Los sínodos, como el de la familia que acaba de concluir, tienen por objeto ayudar al Papa en su labor magisterial. Aconsejan al Santo Padre, pero sus conclusiones no obligan a los católicos. La Iglesia, en estos momentos, está a la espera de una Exhortación apostólica que el Papa Francisco ha de promulgar en base a los resultados del Sínodo de octubre.
¿Cuáles son estos resultados? No se puede pasar por alto la excepcionalidad del método utilizado para recabar la información y la opinión del Pueblo de Dios. El Papa lanzó 38 preguntas a los católicos sobre temas claves de su vida a través de los medios de comunicación.
Muchos obispos han podido sentirse descolocados. ¿Cómo empezar en las iglesias locales un proceso de conversación, de discusión y de discernimiento sobre temas delicados, algunos de ellos tradicionalmente intocables? Nada de eso fue fácil. No había experiencia de una consulta de esta naturaleza, aunque desde un punto de vista teológico el método es impecable. Ha sido, en realidad, extraordinario que el Papa haya recurrido al sensus fidelium, a la captación de la acción del Espíritu en todos los bautizados, para hacerse una idea de cómo orientarlos mejor.
La implementación de este método en materia de familia, matrimonio y sexualidad ha tenido una particular importancia. Normalmente la moral sexual católica ha sido formulada por célibes. Francisco ha querido dar la palabra a aquellos que más saben del tema. Si bien en el Sínodo ningún laico participó en las votaciones, los obispos tuvieron que escuchar primero al Pueblo de Dios. En todo caso, ha quedado pendiente que en un próximo Sínodo sobre un tema como éste, e incluso sobre cualquier tema, puedan votar las mujeres.
Los resultados del Sínodo que tienen que ver derechamente con el tema, son los siguientes.
En primer lugar, se observa un cierto giro en el enfoque de la moral familiar y sexual católica. Se nota una mayor preocupación por abordar las diversas situaciones en una óptica más pastoral que doctrinal. Por una parte, las conclusiones aprobadas dan razón de una comprensión más histórica de la vida humana. El documento no lo dice así, pero subyace en el la idea de una separabilidad entre Evangelio y doctrina.
Sólo el Evangelio puede animar una vida familiar más humana y feliz. El Evangelio es siempre una buena noticia personal, es decir, siempre toca a personas concretas. La doctrina es necesaria, en cambio, a modo de orientación general. Si en los casos concretos no orienta, ha de formularse de otra manera la enseñanza. Lo fundamental es atinar con lo que Dios dice a las personas en las circunstancias irrepetibles de sus vidas.
En segundo lugar, el Sínodo avanzó en la resolución de algunos temas puntuales. El tema más complejo fue el de dar o no la comunión a los divorciados vueltos a casar.
El ala conservadora de obispos, minoritaria pero muy influyente, ha sostenido que la Iglesia no puede cambiar la doctrina tradicional, la cual remontaría al mismo Jesús. El ala progresista, en cambio, ha hecho ver el sufrimiento enorme que la exclusión de la comunión significa para muchos católicos.
El documento final abre las puertas. Propone como criterio regulador la “lógica de la integración”. No todas las personas que se encuentren en esta situación pueden seguir siendo consideradas adúlteras. El Sínodo plantea distinguir situaciones de modo que se dé mayor inclusión a las personas divorciadas vueltas a casar en la eucaristía, no excluyéndose la posibilidad de que comulguen. Lo fundamental es que ellas tengan una “experiencia gozosa y fecunda” desu participación en la Iglesia.
Esta posibilidad que abre el documento no debe ejecutarse indiscriminadamente. El Sínodo recomienda que haya un sacerdote que acompañe a las personas en un proceso de discernimiento. Esperamos que, por esta vía, la gente no solo pueda comulgar, sino que reciba de su Iglesia un trato responsable y cariñoso.
Otro tema concreto que esperaba ser resuelto, era el del tipo de contracepción como medio para ejercer la paternidad responsable. Toda la información recabada en los distintos momentos del proceso sinodal, indicaban que la inmensa mayoría del Pueblo de Dios no practica la doctrina de Humanae vitae. Pero el problema no ha sido que no la conozcan, lo que después de casi medio siglo de su promulgación es posible, sino que a los católicos en casi cincuenta años les ha parecido impracticable.
El documento del Sínodo no ha derogado la prohibición de recurrir a medios artificiales de control de natalidad, pero ha abierto ampliamente a las parejas la posibilidad de discernir en conciencia qué es lo que deben hacer.
También se infiere del documento una mirada comprensiva hacia las relaciones sexuales prematrimoniales o extramatrimoniales, por cuanto en cualquier situación humana en la que haya un mínimo de seriedad puede crecer un compromiso definitivo con la otra persona. El documento no condena. En cambio, pide una mirada pastoral constructiva al momento de abordar estos temas.
Un tercer gran resultado del Sínodo es la constatación que el mismo Papa hace en la clausura de la diversidad de situaciones en que se encuentra la familia en las distintas partes del mundo. Esta constatación pone un signo de interrogación sobre la posibilidad de una moral familiar y sexual igualmente válida en todo el orbe. No fue posible, por ejemplo, acoger la petición de iglesias progresistas de reconocer validez a las uniones homosexuales. Se sabe que la Iglesia africana era muy contraria.
En suma, el Sínodo ha sido un caso absolutamente único en la historia de la Iglesia. Sin duda será estudiado a futuro, tanto por el modo más democrático de formulación de la enseñanza de la Iglesia como también por aquello que Francisco tome o no de el. Gran consenso ha habido en la Iglesia en que, de los cambios que se hagan, depende en buena medida la difícil transmisión de la fe.