más pobres, pero de la cual no se escapaban los hijos de familias bien establecidas.
Ante ello decidió en 1774, para combatir esta inequidad, establecer la Society for Inoculating the Poor Gratis. Con ello sentaba los principios universales de uso de la inmunización como instrumento social en pro de la equidad, la preferencia por los pobres, la solidaridad y la gratuidad de la acción.
En Chile, el Presidente Balmaceda estableció en 1889, contra la oposición de sus detractores políticos, la obligatoriedad de la vacunación contra la viruela, el papel activo del gobierno y el financiamiento público.
La historia de la epidemiología política de las vacunaciones ha sido intensa y puede que no se termine nunca. Por ello es preciso salir al paso de cada una de las manifestaciones de diversa naturaleza que critican la esencia, la efectividad o la seguridad de ellas.
Por cierto que las vacunas son antígenos que no están libres de efectos adversos y son vigilados atentamente en todas partes y en toda circunstancia. Ha sido así en nuestro país desde que se iniciara el proceso de vacunaciones masivas y particularmente cuando se establecieron los programas ampliados de inmunizaciones poco después de la creación del Servicio Nacional de Salud en la década del 50.
Dos fuerzas distintas han aparecido en las últimas décadas para confabularse en contra del uso de la vacunas. Por una parte un naturismo mal entendido que reniega de la efectividad de ellas basadas en, disculpen el exceso, “la naturalidad de las enfermedades” y su curso benigno o protector, la interferencia de agentes extraños al cuerpo humano, y otras argumentaciones poco sustentables.
Por otra parte desde mediados de los años 90 se ha generado una iniciativa basada en observaciones fraudulentas y maliciosamente organizadas para decir que las vacunas y su preservante, el timerosal, estarían relacionados con la condición neuropsiquiátrica llamada autismo.
El trabajo original editado por el médico británico Andrew Wakefield en 1998 fue retirado por falso desde la revista Lancet, la cual debió reconocer que fue víctima de un engaño. El autor fue condenado y migró fuera de su país.
Otro actor de esta tendencia ha sido un profesional norteamericano llamado Mark Geier, quién montó una intervención basada en el mismo concepto de la supuesta relación entre autismo y timerosal. El mencionado Geier ha sido suspendido en su licencia para practicar medicina en varios estados de EEUU y su terapia ha sido calificada de criminal por diversas autoridades.
La relación entre el timerosal y el autismo nunca ha sido demostrada. Inicialmente y ante la duda muchas instancias plantearon el uso del principio precautorio. Han pasado más de diez años desde las denuncias iniciales y la Organización Mundial de la Salud, luego de revisar toda la experiencia disponible ha refrendado su opinión sobre la seguridad de las vacunas que contienen timerosal. Lo mismo han hecho muchas agencias y asociaciones de respetado y reconocido nivel científico.
Por ello, legislar en un tema tan específico, con información claramente errónea, para prohibir el uso del timerosal en las vacunas como se está haciendo en Chile, constituye un daño potencial a la credibilidad y a la efectividad de las inmunizaciones las cuales son un pilar de la salud pública de nuestro país.